El factor Churchill y la magia de Oxford


Ayer, en la librería W H Smith de la estación de London Paddington, antes de viajar a Oxford, compré varios libros potencialmente interesantes. Entre ellos, ‘The Churchill Factor. How one man made history’ de Boris Johnson. Acaba de publicarse con motivo del 50º aniversario del fallecimiento de Sir Winston Curchill.
Boris Johnson (Nueva York, 1964) es el actual alcalde de Londres, desde 2008 (reelegido cuatro años después), y como tal lideró la ciudad en los Juegos Olímpicos de 2012. Miembro del Partido Conservador (es un “One Nation Conservative”), educado en la Escuela Europea de Bruselas y en Eton, estudió Clásicas en Oxford y fue presidente de la Oxford Union en 1986. Trabajó como periodista para The Times y The Daily Telegraph (como corresponsal en Bruselas, sus artículos gozaron del favor de los euroescépticos, y especialmente de Margaret Thatcher) y editor de The Spectator de 1999 a 2005. Fue diputado conservador (por Henley) en la Cámara de los Comunes de 2001 a 2008. En esos años fue “ministro en la sombra” de Cultura y de Educación. En 2008 derrotó al carismático laborista Ken Livingstone en la alcaldía de la capital.
‘The Churchill Factor’ es un libro magnífico. En 400 páginas resume el liderazgo, el carácter, los logros y el legado del primer ministro británico más importante de todos los tiempos.
Comienza con una introducción provocadora: “Un perro llamado Churchill”. El mayor hombre de Estado del país, un maestro de la oratoria, la persona que salvó la civilización, y hoy Churchill suena a la mayor parte de sus compatriotas su nombre se asocia al de un can (el símbolo de una aseguradora, desde 1994).
Un momento crucial en la historia fue la tarde del 28 de mayo de 1940. El gobierno británico, ya liderado por Churchill, recibió una oferta de mediación de Mussolini. Era la 9ª reunión en tres días, y allí estaban Chamberlain (primer ministro anterior), Lord Halifax (ministro de exteriores), Archibald Sinclair (líder del partido liberal), Clement Atlee y Arthur Greenwold (laboristas), el propio Churchill y el secretario del gabinete, Sir Edward Bridges, tomando notas. La situación era desesperada (Alemania había tomado Holanda, Bélgica, Francia) y prácticamente todos estaban a favor de la paz, principalmente Halifax (alto, de Eton y Oxford, un portento intelectual)… excepto Winston Churchill. Era “un universo no churchiliano”, pero el primer ministro se mostró como un luchador incansable. “El factor Churchill es que una sola persona puede marcar toda la diferencia”. Así es el Liderazgo.
¿Cómo explicar la forja de su carácter? El autor llama “factor Randolph” al que generó su padre, Randolph Churchill. Winston nació un 30 de noviembre de 1874 en Chartwell, residencia de los duques de Marlborough (el famoso “Mambrú se fue a la guerra”). Su padre fue a Eton, pero él fue enviado a Hartlow; Randolph estudió en Merton College, Oxford, en tanto que su hijo estuvo en la escuela militar Sandhurst. Expectativas: un entorno intelectualmente menos exigente. A Winston Churchill su padre (que fue ministro de finanzas en 1886 y falleció nueve años después) le inculcó ganarse lucrativamente la vida con el periodismo, la pasión por la política, ser conservador (desde la lealtad, no la fidelidad, como seguidor de Disraeli), y un coraje físico y moral espectacular. Ni demasiado compasivo, ni demasiado noble. Winston fue uno de los primeros pilotos (cuando la tasa de accidentes aéreos era de 1/5.000), luchó en guerras en cuatro continentes y se probó constantemente su valentía.
Churchill medía 1’67 m. Como Augusto, Napoleón, Mussolini, Stalin… y más bajo que Hitler. Es el “síndrome del bajito”, que hace compensar la grandeza. Parece ser que trataba a sus colaboradores peor que el Führer a los suyos; sin embargo, tenía un corazón compasivo, como demostró a la muerte de su Nanny (Elizabeth Ann Everest), en las trincheras, y fue un gran reformador social (pionero del estado del bienestar). “Es lo que los griegos llaman megalopsiquia: grandeza del alma”. Su ética fue precristiana, incluso homérica”. Gloria y Prestigio al Imperio Británico.
Escribió más que Shakespeare y Dickens juntos, y ganó el premio Nobel de Literatura. Los discursos del Führer alimentaban el odio y el rencor; los de Churchill te hacían sentir que eras capaz de cualquier cosa. Acuñó términos como Summit (cumbre), Telón de Acero, Oriente Medio.
Estuvo casado 56 años con Clementine (de él diría su esposa en su epitafio: “Aquí yace un hombre que siempre estuvo cansado, porque vivió en un mundo que le pidió demasiado”).
El capitulo X es uno de los más interesantes: “The Making of John Bull”. Churchill fue obeso, divertido, vividor, robusto y conectó con su pueblo porque compartía sus valores: el sentido del humor, la excentricidad, el individualismo, el gusto por beber. “Churchill fue el Imelda Marcos de los sombreros”.
¿Fue un fanático de la guerra? No, pero tampoco se escondía. En sus palabras: “en guerra, resolución; en la derrota, desafío; en la victoria, magnanimidad; durante la paz, bienestar”.
Lo que más sorprendió a su gran biógrafo Roy Jenkins fue la capacidad de trabajo de Churchill: “una máquina mental de cien caballos de potencia”30 libros, 8.700 páginas de discursos, leyó 5.000 libros… Una energía increíble, una memoria prodigiosa, una mente analítica y una capacidad periodística de síntesis, una creatividad asombrosa.
Jugó a la ruleta con la historia, y ganó porque con su ejemplo contagió el valor de su pueblo, embarcó a EEUU en el conflicto bélico y se mantuvo firme hasta el final (apoyó el Desembarco de Normandía frente a la opinión del rey Jorge). Cometió errores en su carrera (la defensa de Amberes en 1914, el desastre de Gallipoli, la infravaloración de Gandhi –“un faquir semidesnudo”- y de la India, la crisis de la abdicación –apoyó a Eduardo VIII-) pero meditó sobre ellos y siguió avanzando. Ganó la contienda, y perdió las elecciones de 1945 (según Boris, los laboristas hicieron mejores promesas para la paz). En Yalta, Stalin se quedó con el Este de Europa (excepto Grecia).
Churchill fue un europeísta convencido (fue suya la idea de una Unión a partir de Francia y Alemania) y también un euroescéptico que no deseaba ceder soberanía. Fue el creador de Oriente Medio (con el estado de Israel, aunque fue demasiado optimista). Cuando murió en 1965, 300.000 personas pasaron ante su féretro en Westminster.
Un libro impresionante. A partir de él, se ha hecho la aplicación ‘Piensa como Churchill’ (Think like Churchill).
Estoy convencido de que Boris Johnson (“la ambición rubia”, como le llaman por aquí) puede llegar a ser primer ministro del país. Mi gratitud por tan excelente libro. Ayer estuve viendo el debate a siete (dos horas) entre los candidatos, incluido el PM David Cameron y el líder laborista Ed Miliband, y dejaban mucho que desear.
Por lo demás, una preciosa jornada la de ayer en Oxford. Paseamos por Carfax y St Aldates, junto al Castillo, por la Christ Church (con el salón del colegio, recreado en Harry Potter), Turl y Broad Street (The Sheldonian, Trinity College), New College Lane (el puente de los suspiros), Radcliffe, La High, Merton Street, el puente de la Magdalena, y tuvimos tiempo para acercarnos a la Said Business School, junto a la estación de tren. Una ciudad mágica, inolvidable. El lema de su universidad es “la sencillez es el sello de la verdad” (Simplex Sigillum Veritas).