¿Tiene sentido Sócrates en la sociedad actual?


Lunes en Madrid de reuniones internas en plena recta final de la temporada, de reencuentro con mi gran amigo José Mari Irisarri (uno de los más grandes líderes de la comunicación y la televisión en España) y de almuerzo en El Séptimo (Diego de León, 7), un restaurante que no conocía y me ha encantado.
Ya he comentado en este blog que hubiera deseado ir al Festival de Mérida a ver el ‘Sócrates’ de Mario Gas con José María Pou. No ha podido ser (la función acabó ayer); espero ver la obra en Barcelona durante la segunda quincena de julio
He estado leyendo, precisamente, ‘¿Matar a Sócrates? El filósofo que desafía la ciudad’ de Gregorio Luri. El filósofo navarro Gregorio Luri Medrano (Azagra, 1955), que ha escrito una quincena de textos sobre pensamiento, se plantea en éste si Sócrates nos ha abandonado o si su legado se mantiene.
“¿Para qué necesitamos a Sócrates, si somos posmodernos, vivimos inmersos en una revolución tecnológica que promete cambiar el mundo de arriba abajo; si lo nuevo ha sustituido a lo bueno en el orden de nuestros valores?”, se pregunta Luri.
El autor estructura la obra en ocho partes (incluidas intro y cronología):
Introducción: ¿Para qué Sócrates? Si bien las “virtudes gerenciales” (eficiencia, competencia, productividad, innovación) parecen anunciar un anti-humanismo, no es así. El humanismo es diálogo, conversación. En la “edad del sentimiento”, vivimos el crecimiento de la indignación moral como forma predominante de la moralidad, el triunfo del individualismo posesivo (como criterio lógico y ético) y la progresiva sustitución del “zoon politikon” aristotélico por el hombre terapéutico (que necesita “encontrarse bien”, lo que significa para Jung “inflación del ego”). “Solo la sabiduría basada en el conocimiento de nosotros mismos, no la piedad, puede salvarnos” (Edward O. Wilson). Luri opone a Atenas (“el mayor bien para el hombre es conversar todos los días sobre la virtud”, Sócrates) con Jerusalén (“lo que no nace de la fe, es pecado”, San Pablo).
I. Sócrates, una primera imagen. Es un filósofo enigmático y un enigma filosófico, nacido en una Atenas de 355.000 habitantes (469 aC) que 40 años después contaba con 100.000 menos por las guerras y la peste. Es el 1º de los filósofos porque su “atrévete a pensar” es la esencia del socratismo. Fue sofista, pero no necesariamente relativista. Defendía que la excelencia (areté, virtud) podía enseñarse. Fue filósofo de la naturaleza, defensor de la política y de la risa.
II. Camino al pórtico: Del Teeteto al Eutifrón. La impiedad es un asunto político. Fue “el hombre tranquilo” (título de mi película favorita), le gustaba la compañía de la juventud bella, inteligente y virtuosa que gustaba de formarse. E inaugura la mayéutica. “Parir no es una actividad placentera. Es dolorosa y de resultados inciertos”. Es como un ciego con una antorcha (nos ilumina a nosotros, no a él).
III. Ante al magistrado real: el sofista y el político. Le denuncian por corromper a los jóvenes y reconocer a nuevas divinidades. Es sofista por su sabiduría y el conocimiento del poder del lenguaje. Se sitúa entre “los partidarios del fluir” (Heráclito) y los “partidarios de la permanencia” (Parménides). Es político porque conoce cómo funciona la ciudad: “El entusiasmo es el opio del pueblo” (Milan Kundera).
IV. La apología. Primavera del 399 a. C.: Sócrates comienza a “platonizar”. Sufre acusaciones antiguas, pero no se considera maestro de nadie. No nos podemos desentender de nuestra alma (Luri escribe que hay un hilo de unión entre esta Apología, las Confesiones de San Agustín y Rousseau, el psicoanálisis de Freud, la literatura de Proust, la filosofía de Husserl y la Sorge de Heidegger). Sócrates se presenta como el mejor educador de Atenas. Al final, 281 le consideran culpable y 219, inocente. Ha defendido orgullosamente la “enkrateia”, el dominio sobre uno mismo (su opuesto es la “akrasía”, incapacidad para seguir el rumbo marcado). En 2ª votación, 360 jueves están a favor de la pena de muerte y 140 en contra (79 de los que lo consideraban inocente, votan por su muerte). Su juicio hace pasar de la polis a las ideas (“La Antigüedad creía en la polis; nosotros, gracias a Platón, creemos en nuestras ideologías, que nos permiten confiar que el pensamiento no solamente puede comprender la naturaleza, sino también corregirla”.
V. El Critón. La altanería de Sócrates se convierte en docilidad. Porque “vivir bien es más importante que vivir”, su deber es cumplir con el deber (patriotismo constitucional) y, si bien en este texto no se habla del alma, sí de la politeia (el alma de la polis).
VI. El Fedón. Presentes y ausentes. “Aprender a morir es aprender a vivir” y “filosofar es prepararse para morir”. Si un hombre se irrita porque va a morir es porque no es un “filo-sofo” (amante de la sabiduría), sino un “filo-somatos” (amante del cuerpo), un “filo-khrematos” (amante de las riquezas) o un “filo-timos” (amante del prestigio). Lo que viene a demostrar Sócrates, siempre según Luri, es la inmortalidad del alma.      
El autor concluye, siguiendo a Rousseau, que si Sócrates hubiera muerto en su cama, hoy creeríamos que fue un solista más. Y tiene el acierto de acercarnos al humanista zafrense Pedro de Valencia (1555-1620) en su libro ‘La Academia o del criterio de la verdad’. Resalta que Sócrates aplicó la razón a la práctica de la vida. Un proyecto vital con un método: el dialogo.
Me ha encantado esta reflexión sobre la actualidad de Sócrates. Mi gratitud a Gregorio, a José Mari, a Mario y a Josep Maria.