El fin
de semana pasado Zoe y yo hemos ido a ver Ricki, por el atractivo de Meryl
Streep, por supuesto, y también porque la dirige Jonathan Demme (‘El silencio
de los corderos’, ‘Philadelphia’, ‘El mensajero del miedo’). Es la historia de
Ricki Rendazzo (nombre artístico), que deja a su familia en Indiana para liderar una banda de rock en
California. A petición de su exmarido Pete (Kevin Kline) porque la hija de
ambos, que se acaba de divorciar, ha intentado suicidarse. La película se hunde
porque la guionista, Diablo Cody (‘Juno’, ‘Young Adult’, ‘Jennifer’s body’,
‘United States of Tara’) se empeña en retratar mujeres renegadas.
Muy acertada la
crítica (que he leído después) de Javier Ocaña, titulada ‘Desvergüenza
narrativa’: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/27/actualidad/1440691310_075083.html “La pregunta es si el
empeño de la guionista Diablo Cody por contrastar dos modelos de vida americana
no le ha llevado a componer el núcleo central de película, el de la visita de
la protagonista a su familia, más idiota del cine reciente. No son agua y
aceite sentimentales (el amor es ciego); son agua y aceite narrativos./ Porque
no estamos ante un relato trascendente en el que el pasado sea eludido como
figura retórica, como ejercicio de estilo, sino ante la más espectacular de las
desfachateces sobre la esencia en el dibujo de personajes. Como es injustificable,
no se hace la menor mención sobre el pasado, y punto. No sobre lo que no
funcionó, que eso es fácil, sino sobre lo que sí funcionó durante bastante
tiempo para que dos mundos tan antagónicos llegaran a estar unidos y a dar como
fruto nada menos que tres vástagos. Es, pura y simplemente, caradura narrativa./
Cada una de las secuencias de ese eje central, casi una hora, empeora a la
anterior: la actitud ante el suicidio, el dolor de la enferma, la cura a base
de donuts y peluquería, la marihuana en el frigorífico, la reacción de la
madrastra... Pasado al desastre, y como ya lo que estás deseando es escuchar a
la gran orquesta de feria en la que toca Streep, el desenlace mejora con la
boda. Salvo que te preguntes por qué se reconcilian.”
Más allá de si la Streep es capaz de
interpretar a quien sea, la cinta es interesante porque Ricki, que vive su
sueño, gana 445 $ a la semana como cajera de una especie de WalMart llamado
Total Food, en tanto que su ex es un ejecutivo de marketing de una multinacional
(la farmacéutica Lilly, por ejemplo) y se ha casado de nuevo con una chica de
color, Maureen. En la película, por cierto, los afroamericanos no salen muy
bien parados: hay una mención negativa sobre Obama (Ricki votó dos veces a Bush
porque su hermano murió en Vietnam), su supervisor en el hipermercado es un
joven que le reprende con una falsa sonrisa y varios invitados a la boda del
hijo de Ricki y Pete, de clase alta, le critican.
Desigualdad. Tim Robbins, actor entrevistado
con motivo de la última película de Fernando León de Aranoa, ‘Un día perfecto’
y que ha estado este verano en España con su versión de ‘El sueño de una noche
de verano’, opina que “vivimos secuestrados por una minoría muy rica y muy
poderosa que tiene en sus manos una inmensa maquinaria de propaganda para
convencer a la gente de que lo que les conviene a ellos es lo mejor para todos.
Ahora mismo, la lucha es entre el siglo XIX y el siglo XXI. Hay unos pocos
millonarios que quieren seguir en el siglo XIX, pero al final perderán esa batalla.” El reto, para Tim Robbins, es la desigualdad:
“Los bancos quiebran y es la parte más débil de la sociedad la que carga con el
sacrificio. Hay una parte muy importante de la clase media que está pasando a
ser clase baja. Todo esto no tiene sentido porque el dinero que va a la clase
media, y no a los ricos, es el que de verdad da vigor a la economía. Es el
momento de pensar qué vamos a hacer con los pobres no solo porque es injusto,
sino porque en cualquier momento puede estallar”. De Obama, como legado,
quedará “que introdujo en la sociedad un deseo de cambio”. Y queda como
esperanza el arte, con su poder de la emoción. “Como artista, tienes la
capacidad de crear una empatía emocional con el público y generar una conexión
que, en el mejor de los casos, puede ser transformadora”.
También el número de septiembre de Actualidad
Económica trata sobre la desigualdad. “La desigualdad llevaba 30 años
creciendo, especialmente en EEUU y GB. Todo el mundo lo sabía, pero se trataba
de un debate académico, un asunto técnico” (Branko Milanovic, que ha sido
economista jefe del Banco Mundial y ahora es profesor del City University en
Nueva York). Esta autoridad mundial en desigualdad considera que la crisis la
ha convertida en candente actualidad. “El contribuyente no entendió que se
rescatara a los ricos”. En palabras de Adela Cortina, catedrática de Ética,
“hemos llegado a un nivel de desigualdad que pone en peligro la democracia”.
Cada año fallecen 1’5 M de personas en los países ricos por desigualdad de
ingresos (Naoki Kond, U de Yamanashi).
La desigualdad se mide por el coeficiente de
Gini, creado por Corrado Gini (1884-1965). En la Unión Europea, los menos
desiguales son los países nórdicos (Noruega está en el 23’7%; Dinamarca, en el
28’1%) y en la cola estamos España (33’7%), Portugal (34’2) y Grecia (34’4%).
Estados Unidos está en el 47%; por encima, México, Perú y Ecuador. Chile,
Paraguay, Colombia y Brasil superan el 52%. China está por encima del 61% (la
media mundial se sitúa en el 63) y Sudáfrica, Namibia, Comores y Seychelles
están por el 65%.
El premio Nobel Paul Krugman ha puesto de
manifiesto que desde 1975 en EE UU los sueldos de los percentiles 90-95 se han
duplicado respecto a los medianos. Mientras el salario mínimo ha caído un 30%
en términos reales, la retribución de la alta dirección se ha multiplicado por
cuatro. Es un hecho (que recoge Miguel Ors en AE) que “los países desarrollados
son hoy menos equitativos”. “Medir la desigualdad exige realizar determinadas
opciones que no son neutras” (Antonio Villar, U Pablo de Olavide). Por ejemplo,
utilizar el indicador de los “superricos” (1% de la población), que acapara en
EE UU el 20% de la riqueza nacional, como ha denunciado Piketty. Su riqueza se
reproduce al 5% anual, en tanto que la media es del 2%.
Según la encuesta de patrimonios de 120
países, cuando se analiza la renta por niveles y lo que ha sucedido con la
riqueza de 1988 a 2008, aparece la “curva del elefante” (Milanovic, ‘Global
Income Inequality by the numbers in History and How, 2012). Una larga trompa:
las rentas del 1% más acomodado han mejorado un 60% en estas dos décadas. La
mediana, un incremento mayor, del 70-80%. En los percentiles 50-60, los
ganadores de la globalización: 200 M de chinos, 90 M de indios, 120 M de
brasileños, indonesios, mexicanos y egipcios. Y “el tercio inferior también ha
registrado avances significativos”. La gente que vive con menos de 1’25 $
diarios ha pasado del 44% al 23%. Entre 2002 y 2008, pequeño descenso de la
desigualdad, aunque el Gini del mundo esté en el 70%. Los grandes perdedores han sido los
percentiles 75-90, justo donde arranca la trompa. Las clases medias europeas y
norteamericanas (las “Ricki” de la película). “El tercer mundo se ha quedado
con las tareas intensivas en mano de obra, lo que ha condenado al paro a
millones de trabajadores poco cualificados” (Antonio Cabrales). El profesor
Toribio (IESE) añade que la tecnología también juega: de 1915 a 1980, la
educación avanzó más que la tecnología, lo que permitió igualar las rentas; desde
entonces, la enseñanza redujo la producción de titulados. Globalización +
revolución tecnológica: “Aunque la lucha contra la pobreza debe ser nuestra
máxima preocupación, eso no significa que no deba importarnos la desigualdad,
porque tiene consecuencias”.
En los 70, Arthur Okun lanzó ‘La gran
disyuntiva’. O equidad o crecimiento. ¿Se mantiene? Aquí aparece el talentismo.
Volviendo a Milanovic: “La principal razón de este cambio es la cada vez mayor
relevancia del capital humano para el desarrollo. Cuando el capital físico era
el factor decisivo, el ahorro y la inversión resultaban clave y era importante
disponer de un contingente de ricos que podían apartar una proporción de sus
ingresos mayor que los pobres”. Pero ahora se necesitan ciudadanos bien formados,
“algo difícil en una sociedad que no reparte bien su renta”. La relación entre
desigualdad y crecimiento es difícil de medir, apunta Pijoan. Porque en la
justicia social hay dos variables: “La expectativa de ganar mucho dinero
incentiva el trabajo y la inversión en educación, y las sociedad que toleran
esas diferencias crecen más. Por el contrario, la desigualdad de oportunidades
provoca una mala asignación de capital humano, porque quienes acceden a las
becas, a los puestos de dirección o a los créditos no son por lo general los
más inteligentes ni los más preparados” (Gustavo Marrero, U de La Laguna). Con
su colega Juan Rodríguez (UCM) han analizado 26 estados de EE UU y llegado a la
conclusión de que la igualdad de oportunidades favorece el crecimiento.
Conclusión: “Los gobiernos deben nivelar el terreno de juego y dejar que todos
compitan a base de trabajo y talento y generen desigualdad de la buena”.
La redistribución es como las drogas: según la
dosis, cura o mata. Reduce las diferencias, pero puede desanimar al talento. El
gasto social debe ser inteligente: por ejemplo, ayudar al talento femenino,
porque tiene baja igualdad de oportunidades.
Gaetan Lion (2012) ha demostrado que no hay, a
nivel mundial, correlación entre Gini y crecimiento del PIB. La hay negativa (a
Gini más bajo, más crecimiento) en países en vías de desarrollo, y positiva (a
más desigualdad, más crecimiento) en los países desarrollados. El sociólogo
Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias, afirmó en febrero de 2014 en la Fundación
Rafael del Pino que el coeficiente de Gini debería ser el nuevo PIB.
Sí, la desigualdad es enorme. Pero millones de
asiáticos, iberoamericanos y africanos (4/5 de la humanidad) han salido de la
miseria a costa de la clase media occidental. Ors concluye: “Ese es el gran
desafío: lograr que las instituciones funcionen imparcialmente, no solo las
laborales, sino las educativas y las financieras, para que los empleos, las
becas y los créditos se asignen en función del talento, y no de la pertenencia
a grupos de edad, lobbies o clases sociales”.
La igualdad “mala” es el “café para todos”,
que desemboca en una pesadilla totalitaria como la de la Venezuela actual. La
buena es la equidad, que ya definió Aristóteles como “tratamiento desigual de
situaciones desiguales”. Igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades,
distinto empleo del talento de cad@ un@.
Gracias a Miguel Ors Villarejo por su
magnífico artículo, a los profesores Branko Milanovic (excelentes sus libros
‘Los que tienen y los que no tienen’ y ‘La era de las desigualdades’), Villar,
Marrero y Rodríguez.