Durante el fin de semana, he estado viendo el final de la temporada 2
de The Following, una serie que me atrae. Si en la primera, Joe Carroll
(asesino en serie y profesor de literatura, experto en Poe) contactaba con sus
seguidores por internet, en la segunda es esencial que graba y difunde sus
fechorías.
Ayer por la mañana estuve viendo la última película de Isabel Coixet,
‘Aprendiendo a conducir’. Es la historia de Wendy (Patricia Clarkson), una
critica literaria de Manhattan, que tras su separación matrimonial decide
sacarse el carnet de conducir. Su instructor será Darwan (Ben Kingsley),
refugiado político sikh que es además taxista nocturno y ha concertado
próximamente su boda. El guión es de Sarah Kernochan, basado en un artículo de
The New Yorker.
Me gusta el cine de Isabel Coixet (como probablemente sepas, porque lo
he comentado en alguna ocasión en este blog, los dos tenemos sendas hijas que
se llaman Zoe). Nacida en Sant Adrià del Besós, Barcelona, en 1960, ha rodado
una docena de películas (además de cortos y documentales). Mis preferidas, ‘Mi
vida sin mí’, ‘La vida secreta de las palabras’, ‘Elegy’ y ‘Mapa de los sonidos
de Tokio’. La próxima es ‘La librería’ (The Bookshop), basada en la novela de
Penelope Fitzgerald.
Patricia Clarkson y Ben Kingsley son dos de sus actores/actrices fetiche. Con ambos (y con
Penélope Cruz) rodó ‘Elegy’ en 2008.
Una cinta que te hace pensar (el paralelismo, Drive, entre conducir un
coche y manejarse por la vida), con dos protagonistas excelentes y un toque de
diversidad cultural entre Oriente y Occidente.
En El País Semanal de ayer, Gabriel García de Oro publicaba ‘El
trabajo en equipo está sobrevalorado’. Se refería al brainstorming (tormenta de
ideas), que criticaba Keith Sawyer (Universidad de Washington), la creatividad
(mejor a solas, según Adrian Fulham), los introvertidos (Susan Cain, TED), la
negociación, el miedo al error, la toma de decisiones… con dos citas muy
llamativas: “Cuando quiero que un asunto no se resuelva, lo encomiendo a un
comité” (Napoleón) y “El talento se cultiva en la soledad” (Goethe).
Con todo respeto y admiración a Gabriel, no creo que el trabajo en
equipo esté sobrevalorado, sino que llamamos equipo, en cinco de cada seis
ocasiones (un 80% paretiano) a lo que no lo es. Un equipo es un grupo humano
que genera sinergias, y por tanto cuyo resultado final es mayor que el de cada
uno de sus miembros por separado. Y ocurre en menos del 20% de los casos.
El “groupthink” (pensamiento de grupo) precisamente es lo contrario,
antisinergias. La unidad minima del Liderazgo es el tándem (el “llanero
solitario” es una fantasía), es decir, un equipo compuesto por dos personas
complementarias. Somos seres sociales (zoon politikon) y no individualistas.
Lo que ocurre es que un equipo no se improvisa. Necesita desarrollar
(en principio, a través del coaching) seis claves:
- Una visión (visión, misión y valores) compartida por los miembros
del equipo. Sus intereses han de converger.
- Un cierto aprovechamiento de la diversidad, especialmente la
intangible (formas de pensar, de sentir, de aprender).
- Un proceso sistemático de análisis de problemas y toma de
decisiones, así como de implantación.
- Confianza (que es una cuenta corriente emocional, con sus depósitos y
sus reintegros) y Compromiso (con reglas claras y explícitas).
- Una secuencia de aprendizaje, que suponga distinguir el error del
fracaso.
- Un análisis estratégico de clientes, proveedores, competidores, etc.
El brainstorming es una técnica (y nada más que eso) para determinadas
ocasiones. La búsqueda del consenso puede dar al traste una buena negociación.
Y sí, un camello es un caballo diseñado por un comité. Sin embargo, el trabajo
en equipo es más valioso que nunca, en términos de productividad, de
rentabilidad y de satisfacción de sus integrantes.
La soledad, en momentos elegidos voluntariamente, tiene mucha fuerza,
pero ha de ser la excepción y no la regla de nuestras vidas.