Qué nos enseña la Neurociencia para calcular mejor el riego


Anteayer, antes de ir a una cena entre amigos, fui a ver ‘El desconocido’, de Dani de la Torre. Una película rodada en La Coruña, con un repóquer de magníficos actores: Luis Tosar, Javier Gutiérrez, Elvira Mínguez, Fernando Cayo, Goya Toledo. “Chapeau” por las responsables de casting y por el director de la cinta. Un ritmo estupendo, giros que te mantienen en vilo, un final inesperado… Tras la negativa sorpresa (esperaba más) del último Woody Allen y la pasividad de ‘El corredor del laberinto: Las pruebas’ (exigencia del guión: mi hija y sobrinas adolescente), ‘El desconocido’ nos hace salir del cine con un ánimo estupendo, el de haber visto una gran película. La “ópera prima” de Dani de la Torre (Monforte de Lemos, 1975) es una pasada. Con un presupuesto de 2 M € se puede hacer un taquillazo “a la americana”. Mi gratitud a Dani y a todo el equipo de la película.   
Hoy hemos estado trabajando con dos empresas clientes, precisamente dos entidades financieras situadas en el Top 5, viviendo (como todas) enormes procesos de transformación. Por la mañana, el desarrollo del Liderazgo en servicios centrales. Por la tarde, la excelencia en los riesgos.
Para la presentación de esta tarde, centrada en la excelencia en la práctica (equipo, agilidad y calidad) he partido de la Neurociencia de la asunción de riegos.
Les he preguntado a los participantes cuántos cerebros tenemos. La respuesta obvia parece ser “uno”. Sin embargo, tenemos cinco. Tres en la cabeza (cerebro propiamente dicho), uno en el corazón y el quinto en el estómago, que posee más terminaciones nerviosas que los de “toda la vida”.
Más concretamente, me he referido al “cerebro tri-uno” (Paul McLean): el reptiliano o instintivo, el límbico o emocional, el neocórtex o racional. Los tres son producto de la evolución.  
Después me he basado en ‘La biología de la toma de riesgos. Cómo nuestro cuerpo ayuda a afrontar el peligro en el deporte, la guerra y los mercados financieros’, de John Coates. Como sabes, Coates trabajó en Goldman Sachs y el Deutsche Bank para después ir a estudiar Neurociencia en Cambridge. Del libro he hablado en este blog. Podemos leer en él: “El objetivo principal de este libro es destruir definitivamente, sobre la base de las neurociencias, la concepción racionalista según la cual el ser humano toma decisiones mediante el uso exclusivo de una razón completamente separada del cuerpo”.
Su título original es ‘La hora entre el perro y el lobo’. Comienza el texto citando a Jean Genet en Un prisionero del amor: en el anochecer, “es indistinguible el perro del lobo”. Porque “emociones y reacciones biológicas de gran intensidad pueden desatarse a partir de la toma de riesgos financieros”. “Nuestro cuerpo, en espera de acción, pone en marcha una red de emergencia de circuitos fisiológicos, cuyo resultado es la irrupción de una actividad eléctrica y química que retroalimenta el cerebro y afecta a su manera de pensar”.
“Una de las regiones cerebrales responsables de este sistema de alerta temprana es el locus coeruleus, así llamado por el color cerúleo, o sea azul profundo, de sus células. Situado en el tronco encefálico, la parte más primitiva del cerebro, sobre la columna vertebral, el locus coeruleus responde a la novedad y promueve un estado de excitación”. El de l@s deportistas ante una competición o el de los brokers en su actividad. “El metabolismo se dispara, listo para liberar las reservas de energía existentes en el hígado, los músculos y las células cuando la situación lo exija. La respiración se acelera, inyectando más oxígeno, y lo mismo ocurre con el ritmo cardíaco” (…) “A medida que la clara posibilidad de ganancias se perfila en su imaginación, se siente una inequívoca oleada de energía en forma de hormonas esteroides que comienzan a cargar los grandes motores de su organismo”. Coates nos recuerda que los esteroides son sustancias químicas poderosas y peligrosas, “razón por la cual su uso está regulado por la ley, la profesión médica, el Comité Olímpico Internacional y el hipotálamo, que es “la agencia de lucha contra las drogas” del cerebro, pues si la producción de esteroides no se detiene rápidamente, puede transformarnos tanto física como mentalmente”.
Esteroides: la elevación de los niveles de testosterona aumenta el volumen de hemoglobina y, en consecuencia, la capacidad sanguínea para transportar oxigeno; aumenta la confianza en un@ mism@ y, decididamente, “la apetencia de riesgo. También aumenta otra hormona, la adrenalina, producida por en núcleo de las glándulas suprarrenales. “La adrenalina activa las reacciones físicas y acelera el metabolismo corporal al irrumpir en los depósitos de glucosa, principalmente los del hígado, y volcarlos en la sangre”. Una tercera hormona, el esteroide cortisol, comúnmente conocido como la hormona del estrés, atraviesa la corteza de las glándulas suprarrenales y viaja al cerebro, donde estimula la liberación de dopamina, operación química que se produce en los circuitos neuronales conocidos como vías del placer. Ya sabes: el estrés hasta un cierto nivel excita (eustrés), porque el cortisol y la dopamina combinados producen un choque narcotizante.
Está claro que “hay un grupo de hormonas que tiene efectos particularmente poderosos sobre nuestra conducta: las hormonas esteroides, como la testosterona, el estrógeno y el cortisol. Bruce McEwen (Rockefeller University) demostró que la hormona esteroide, debido a la dispersión de sus receptores, puede modificar cualquier función del cuerpo. Es el “efecto del ganador”. “A medida que los niveles de testosterona suben, la confianza en uno mismo y la toma de riesgos va dando paso al exceso de confianza y a la conducta temeraria”. La testosterona es la molécula de la exuberancia racional, y el cortisol la molécula del pesimismo irracional. Tras la excitación y la emoción inicial ante el desafío, promueve sentimientos de ansiedad, una evocación de recuerdos perturbadores y una tendencia a ver peligros donde no existen.
Toma de decisiones en caliente y en frío. El premio Nóbel Daniel Kahneman los llama pensamiento rápido y pensamiento lento; Arie Krugkanski, locomoción y evaluación; Colin Camerer, George Loewenstein y Drazen Prelec lo llaman pensamiento automático (involuntario, sin esfuerzo, en paralelo y en gran parte opaco a la introspección) y controlado (voluntario, esforzado, consecutivo, abierto a la inspección).
Somos adictos a la información, merced a la dopamina, que nos proporciona una experiencia de recompensa, incluso de euforia (por el placer de la anticipación). “La motivación realmente poderosa es el deseo de algo, más que el placer que proporciona”.
Resiliencia: ¿podemos controlar nuestra respuesta de estrés? Sí, si se entrena adecuadamente. Podemos aprender a escuchar nuestro cuerpo y a educarnos en la serenidad, anticipando las fuentes de estrés.
Después me he referido al modelo SCARF de David Rock, el padre del NeuroLiderazgo. La diferencia entre el placer y el dolor está en el Status (percibido), Certeza, Autonomía, Relación interpersonal y Equidad (fairness).
El segundo bloque ha sido el del Equipo, que es más que un grupo (humano) porque genera sinergias. Sus seis claves, ya sabes, son Visión compartida, Enfoque profesional (proceso abierto + proceso cerrado), Roles complementarios (diversidad), Desarrollo de la confianza y el compromiso, Aprendizaje y Dinamismo del entorno.
Posteriormente, hemos hablado de EscalAgilidad, partiendo de las ideas de David Butler, “Master del Diseño” de Coca-Cola. Hemos tratado el “círculo dorado” de Sinek (Por qué, Qué y Cómo), los “Momentos KODAK”, el “Smarter-Faster-Leaner” (con más talento, más rápido, más eficiente) y la innovación 4.0., la de las grandes compañías. Citando al gran coach Aristóteles, “Cuando tenemos que aprender a hacer algo, más vale que lo aprendamos haciéndolo”.
Y el último bloque, el de la Calidad, entendida como percepción de los clientes. Hemos partido de los 8 principios de la gestión de la calidad, con dos conceptos importantes: Foco y Visibilidad. Y finalmente, me he referido a la Era Conceptual (Daniel Pink), con sus seis bases: Diseño, Relato, Sinfonía, Empatía, Juego y Significado, y a la “paradoja de la generosidad” de Seth Godin: No es que las personas de éxito sean más generosas, sino que las personas más generosas, por el principio de reciprocidad, son las que logran el éxito. Como ha demostrado Adam Grant (‘Dar y recibir’), es como una U invertida. Si no eres generos@, despídete del éxito (ser mezquin@ es el mayor riesgo); si lo eres en demasía, tampoco lo vas a lograr. O como dice un gran amigo mío, “la diferencia entre bueno y tonto es la frecuencia”.
Muchas gracias a Carlos y su equipo, a Ana y el suyo.