Ayer estuve viendo con mi padre la
película mexicana ‘No se aceptan devoluciones’, de Eugenio Derbez (este
talentazo la escribe, dirige, produce y protagoniza). Más de 25 millones de
espectadores en México y Estados Unidos. Una tragicomedia muy humana y
sensible, sobre el miedo, el compromiso y las cosas importantes de la vida. Una
crítica tan feroz como sutil de la diferencia cultural entre latinos y
anglosajones (Acapulco vs Los Angeles). No te la puedes perder. Salimos con muy
buen sabor de boca, lágrimas en los ojos y fortalecidos de espíritu.
Hoy tocaba libro importante, ‘Ego.
Las trampas del juego capitalista’, de Frank Shirrmacher, uno de los diez
pensadores más influyentes del mundo. Más de un cuarto de millón de ejemplares
vendidos en Alemania. El Dr. Schirrmacher, que estudió Filosofía en Heidelberg
y Cambridge, codirige desde 1994 el Frankfurter
Allgemeine Zeitung. Autor de ‘El complot de Matusalen’, más de un millón de
ejemplares, traducido a 14 idiomas. Un intelectual de talla mundial.
Cita inicial, de Foucault, ya nos
inquieta: “No deberíamos tratar de descubrir quiénes somos, sino qué nos
negamos a ser” (me ha recordado a Maturana, de quien hablaba anteayer Luis
Picazo, y su pregunta a las organizaciones sobre lo que no están dispuestas a
cambiar). En el prólogo, frases como “Nos hemos vuelto sumamente simples”, “Los
economistas se han hecho cargo de la gestión del alma del hombre moderno”,
“Vivimos en la nueva era del capitalismo de la información”, que “no conoce
comportamientos que no tienen motivo”, “La nueva economía ama el dilema del
prisionero”, “La traición del prójimo no solo está prevista en este juego, sino
que es la norma aceptada como modo de comportamiento racional”, “Se ha
observado que personas que entran en contacto con este pensamiento cambian de
comportamiento”, “Poblar los modelos económicos de personas de carne y hueso
nunca ha sido el objetivo de los economistas”, “es la economización de todo y
de todos”, “la economía del comportamiento es una ideología neoclásica
–neoliberal-, camuflada”.
Dos partes. La primera, ‘La
optimización del juego’, con 22 capítulos. Tras la II Guerra Mundial, la Guerra
Fría y la justificación del comportamiento egoísta (“el propio interés
racional”). La Rand Corporation, al socaire del secreto militar, se convirtió
en la fábrica de ideas más potente de EE UU (“una de las mayores inflexiones de
la historia intelectual de Occidente”). Los economistas ofrecen una respuesta:
el Homo oeconomicus (“El Homo oeconomicus es un sociópata”, Lynn
A. Stout, Cornell). En los 50 aparecen los primeros ordenadores, que llegarán
“democratizados” a los hogares en los 80. Es la “mecanización del espíritu”
(Jean-Pierre Dupuy). Los de la Rand eran partidarios de la escuela de Chicago.
El ego se convierte en “ley natural” y la teoría de juegos la sustenta. La
verdad es aquello en lo que creemos (esta filosofía descabellada por el egoísmo
se la inculca Ayn Rand a Alan Greenspan). Y después surgen los “laboratorios de
Frankenstein en Wall Street” (Joseph Stigliz), porque para existir hace falta
una ideología. Tenemos el monstruo, los locos científicos (como el Dr.
Strangelove de la película de Kubrick), los matamonstruos (cazadores de
dragones) y el guión: la “teoría de la elección racional”. La sublimación es el
“equilibrio de Nash”, que hoy en día está presente en todo (es “el gran
autómata del ego en el corazón de nuestros sistemas”). Douglas Rushkoff y
Phillip Mirowski se han percatado de que los pioneros de esta racionalidad
presentaban signos de trastorno mental grave, como paranoia y esquizofrenia. Se
abusa de las tecnologías y de las teorías. Los físicos se pasaron a los
mercados de valores (“Si Einstein fuera hoy joven, trabajaría quizá en Wall
Street. Por desgracia ganaría tanto dinero que al caer la tarde estaría tan
agotado que nunca se habría hecho famoso”, Joseph M. Pimbley, American Physical
Society, 1996). La codicia y el miedo resultan estímulos suficientes para el
juego de la vida (el físico Stefan Klein, en ‘La revolución generosa: por qué
la colaboración y el altruismo son el futuro’, ofrece una alternativa mejor).
el golpe de efecto fue en 1994, con la subasta de frecuencias e
telecomunicaciones (“la madre de todos los sistemas”). En el interior de una
máquina, todo lo que hace se convierte en ley natural. “En todo el mundo, el
valor especulativo de los derivados creció de cero en 1970 a 1.200 billones de
dólares en 2010, siendo 20 veces mayor que el PIB del planeta entero”.
Autómatas, androides, Estados como máquinas. Cerebro: el ser humano se adapta
al autómata. “La publicidad es una fuerza amoral como la electricidad, que
alumbra y puede matar con una descarga” (Walter Thompson, 1925). El egoísmo
conquista el genoma (Richard Dawkins, 1976; entre sus mayores adeptos, Jeff
Skilling, gran jefe de Enron). “La ley de las consecuencias no deseadas ocurre
cuando un sistema simple trata de regular un sistema complejo” (Andrew Gelman).
“Las personas que se crían en una cultura del juego oculto sufren horribles
problemas psíquicos” (John W. Campbell, 1955). Las egomáquinas desencadenan
guerras (una crisis de Cuba permanente). “Todo gobierno, incluido el de Estados
Unidos, no solo sabe menos que el mercado (que no es otra cosa que un gran
ordenador), sino que los gobiernos ya son incapaces de expresar la voluntad de
la mayoría”. La nueva política responde al equilibrio de Nash (juego de
soberanía). “Entre todas las malas noticias del documental Inside Job de Charles Ferguson, sin duda la peor es la que se
refiere a la administración Obama: el gobierno estadounidense no solo ha
protegido a las élites financieras, sino que las ha integrado en su gabinete”.
Angela Merkel habla de una “democracia acorde con el mercado”. Los mercados han
deslegimitado a los Estados, pues estos ya no comprenden los modernos procesos
monetarios y de información (Phillip Bobbitt). Con los “Big Data”, según
McKinsey en 2018 harán falta 200.000 analistas de datos. “¿Quién necesita una
teoría cuando cuenta con tantos datos?” (Nate Silver).
Segunda parte: La optimización del
ser humano. “Para entender una máquina hay que leer las instrucciones de uso”.
50 M de libros de autoayuda, como ‘El secreto’, ‘El poder’ y ‘La magia’. La
persona que elige su propio destino. El éxito: “Dios quiere que seas rico, ¿por
qué no lo eres?” Es la “economía del espíritu” (George Gilder, archiconservador
y asesor del presidente de EE UU), “el fin de la tiranía de la materia”. Quien tiene
éxito es porque lo ha atraído, como a una amiga en la red social. “Convierte tu
alma en oro, pues trabajar es trabajarte a sí mismo”.
“Talento, la palabra preferida en
todo el mundo para las ofertas de empleo, es una eterna promesa, un puro
potencial”. “Si veo una gelatina dulce y marrón en su corbata, es suciedad. Pero
si pongo esa misma suciedad en un plato, es crema de chocolate. Los datos son
como la suciedad, pero si se colocan en el lugar que les corresponde y se
establece un orden, se convierten en conocimiento” (Arno Penzias, premio Nobel
de Física). Sí, estamos en la era de la información, pero la información no es
la predecesora del conocimiento, sino el instrumento del vendedor (Earl
Shorris). Pérdida de identidad, que han descrito Oscar Wilde, Kafka, Aldous
Huxley, George Orwell, Max Frisch y Richard Sennett. Y locura colectiva: en EE
UU el Estado gasta más en cárceles que en universidades. Para acabar con esta
idea del Ego, “matar a la marioneta”. Sería la respuesta de Paul Valéry
(1871-1943), “en cuyas obras se encarna Europa como en ningún otro escritor”. “Es
la frase más simple con la que se puede
paralizar la lógica inmisericorde en una sociedad y una economía automatizadas
y crear nuevas libertades, tanto da si se trata de especulaciones superseguras
sobre el futuro de los mercados o de predicciones sobre personas y sus
pasiones. La frase para matar a la marioneta reza: la respuesta era incorrecta”.
Gracias a talentos como Frank
Schirrmacher y Eugenio Derbez, hay esperanza.