Comienza la semana en Madrid, con reuniones
internas de preparación de proyectos y revisión de objetivos estratégicos.
Tenía pendiente un artículo del maestro José
Antonio Marina en El Confidencial (30-XII-2014): ‘¿Existe una Ciencia de la
Felicidad o es un timo pseudocientífico?’ (www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2014-12-30/existe-una-ciencia-de-la-felicidad-o-es-un-timo-pseudocientifico_614536/)
Precisamente, el número de enero de 2015 de Psychology Today se titula ‘Beyond
Happiness: The Upside of Feeling Down’ (Más allá de la Felicidad: El lado positivo
de sentirse mal).
Marina considera que diseñar un plan
educativo es una de las tareas más complejas (“la que exige más competencias,
sabiduría, energía y humildad”). No están en condiciones de decidirlo ni los
políticos, ni los científicos, ni los empresarios ni los docentes a no que
elevaran sus planos parciales. “Hace falta poder
justificar los objetivos educativos, atender a las necesidades sociales, tener
claro el tipo de sociedad para la que se educa, ponderar la importancia de los
diferentes conocimientos y distribuir adecuadamente un tiempo escaso”.
José Antonio es
claro al respecto: “La psicología es un saber sometido a modas que acaban
teniendo una profunda influencia en los sistemas educativos”. Pone como ejemplo
al psicoanalista francés Françoise Doltò y el conductismo de B.F. Skinner.
El lado oscuro
de la psicología positiva. Al autor le gustaría que se sometieran a examen tres
escuelas psicológicas influyentes nuestro sistema educativo: la psicología
positiva, la educación emocional y las inteligencias múltiples. En concreto, en
el mencionado artículo se refiere a la “psicología positiva”, que tiene como
objetivo elaborar una ciencia de la felicidad.
“La felicidad
está de moda”, escribe JAM. ¡ Qué duda cabe! Conferencias, best-sellers, incluso
una industria de la felicidad. “Se ha producido una mezcla indigesta de
apelación al rigor científico, retórica de autoayuda, y coaching para la
felicidad”. Como ejemplo, que el monje budista Matthieu Ricard, sea considerado
“el hombre más feliz del mundo”, lo que para Marina (y para un servidor) es una
bobada.
José Antonio
Marina nos recuerda que “el actual interés científico por la felicidad fue
iniciado por la llamada “psicología positiva”, un movimiento comenzado en 1998
por Martin Seligman, psicólogo de gran prestigio, cuando fue nombrado
presidente de la American Psychological Association” (recuerdo que la primera
vez que nos conocimos, hace casi 25 años, Marina me habló de Seligman y su
concepto de “indefensión aprendida”). La nueva psicología se propuso como
objetivo “estudiar las bases del bienestar psicológico y de la felicidad,
así como las fortalezas y virtudes humanas necesarias para alcanzarlos”. De
hecho, “una actitud que cuadra muy bien con los intereses educativos,
porque la educación es fundamentalmente optimista, y cree en la
“perfectibilidad” del ser humano”.
Marina nos
advierte que “tal vez que se esté confundiendo felicidad –que es una palabra
profunda– con comodidad, ausencia de estrés o diversión”. Por ello, desde la
universidad española se ha criticado la psicología positiva (Marino Pérez
Álvarez, Edgar Cabanas, Luis Fernández-Ríos, María Prieto-Ursúa) y se ha
defendido, por catedráticos como Carmelo Vázquez y María Dolores Avia.
Martin Seligman,
uno de los padres de la psicología positiva (con Mihalyi Cszentmihalyi, creador
del concepto “flow”), escribe en su último libro ‘La vida que florece’: "Odio la palabra felicidad porque
está tan manida que ha perdido su significado. Se trata de un término
impracticable para la ciencia o para cualquier otro empeño práctico, como la
enseñanza, la terapia, la política pública o el cambio de vida a nivel
personal”. Seligman pretende sustituirla por “crecimiento personal”, lo que
para Marina “supone sustituir una palabra vaga por otra más vaga todavía”.
José Antonio
cree que “poner continuamente el énfasis en el bienestar psicológico, en las
emociones positivas, puede producir efectos negativos. Por de pronto
implica proscribir los sentimientos desagradables, alguno de los cuales son
necesarios: el esfuerzo, la responsabilidad, la culpa, el remordimiento, el
sacrificio. Con esa idea empequeñecida del bienestar se puede educar esclavos
felices”. Como ejemplo, las mediciones de las causas de la felicidad
(principalmente Sonja Lyubomisky) les permiten decir a los psicólogos sociales
que el 50% es de origen genético, el 10% de origen social, y el 40% restante
depende de la actitud personal. La Felicidad no se busca, se construye.
Marina reflexiona: “El entorno tiene tan poca importancia porque piensan que no
nos entristecen las cosas, sino las creencias que tenemos sobre las cosas, por
lo que basta cambiar estas creencias para encontrarnos bien. Esto, como es
obvio, puede conducir a una resignación social, a una inacción política,
a un cierto hedonismo emocional individualista”.
Para Marina, “es
una mala interpretación de la Psicología positiva, sin duda favorecida por sus
mismos expositores. Suponen que la psicología es la solución de todos nuestros
problemas y que una buena educación emocional nos dará la felicidad, la
plenitud, la justicia. La realidad no es así”. La empatía, por citar una
competencia, es necesaria para convivir; “pero los timadores y los
manipuladores son expertos en empatía, por lo que habrá que decir que la empatía
puede usarse bien o mal”. Y concluye: “No distinguir bien entre Psicología y
Ética es la gran equivocación de muchos de sus propagadores, aunque no de sus
autores fundamentales. Seligman distingue tres niveles: la vida centrada en la
satisfacción, la vida que busca unas gratificaciones más altas (como la
bondad), y la vida puesta al servicio de algo que transcienda al individuo.
Creo que los problemas que la introducción de la psicología positiva en las
escuelas provoca se eliminarían con una clara distinción entre estas dos
creaciones de la inteligencia humana, la psicología y la moral. La felicidad no
es un concepto científico. Es un concepto ético.”
De hecho, el
capitalismo también debería haber sido un concepto ético (Adam Smith escribió
su ‘Teoría de los sentimientos morales’ en 1759 y ‘La Riqueza de las Naciones’
en 1776 y era catedrático de filosofía moral en la Universidad de Glasgow) y el
talentismo debe serlo. Me gusta repetir que, como considera Marina, “la ética
es el modo más inteligente de vivir”.
Mi gratitud a José Antonio Marina por un artículo
tan brillante y por poner el foco en los peligros de una felicidad naïf.