miércoles, 25 de diciembre de 2013

El valor de la ejemplaridad


Estupenda la fiesta de navidad celebrada ayer en casa de mis tíos Jaime Villar y Ligia Colina de Villar. Unos 30 familiares (mi madre tiene 9 hermanos y aunque no estuvieron tod@s, sí la mayoría). Mis hermanas, mis sobrinas, mis prim@s… Una celebración por todo lo alto, con dos anfitriones de excepción. Mi agradecimiento a Jaime y Ligia y a todos los asistentes en la velada.
Aunque no escuché en directo el discurso de navidad de S. M. El Rey, sí me llegó casi en tiempo real por internet lo más importante del mismo. “Asumo la exigencia de ejemplaridad que reclama la sociedad”, señaló nuestro monarca. La ejemplaridad, ¡qué concepto tan esencial y qué vivencia tan necesaria!
En el Liderazgo, que cada vez más depende de la coherencia y cada vez menos de la oratoria (ya hemos comprobado que determinados líderes nos desencantan porque sus palabras no se ven avaladas por los hechos), la ejemplariedad es un imperativo. El ejemplo hace al líder. En este mismo blog (en el post “La ejemplariedad y la gran filosofía”) me he referido a Javier Gomá (Bilbao, 1965), director de la Fundación March, y a uno de sus libros, Ejemplaridad pública (2009). Entonces, y ahora, recordaba que “Aprendemos con el ejemplo, lideramos con el ejemplo, practicamos con el ejemplo” y las sabias palabras de Oliver Wendell Holmes: “Lo que haces habla tan alto que no me deja escuchar lo que dices”.
Ejemplaridad también en la educación, tema fundamental en nuestro tiempo. Que nuestr@s hij@s estudien más o menos depende del interés de sus madres/padres. El rendimiento académico es, en gran medida, puro “efecto Pigmalion”. Expectativas y ambiciones. Detrás de un/a buen/a estudiante, hay con frecuencia (80% paretiano) una madre o un padre de ver ocupado de verdad (desde el ejemplo, no desde el discurso) con la educación de su hij@.
Y ejemplaridad en las redes sociales (que van más allá de esos sucedáneos de Facebook y Twitter; me refiero a las amistades y a la familia). La familia y l@s amig@s son muy importantes en nuestras vidas. Nos dan alegría, apoyo y felicidad. No somos islas, sino seres sociales, que mostramos nuestros sentimientos con y para los demás.
He leído esta mañana en Cinco Días que “la banca se va a lanzar con una serie de productos de diseño para retener el ahorro”: http://link.p0.com/u.d?VYGjbtAOuzSre5gVgVY=88563. Retener el ahorro, retener el talento, porque se calcula que, cuando mejoren un poco las cosas, hasta el 40% de los empleados empezarán a escuchar ofertas de fuera (precisamente l@s más valios@s).
Retener el Talento (en realidad, fidelizarlo, porque como bien sabes retener es secuestrar) no es cuestión de “productos de diseño” de Recursos Humanos, sino de Liderazgo. Y por tanto, fidelizar el talento es cuestión de ejemplaridad. El/la líder que es coherente (inspirador/a, imaginativ@, intuitiv@ e integrador/a, según el modelo i4 de Silvia Damiano que nos explica en Leadership upside down (Liderazgo “patas “arriba”) que se publicará el próximo mes de febrero, es quien fideliza el talento (la capacidad y el compromiso) de las personas que forman parte de su equipo. Así son las cosas. Si el Liderazgo se improvisa, no sale. Hay que forjarlo adecuadamente.
Mi gratitud a las personas “honorables” (el honor, como explicábamos la Dra. Leonor Gallardo y un servidor en Los mosqueteros de Guardiola es asumir el deber y no solo los derechos), ejemplares, líderes de verdad. Nos marcan con sus hábitos el camino a seguir. 

1 comentario:

  1. Me parece un fenómeno social muy interesante, el hecho de haber ido perdiendo esa ejemplaridad, ese "Honor" del que gozaban nuestros abuelos, personas que no están tan lejos en la historia, en nuestra historia.
    Mi abuelo, y a su vez mi padre, me enseñaron que la palabra, Tu Palabra, es lo único que mostrará lo que eres. Ellos sellaban acuerdos con un apretón de manos, y no importaba no firmar, pues esa Palabra, y esas Manos eran un juramento de Honor.
    Sinceramente, creo que la masificación en que nos han hecho creer que vivimos (pues al final todos sabemos quiénes somos y nos conocemos) ha otorgado un velo en el que ocultar nuestra incoherencia, nuestra capacidad para mentir, para no dar ejemplo ni ser coherentes de palabra y acción... Pero sólo es una creencia de invisibilidad, pues por nuestros actos se nos conoce.
    Confío en que el presente sea transformado en coherencia desde arriba y desde abajo también, pues sólo podremos exigir a las capas altas honradez, cuando desde nuestros pequeños actos seamos coherentes con lo que predicamos.
    Darnos cuenta será fundamental para forjar un futuro, desde hoy, que integre pasado y futuro.
    Un saludo,
    Elisa

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