Anoche estuvimos viendo ‘Kingsman.
Servicio secreto’, escrita y dirigida por Matthew Vaughn. El Sr. Vaughn
(Londres, 1971) es el marido de Claudia Shiffer (sí, has leído bien; se casó
con la supermodelo alemana el 25 de mayo de 2002 y ha tenido con ella tres
hijos), ha producido seis películas: Lock & Stock (1988), Snatch: cerdos y
diamantes (2000), Crimen organizado (2004), Stardust (2007), Kick Ass: listo
para machacar (2010), X-Men: primera generación (2011) y Kick Ass 2: con un
par. Ésta es su primera cinta como director.
Matthew está especializado en llevar
cómics al cine. ‘The secret service’ es un cómic de 2012 de Mark Millar y Dave
Gibbons. Trata de un superespía, Jack London, que trabaja en el MI6 británico y
prepara a su sobrino, Gary, para el servicio secreto. Tienen que luchar contra
el Dr. Arnold, un magnate de la telefonía móvil, y Gazelle, su guardaespaldas,
que lleva piernas biónicas.
En la versión cinematográfica, Harry
Hart, al que llaman “Gallahad” (Colin Firth), entrega una medalla al valor a la
viuda y el hijo de un compañero muerto en acto de servicio. Ese niño, Gary
“Eggsy” Unwin (Taron Eggerton) acude a él. Gallahad le propone formar parte de
‘Kingsman’, una servicio secreto no perteneciente a ningún gobierno cuya
tapadera es una elegante y clásica sastrería londinense. Eggsy, que proviene de
los barrios bajos, debe superar las pruebas de acceso a las que le someten
Arturo (Michael Caine) y Merlín (Mark
Strong) y vencer a “los malos”, el genio de las telecomunicaciones Valentine
(el actor de color Samuel L. Jackson) y Gazelle (la argelina Sofia Boutella).
Joven con potencial (lo hemos visto desde ‘My fair lady’ y ‘Pretty woman’ a
‘Karate Kid’, ‘Nikita’ y ‘Entre pillos anda el juego’), chico marginal que
supera a los pijos y estética elegante (Colin Firth va vestido como David Niven
en ‘Casino Royale’ y Roger Moore en sus películas de la saga Bond; el chaval
lleva un chándal de Adidas, “product placement”) con una brutal apología de la
violencia (asesinatos masivos como si de un videojuego se tratara).
Hemos ido a verla siete personas,
cuatro adultos y tres menores. En Fotogramas, el crítico Antonio Trashorras la
llama “un pespunte de clichés bien acabado” en el que “nos lo sabemos todo…
pero, ¿y el buen rato que se pasa?”. La cinta desliza peligrosas ideas como que
los empresarios son los que tienen que mandar en el mundo, que somos demasiados
(el fantasma de Malthus) y hay que acabar con unos cuantos para reequilibrar el
planeta y que es justificable la violencia porque, al fin y al cabo, es química
en el cerebro.
La película ha funcionado
comercialmente. Costó 81 M $ (la tercera
parte que el último Bond, ‘Skyfall’ de Sam Mendes) y lleva recaudados 278 M $.
Se están planteando hacer la secuela. Lo más alucinante es que las críticas han
sido muy positivas: 8,1 en imdb (la base de datos internacional de cine), un
74% positivo en “Rotten Tomatoes”, que define la película como “estilosa,
subversiva y sobre todo divertida”. Es increíble que Firth, Jackson o Caine
tengan que apuntarse a proyectos así para continuar sus carreras
cinematográficas.
La química y el cerebro. ¿Qué nos
vuelve agresivos? Según el Dr. Joohyung Lee y el profesor Vincent Harley, del
Instituto Príncipe Henry de Melbourne, ante el mal estrés (distrés), los varones son más agresivos que las mujeres
(su respuesta instintiva es más de lucha que de bloqueo) por las proteínas SRY,
que regulan la presión sanguínea y la secreción de catecolaminas (hormonas del
estrés, incluyendo la adrenalina). Las proteínas SRY están en el cerebro, el
corazón, los pulmones, el hígado, los riñones y los testículos. Regulan la
función cardiovascular y la actividad neuronal. Esta investigación se ha
publicado en BioEssays.
Evidentemente, la agresividad está
ligada a la testosterona (una hormona más masculina que femenina), que es un
“conductor inconsciente” al consumo de alcohol… y los videojuegos (el gran
psicólogo Leonard Berkowitz, autor del clásico del 62 ‘Agression: A Social
Psychological análisis, nos enseñó que las personas se vuelven más violentas
cuando participan en actividades violentas). Craig Anderson (director del
centro para el estudio de la violencia de Iowa State University), en un estudio
con más de 3.000 jóvenes, demostró que aquellos que pasaban más horas con
videojuegos violentos eran más hostiles (aumentaba su pensamiento agresivo y
por tanto sus respuestas agresivas). El juego modifica el cerebro; el violento,
reduce la empatía (Christopher Ferguson, Stetson University).
¿Somos agresiv@s por naturaleza? La
respuesta de lucha es natural en todos los animales. A los mamíferos nos
activan para ello ciertas emociones (especialmente el miedo, la ira, la
vergüenza, el bochorno, los celos), y sin embargo los seres humanos somos
capaces de decidir voluntaria y libremente. Aristóteles, ese gran coach,
recomendaba a sus discípulos ver teatro (tragedia) para que se produjera la
“catarsis”. ¿No es ver teatro (o cine) lo mismo que disparar en un videojuego?
En absoluto. Una es una actividad contemplativa, reflexiva, de la que extraemos
lecciones. El otro es poco consciente, casi automático. Podemos ser agresivos
en “primera naturaleza”, diría Aristóteles, pero hemos de educarnos para que la
violencia no pertenezca a nuestra “segunda naturaleza” la de nuestros hábitos.
Porque la buena noticia es que no hay nada intrínseco, interno, que nos
convierta en agresiv@s. Siempre es la respuesta (que podemos controlar si
queremos) a un estímulo exterior. En palabras de Buda, “responde
inteligentemente al tratamiento no inteligente”.
Vayamos del miedo al amor. La revista
divulgativa ‘Muy Interesante’ recoge los estudios publicados en ‘Frontiers of
Human Neuroscience’: “El amor modifica el cerebro”. Más concretamente, hasta
una docena de áreas cerebrales, según han demostrado investigadores de la
Universidad de Hanui (China) con tests de resonancia magnética a un centenar de
jóvenes. El amor activa zonas relacionadas con la motivación, las recompensas,
las redes cognitivas, las aptitudes sociales… Cuando se produce una ruptura
sentimental, la actividad en estas zonas desciende.
El amor porque activa las hormonas
del placer (dopamina, norepinefrina y feniletilamina). El corazón se acelera,
las palmas sudan, la piel está más brillante. Se generan estados de atención
focalizada, euforia y adicción. Se reduce la serotonina (con la pasión el
pensamiento crítico se evapora) y, en el caso del sexo, se disparan los
estrógenos y la testosterona. El amor, en definitiva, activa el circuito neuronal
del placer (Helen Fisher, Rutgers University).
El amor no es química, es mucho más
(es “el lo que mueve el sol y las estrellas”, en palabras de Dante). Sin
embargo, el amor provoca reacciones químicas. Desde el olfato (atracción) a la
necesidad de estar juntos, pasando por las pupilas dilatadas, la atención y el
recuerdo, la autoconfianza, la presión arterial y el equilibrio de
neurotransmisores (oxitocina, testosterona).
Durante el orgasmo se genera una
impresionante actividad cerebral (incremento de sangre y oxígeno en la cabeza,
muy beneficiosos), se liberan endorfinas (que, como la morfina, reduce el
dolor, desde la espalda al menstrual), mejora la salud cardiaca, limpia de
toxinas la próstata, estimula el núcleo accumbens (centro del placer, que
activan la cocaína o el chocolate), quema calorías (como el mejor ejercicio
físico), permite dormir mejor, estimula el olfato (se desarrollan células en el
bulbo olfativo cerebral), segrega prolactina en las mujeres, reduce la ansiedad
(la oxitocina actúa contra el cáncer de mama) y estimula la DHEA, hormona que
retarda el envejecimiento, el Parkinson y el síndrome de fatiga crónica.