Viaje a Sevilla en
el AVE de las 11 de la mañana. Estaré en la capital hispalense, la ciudad más
presente en la ópera mundial, hoy y mañana con motivo del Congreso anual de
CEDE. Una ocasión muy especial para compartir y aprender.
En portada de El
País de hoy, ‘¿Cómo se motiva a un ‘nini’?’. No por casualidad, esta “noticia
central” comparte la página uno con otras seis: “PP y PSOE se movilizan contra
la corrupción acuciados por Podemos”, “Granados y su socio repatriaron cuatro
millones en 2007 desde Singapur”, “La ONU alerta que es vital reducir las
emisiones al 70% en 2050”, una tribuna del presidente de Colombia, Juan Manuel
Santos: “Hay que poner fin al conflicto de las FARC de una vez por todas” y una
entrevista de Tereixa Constenla al director de la RAE, José Manuel Blecua: “Los
hablantes pueden prescindir del Diccionario”. Los ninis (ni estudian ni
trabajan) se “nutren” de la desesperanza (por la corrupción, por el cambio
climático) y de la falta de educación. El Talento (o la falta del mismo) es
inseparable del Contexto.
Enfermedad de la
desesperanza. Durante la guerra de Corea, un sorprendente número de soldados
norteamericanos apresados por el enemigo (nada menos que el 38%) se suicidaron.
El General William Meyer analizó 1.000 casos y concluyó que lo hicieron, sin
apenas torturas ni condiciones especialmente difíciles, porque los enemigos
utilizaron cuatro tácticas (puedes leerlo extensamente en el espléndido libro
‘¿Está lleno su cubo?’ de Tom Rath y Don Clifton):
- Incentivos para
delatarse unos a otros, que generan desconfianza.
- Autocrítica
convertida en humillación (los soldados confesaban ante sus compañeros todo lo
malo que habían hecho).
- Romper la lealtad
hacia sus líderes. Sus “mandos del ejército” ya no tenían credibilidad.
- Ausencia de
cualquier apoyo emocional positivo.
Estas cuatro
tácticas nos son hoy inusualmente familiares. Escasea la credibilidad de los
líderes empresariales y sociales; los medios de comunicación se dedican a
airear los casos de corrupción, sin equilibrio con casos emocionalmente
positivos; la humillación es la regla y la dignidad, la excepción.
En el mencionado
diario, Carmen Pérez-Lanzac nos presenta a José Luis Flores (Selú para sus
amigos), 23 años, 3 sin hacer nada (ni estudiar ni trabajar), consumidor
compulsivo de televisión y del PS4 (Fifa 14). El 25% de nuestros jóvenes entre
15 y 29 años son ninis (en la OCDE, el 15%). Triste record el de nuestro país,
a la cabeza de Europa por ninis. Son un tercio de quienes acabaron secundaria,
un quinto de quienes han hecho la obligatoria y un cuarto de los
universitarios. Lamentable.
El bloqueo de
Flores “se debió al fracaso escolar”. Selú repitió primero, segundo y tercero
de secundaria. “En septiembre de 2011 se apuntó a una escuela para adultos
donde cumplió con la exigencia de su madre y se sacó la secundaria”. El chico
vive en Cádiz, la provincia con más desempleo (un 42’4%; un 69’2% entre los
menores de 25 años). No va a cursos de formación (“me da flojera”, declara). Su
madre, Mª Carmen (53 años, separada, alegre, llena de vitalidad) trabaja en una
confitería familiar y apenas llega a fin de mes. “En Cádiz es imposible tener
confianza”, declara. Eso sí, le paga el gimnasio (32 euros mensuales) y le
adelantó 160 € de la videoconsola (el resto, vendiendo la anterior). ¿A quién
va a votar el chaval? Te lo puedes imaginar. A Podemos: “Es el que mayor
confianza me da”.
En este artículo,
la psicóloga María Cuadrado distingue entre los ninis que dejaron de estudiar a
los 16 y los universitarios. Los primeros están desorientados y los segundos,
desencantados. “Hay que inculcarles una cultura del esfuerzo, que no dejen de
formarse, de hacer entrevistas. En última instancia, emigrar. Todo menos cronificarse”.
Amado Benito, también psicólogo, opina que “es importante que el entorno del
joven dé señales de que haciendo cosas puede cambiar su realidad”. “Si le
ayudan a subsistir, no lucha, se rinde”. Se abandona.
Como en la enfermedad
de la desesperanza estudiada por Mayer, observamos deslealtad hacia los padres,
desconfianza hacia el sistema, humillación propia (encerrado en casa, del salón
al dormitorio) y ausencia de apoyos emocionales positivos para luchar.
¿Cómo motivar a los
“ninis”? Como se motiva a cualquier ser humano. No desde fuera (esa fantasía de
“el palo y la zanahoria”, la promesa de premio y de castigo), sino desde
dentro. No se trata de improvisar, sino de aprender de quienes más saben, que
son, en mi modesta opinión, José Antonio Marina y Daniel Pink (‘La sorprendente
verdad sobre qué nos motiva’). La motivación es cuestión de propósito (en el
caso de los ninis, de encontrar su verdadera vocación, lo que les gusta hacer,
y no convertirse en zombis devoradores de “programas del corazón”, teleseries y
videoconsolas), de autonomía (encontrar el “terreno de juego” en el que se
sientan bien, no por placer, sino por felicidad, como parte de un equipo) y de
maestría (desarrollar su talento a partir de lo que les gusta). Motivación de
despegue y motivación de continuidad, en palabras de JAM. Frente a la apatía,
ilusión. Nadie motiva a nadie; hemos de conseguir que estos ninis se “motiven”,
se muevan, se movilicen, se marquen un reto acorde con su talento, porque todos
lo tenemos y hemos de encontrarlo.
Mi gratitud a
quienes se dedican, desde el pensamiento y desde la acción, a que estas
personas salgan adelante. Como sabes, en la entrada del infierno según La
Divina Comedia de Dante rezaba esta inscripción: “Lasciate ogni speranza”
(Abandonad toda esperanza).