He
disfrutado mucho esta tarde en el Ministerio de Industria, Energía y Turismo
con mi participación en el Programa de Formación Directiva (PFD-Minetur 2013),
en el que he hablado de “Estatus y Liderazgo”. Anteriormente (la sesión siempre
cuenta con un ponente externo y uno del propio Ministerio), he tenido el placer
de escuchar a Julio López, de Turespaña, que ha compartido con nosotros la
estrategia de la Marca España como marca turística. Muy interesante la
investigación, muy rigurosa, y con aplicaciones eminentemente prácticas. Muchas
gracias a Julio, a Diego, a Emilio y a todos los participantes por esta tarde
tan interesante.
Julio
López nos ha mostrado que, respecto a las motivaciones turísticas (y, según el
departamento de marketing de Coca-Cola, que ha ayudado a revisar la
información, en general) los latinos del sur de Europa y la población de
Iberoamérica se parecen mucho. Somos muy similares en nuestros gustos, a
diferencia de la Europa central y del norte, Norteamérica y Asia/Pacífico.
El
pasado lunes, Jorge Castañeda escribía un artículo muy revelador titulado La decepcionante deriva de Latinoamérica
(http://elpais.com/elpais/2013/10/02/opinion/1380740696_449060.html).
Es el siguiente:
“El año pasado y en
2011 sucedió en Chile, donde decenas de miles de estudiantes se manifestaron en
las calles de Santiago exigiendo una educación mejor y más accesible. Hace unos
meses, en 2013, aconteció en São Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte, donde
cientos de miles de brasileños marcharon en las calles de sus grandes ciudades
demandando un transporte público más económico y más eficiente, una mejor
educación y servicio médico de calidad. En días más recientes, ciudadanos
colombianos y peruanos de todos los ámbitos de la vida nacional, pero, sobre
todo, campesinos, agricultores y mineros, así como maestros de escuela mexicanos
y radicales, han ocupado las capitales de sus respectivos países, generando
pesadillas de tránsito y haciéndole la vida de cuadritos a las autoridades y a
los habitantes de a pie en Bogotá y de la Ciudad de México.
Naciones que hasta
hace poco eran consideradas como modelos de proeza y promesa económica, y cuyo
ejemplo debía ser emulado —primero Chile, luego Brasil y Colombia, más
recientemente México y, a lo largo de este breve siglo, Perú— hoy son ejemplos
de instituciones democráticas carentes de legitimidad y de credibilidad, de una
vasta protesta social a pesar de un indudable progreso social y de presidentes
avezados que ven desplomarse sus tasas de aprobación. Después del movimiento de
los indignados de hace dos años en España, estas paradojas son a la vez
reveladoras y difíciles de explicar.
Para empezar, hay un
problema de crecimiento económico. Incluso Chile, cuya economía se desempeñó
adecuadamente durante los últimos dos años, a pesar de los mediocres precios
mundiales del cobre, no está creciendo, ni mucho menos, al ritmo al que lo hizo
el cuarto de siglo anterior. El ungüento económico untado en viejas heridas
sociales y culturales ya no mengua el dolor. A Brasil y Colombia les había ido
más o menos bien después de la recesión de 2009 y Perú ha crecido más que
cualquier país latinoamericano desde el año 2000, pero la expansión se aletargó
el año pasado hasta volverse casi nula en el caso del país más grande. Y se
redujo de manera drástica para los países más pequeños. En el caso de México, el
que menos ha crecido en los últimos 15 años, las cosas se han exacerbado: este
año la economía mexicana apenas alcanzará una expansión del 1%, y quizás menos.
Trátese de pueblos acostumbrados a altas tasas de crecimiento durante varios
años o de aquellos que esperan disfrutar pronto por fin los frutos de una
expansión largamente pospuesta, todo esto puede resultar muy decepcionante.
En segundo lugar, las
instituciones políticas y jurídicas tan dolorosamente construidas desde las
transiciones a la democracia a mediados de los ochenta en Brasil, hasta el año
2000 en México, o siempre fueron o se han transformado en instituciones
notablemente insensibles a las demandas sociales. Es por ello que, cada uno de
manera distinta, presidentes sensibles fueron sorprendidos por la protesta.
Políticos veteranos como Juan Manuel Santos y Dilma Rousseff, con largos años
de experiencia gubernamental, simplemente no vieron el tsunami que se les venía
encima. Líderes intuitivos como Enrique Peña Nieto en México y Ollanta Humala
en Perú fueron también inexplicablemente tomados por sorpresa.
Carlos Ominami,
exsenador y exministro de Economía chileno, cuyo libro sobre la era de la
Concertación, Secretos de la concertación, encierra quizás la mejor
explicación de cómo sucedió esto en Chile, formuló el dilema de la manera
siguiente: “El pacto implícito de las élites chilenas que se instituyó a
finales de los ochenta ya no logra asegurar gobernabilidad y son los hijos de
la democracia los que han asumido el protagonismo del cambio. La democracia
restringida es vista con indiferencia y desprecio por los ciudadanos. La
movilización social no tiene dirección política y las fuerzas políticas tienen prácticamente
rotas sus conexiones con el mundo social”. Chile, que este año celebra su sexta
elección democrática consecutiva, con dos mujeres —ambas hijas de militares de
alto rango— disputándose el liderazgo en las encuestas, tendrá que escoger
entre transformar sus instituciones a fondo o permitir que la protesta social
se salga de control.
La misma disyuntiva
se presenta en Brasil. La próxima Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos de 2016
van a poner a prueba de manera severa el marco social y macroeconómico bajo el
cual el país ha vivido desde la elección a la presidencia de Fernando Henrique
Cardoso en 1994. Los programas de lucha contra la pobreza, la abundancia del
crédito, un boom exportador de materias primas y un alto gasto
gubernamental financiado por una carga fiscal elevada generaron un auge
económico notable, pero también uno de expectativas crecientes. Millones
salieron de la pobreza, pero la infraestructura de educación, de salud y los
empleos bien pagados no estuvieron al alcance de las clases emergentes cuando
estas lo esperaban. Si, además, no pueden ingresar a estadios excesivamente
lujosos para ver jugar y ganar a su equipo, estas clases medias en plena
expansión no van a ser muy felices que digamos.
Tampoco lo serán las
mexicanas, que han visto cómo ha mejorado su nivel de vida a lo largo de los
últimos 15 años, pero también sienten que no reciben lo que merecen ni lo que
se les prometió y que han perdido todo respeto por las instituciones políticas
del país. Los maestros de escuela primaria están furiosos porque creen que se
les echa la culpa del estado patético del sistema educativo nacional, y que la
supuesta reforma educativa de Peña Nieto no es más que una mediocre reforma
laboral. La clase media de la Ciudad de México también está furiosa, tanto
contra los maestros que entorpecen la vida cotidiana, como con las autoridades
federales y locales que no ponen orden.
Al final del día, el
problema yace quizás en las imperfecciones acumuladas de la democracia
representativa en países donde las condiciones económicas y sociales no son
ideales. Mientras duraba la euforia por dejar atrás el autoritarismo, estas
imperfecciones eran manejables. Mientras durara el crecimiento económico, eran
tolerables. Pero ya ausente este último y conforme el recuerdo del tránsito a
la democracia se aleja, las imperfecciones se han convertido en auténticos
desastres. Como señala el libro de Joshua Kurlantzick, Democracy in Retreat:
The Revolt of the Middle Class and the Worldwide Decline of Representative
Government, no existe remedio inmediato, y la tendencia rebasa las
vicisitudes actuales de las naciones latinoamericanas.”
Los
gobernantes, a ambos lados del Atlántico, deberían preocuparse por generar “clase
media” y no destruirla. La brecha de la desigualdad es muy peligrosa. Y junto a
ello, el desinterés de EE UU. También antes de ayer, el periodista Andrés
Oppenheimer escribía sobre La fatiga de
Obama:
“El hecho de que el discurso del presidente Barack Obama
ante la Asamblea General de las Naciones Unidas no mencionara a ningún país
latinoamericano fue un gran error, pero no debería sorprendernos.
Aunque la política exterior de Obama ha sido un soplo de
aire fresco después de la diplomacia arrogante de su antecesor George W. Bush,
el actual presidente de Estados Unidos no va a ganar ningún premio por su
interés o dedicación hacia América Latina.
El Secretario de Estado, John Kerry, bien podría cambiar el
nombre de su cargo a “Secretario de Medio Oriente”, porque es ahí donde parece
pasar todo su tiempo.
Los primeros siete viajes de Kerry al extranjero después de
asumir su cargo el 1 de febrero fueron a Europa y al Medio Oriente, y solo dos
de sus 14 viajes hasta ahora han sido a América Latina, según el sitio web del
Departamento de Estado de EEUU. Claro que si por algún milagro Kerry logra un
acuerdo de paz entre palestinos e israelíes, retiro lo dicho y rezaré para que
nadie recuerde estas líneas.
El discurso de Obama del 24 de septiembre en la Asamblea
General de la ONU estuvo totalmente dedicado al Medio Oriente y el norte de
África. Solo mencionó tangencialmente a América Latina cuando dijo que: “desde
África a las Américas” las democracias han demostrado ser más eficaces que las
dictaduras, y que “lo mismo sucederá en el mundo árabe”.
En el pasado, los discursos de los recientes presidentes
estadounidenses ante la Asamblea General de la ONU solían hacer alguna
referencia a sus planes regionales de comercio o inversiones en Latinoamérica.
Pero Obama, a diferencia de sus tres últimos antecesores, no ha propuesto
ninguna iniciativa regional para aumentar las relaciones económicas con América
Latina.
Obama ha iniciado negociaciones para crear una Asociación
Trans-Pacífica de libre comercio e inversiones con varios países en su gran
mayoría de Asia, y una Asociación Trans-Atlántica similar con Europa, pero no
ha propuesto ninguna Asociación Trans-Americana con América Latina.
México le ha pedido a Obama formar parte de la propuesta
Asociación Trans-Atlántica, pero la respuesta de Washington ha oscilado entre
“no” y “más adelante”.
La iniciativa regional más ambiciosa de Obama en
Latinoamérica es el programa de “La fuerza de 100,000 en las Américas”,
destinada a aumentar a 100,000 el número de estudiantes latinoamericanos en las
universidades de Estados Unidos, y el de estudiantes de EEUU en América Latina.
Es un buen programa, pero sería mejor si fuera parte de un tratado económico
trans-americano mucho más amplio.
Hay que reconocer que Obama ha realizado seis viajes a la
región, y que recientemente le ha solicitado al vicepresidente Joe Biden, una
figura clave, que le lleve la relación con América Latina.
Y también es cierto que Obama ha tenido que lidiar con
varios presidentes narcisista-leninistas en la región que han llevado a niveles
insólitos la vieja práctica de culpar a Estados Unidos de todos los males de
sus países, casi todos provocados por sus pésimos gobiernos.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, acusa a diario a
Estados Unidos y sus aliados por la tasa de inflación del 45 por ciento del
país, y hasta de querer asesinarlo, sin jamás presentar prueba alguna de sus
denuncias.
Lo triste es que debido a que estos líderes populistas
autoritarios son los que más salen en las noticias, muchos legisladores y
empresarios estadounidenses ven a toda Latinoamérica como una región gobernada
por payasos.
Y el hecho de que la economía latinoamericana se esté
desacelerando a un 3 por ciento luego de una década de alto crecimiento
contribuye a que muchos en Washington y Wall Street se sientan menos
entusiastas sobre la región. Los funcionarios de la Casa Blanca y el
Departamento de Estado siguen afirmando públicamente que América Latina es el
continente del futuro, pero muchos muestran señales de una creciente “fatiga
Latinoamericana”.
Mi opinión: Estados Unidos no debe darle la espalda a
Latinoamérica, y ahora menos que nunca. Por el contrario, la década de los
líderes populistas autoritarios que se beneficiaron de los altos precios de las
materias primas está llegando a su fin –– los populismos sólo funcionan cuando
hay dinero para regalar –– y una nueva generación de dirigentes más
responsables están cada vez más cerca de ganar elecciones.
Mejorar los lazos con Latinoamérica –– empezando por los
países de la Alianza del Pacífico conformada por Chile, Perú, Colombia y México
–– debería ser una prioridad para Obama.
Como me dijo una vez Octavio Paz, la geografía es la madre
de la historia, y no hay región que tenga más impacto en la vida cotidiana de
los estadounidenses –– ya sea en materia de inmigración, medio ambiente,
comercio o cultura –– que América Latina. La región merecía más que una mención
tangencial de una sola palabra en el discurso de Obama ante la ONU.”
Tenemos que mejorar mucho, desde el Liderazgo, en Iberoamérica.
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