El quinteto que revolucionó la Felicidad


Viernes de trabajo en la oficina de Lagasca sobre proyectos de clientes y comida con un colega, uno de los mejores en su campo.
Para la preparación de la MasterClass que tendré el honor de realizar en Zaragoza el próximo día 22 de octubre sobre ‘Potencialidad y Limitaciones del Coaching en el Ciclo Estratégico del Talento’, estuve revisando un artículo en la web livehappy.com sobre ‘La revolución de la Felicidad’. Puedes leerlo en www.livehappy.com/science/positive-psychology/happiness-revolution
Se trata de “la increíble historia de la psicología positiva”. Parte de un joven estudiante de la Universidad Estatal de California (CalState), Ed Diener, que había crecido en una granja del Valle de San Joaquin Valley y se planteó estudiar la felicidad entre los inmigrantes que trabajaban en aquella zona. Le dijo su profesor que no podía hacerlo porque, evidentemente, aquellas personas no podían ser felices y porque no había manera de medir la felicidad. Ed sabía por su propia experiencia que lo primero era falso, así que se planteó modificar lo segundo. Abandonó el proyecto y se centró en el tema de la conformidad (no sabemos si su profesor captó la ironía).
Esto ocurrió a mediados de los 60. Década y media después, el profesor Diener retomó el tema de la felicidad. En 1984, publicó la SLS (Satisfaction with Life Scale, Escala de Satisfacción con la Vida), que mide el bienestar subjetivo. Desde entonces, sus alumnos y colegas le llamaron “el Dr. Felicidad”. Luchaba contra la corriente… hasta que la marea cambió.
Un encuentro casual. En el invierno de 1997 estaba un hombre con su familia en Hawai. Su hija pidió auxilio. El caballero en cuestión era Mihaly Csikszentmihalyi (pronunciése chick-sent-mi-jai), un psicólogo de origen húngaro cuyo apellido se traduce por “hijo de Miguel”. Miguel Miguélez, para entendernos (tuvimos el gran honor de tenerle por videoconferencia en el último Congreso de la Felicidad en el trabajo en A Coruña). Se dedicaba a estudiar el “flow” (fluidez). Tras vivir en la turbulenta Europa de posguerra, la experiencia del sufrimiento humano y de la resiliencia le habían dejado huella.
El que le había rescatado de ahogarse en Hawai era Martin Seligman, un eminente psicólogo especializado en la “indefensión aprendida” (learned helplessness). Sí, su primer libro se llamaba ‘Indefensión: Sobre la Depresión, el Desarrollo y la Muerte’. En ese momento, algo como la felicidad le sonaba a Seligman como algo “blandito”.
Pero el Dr. Seligman tenía (y aún tiene) una insaciable curiosidad y un sentido idealista de la existencia. Mike & Martin congeniaron inmediatamente y comprendieron, juntos, que la psicología había perdido una razón central de su ser, tratar de entender e impulsar “una vida que merezca la pena vivir”, desarrollando cualidades humanas como la valentía, la generosidad, la creatividad, el disfrute y la gratitud.
Frente a la versión “sufrida” de la psicología (que Seligman llamaría después “vejación del alma”), propusieron darle la vuelta al asunto. Así nació “una revolución”, la psicología positiva.
Martin Seligman tenía la plataforma apropiada, porque le acababan de nombrar presidente de la APA (Asociación de Psicología Americana), con 160.000 miembros. Entre sus antecesores, William James (el padre de la psicología moderna), Carl Rogers o Abraham Maslow.
M&M utilizaron una estrategia ganadora: en lugar de tratar de convencer a sus colegas para que se unieran a su causa, decidieron reclutar a los jóvenes como revolucionarios. En el primer año, 50 candidatos entre los más brillantes de esta ciencia, las futuras estrellas de la psicología. De los 50, escogieron a 18 y se los llevaron a la primera Conferencia sobre Psicología Positiva en Akumal, México. Serían los pioneros de este nuevo campo, en los inicios del nuevo milenio.
A partir de ese Congreso, una especie de “Proyecto Manhattan”, como el de la creación de la bomba atómica. Barbara Lee Fredrickson, psicóloga de la Universidad de Michigan y primera ganadora de la beca Templeton, escuchó sobre el proyecto al volver de un funeral familiar. Y le dio un vuelco al corazón. Había generado la “teoría de la ampliación y la construcción” (broaden and build theory) en 1998: en tanto que las emociones negativas sirven para sobrevivir, las positivas lo hacen para triunfar. En esencia, ser más feliz te aporta más talento. Tras el 11-S, parecía que ese bienestar subjetivo carecía de sentido; sin embargo, un estudio de ese año (2001) analizando los diarios de 700 monjas, demostraba científicamente que un lenguaje entusiasta, optimista, de goce, marcaba la diferencia: a los 85 años, el 90% de las “monjas positivas” seguían vivas y solo el 34% de las negativas. Una diferencia considerable. A los 95, el 54% frente al 11%.
En 2005, dos colegas de Ed Diener, Sonja Lyubomirsky (profesora de la Universidad de California en Riverside) y Laura King (Universidad de Columbia en Missouri) analizaron más de 300 estudios que involucraban a 250.000 personas, y demostraron la correlación de la felicidad con la salud y la longevidad, las relaciones interpersonales, los ingresos y el éxito financiero, el rendimiento laboral y el éxito profesional, el altruismo y la implicación en la comunidad. Nada menos.
Una investigación con gemelos en Minnesota en 1966 venía a concluir que “la felicidad es un fenómeno estocástico”, aleatorio. Como jugar a los dados. “Tratar de ser más feliz es como tratar de ser más alto”. Sin embargo, los estudios con ganadores de la lotería y quienes quedaban tetrapléjicos en accidentes automovilísticos revelaban que las experiencias extremas (positivas o negativas) con el tiempo no influían en la felicidad. Es la “adaptación hedónica”.
Sonja Lyubomirsky, nacida en San Petersburgo (Leningrado, en ese momento) se dio cuenta de niña que los californianos parecían más felices que sus compatriotas. En enero de 2001, con dos colegas que acudieron a Akumal, demostró que el componente genético podía ser el 50% (en realidad, es una predisposición). De la otra mitad, el 10% se debía a circuntancias externas (salud, dinero, amor). El 40% restante es enteramente voluntario. Y se propuso realizar intervenciones para que la gente fuera más feliz. David Lykken, el que estableció que “tratar de ser feliz es tan inútil como tratar de ser más alto”, reconoció su error pocos años antes de fallecer.
En enero de 2005, la revista Time publicó en su portada ‘La ciencia de la felciidad’. El Wall Street Journal, el New York Times, la CNN o la BBC la siguieron. Y se publicaron ‘Tropeza con la felicidad’ (2006) de profesor de Harvard Daniel Gilbert, ‘La ciencia de la felicidad’ (2007) de Sonja Lyubomirsky o ‘Positividad’ (2009) de Barbara Fredrickson. En 2011, la neoyorkina Gretchen Rubin inició su “proyecto de felicidad” y lo publicó en un libro, que estuvo varias semanas entre los best-sellers del New York Times. Un joven profesor de psicología, Tal Ben Shahar, inició un curso sobre psicología positiva en Harvard allá por 2002. El primer año se apuntaron 8 alumnos; dos años después, 380; al tercero, 855. El más numeroso de esta prestigiosa universidad.
Y con la nueva década, el impacto en el mundo empresarial: un libro del emprendedor multimillonario Ted Leonsis en 2010, del profesor de empresariales (Long Island) Srikumar Rao en 2011, del fundador de Zappos Tony Hsieh (nº 1 del NYT durante 27 semanas) el mismo año. En enero-febrero de 2012, portada del Harvard Business Review sobre el Valor de la Felicidad.
Con la ayuda de Ed Diener y el premio Nobel de Economía, el psicólogo Daniel Kahneman, Don Clifton y su equipo de Gallup hicieron mediciones exhaustivas de la felicidad por países, edades, estratos, etc. “La gente presta atención a lo que se mide” (Diener). Seligman dice que para algunos psicólogos clínicos, él es “el Darth Vader de esa ciencia”. Y que se dedican a la “happyología”. Pero son una minoría.
Sí, el trabajo de Marty, Mike, Ed, Sonja y Bárbara, entre much@s otr@s, ha contribuido a crear una nueva ciencia. Y a lograr que, en general, a tod@s nos vaya mejor. Mi gratitud hacia ell@s.