Ayer por la tarde fuimos a ver El lobo de Wall Street, la última
película dirigida por Martin Scorsese con un Leonardo di Caprio en estado de
gracia (me parece la mejor cinta de este magnífico actor, todo un recital).
Cinco nominaciones a los Óscar, incluyendo mejor película, mejor director,
mejor actor protagonista, mejor actor de reparto y mejor guión adaptado). Tres
horas que se te pasan en un vuelo, porque la historia es muy potente y está
primorosamente filmada.
Me ha interesado tanto este “caso
práctico de capitalismo salvaje” que hoy he leído El lobo de Wall Street de Jordan Belfort. Efectivamente, un relato
absolutamente veraz (la realidad supera la más delirante de las ficciones)
sobre un chaval de 24 años que se convierte en bróker bursátil y monta una
agencia de nombre respetable (Stratton Oakmont) que vendía chicharros al 1% de
personas más acaudaladas (que, según Belfort, son unos viciosos del juego, en
este caso de la compra y venta de acciones) y con la que obtenía más de 50
millones de dólares al año. En 1991, la periodista Roula Khalaf le llamó
“versión pervertida de Robin Hood, que les roba a los ricos para darse a sí
mismo y a su alegre banda de corredores de Bolsa”.
Más allá de los escándalos, de los
excesos, de las drogas, del sexo, del lujo pretencioso, del secreto bancario
suizo (Belfort lo llama “el país de las ratoneras”, por los testaferros) y del capitalismo salvaje (Jordan comenta en
su libro que “las mejores y supuestamente más respetables instituciones
financieras habían alterado el mercado de bonos del Tesoro (Salomon Brothers),
llevado a la bancarrota al condado de Orange, California (Merrill Lynch) y despojado
a abuelitos y abuelitas por un valor de 300 M $ (Prudential-Bache)”), podemos
aprender del liderazgo de este “lobo de Wall Street”, porque, sí, Jordan
Belfort fue un líder, en la medida de que inspiraba (a los suyos, a los que
quería “hacer ricos en poco tiempo”), hacía equipo (con los suyos) y transmitía
energía (un optimismo contagioso y una ilusión desbordante). En el libro se nos
cuenta que los strattonitas tenían un lema: “Carpe Diem” (aprovecha el
momento).
Libro y película nos ofrecen dos perlas.
La primera, en la salida a bolsa de la compañía de zapatos Steve Maden (páginas
111-126): “¿Sabéis cuan infrecuente es eso de encontrar a alguien capaz de
crear una tendencia e imponerla? ¡Las personas como Steve aparecen una vez cada
década! Y cuando ello ocurre, se convierten en nombres que todos reconocen,
como Coco Chanel, Yves Saint Laurent, o Versace, Armani, o Dona Karan, y otros
pocos como ellos”. ¡Qué apelación a las Marcas poderosas, a la acción (“El
teléfono no funciona solo. Si no os ponéis en marcha, no es más que un inútil
pedazo de plástico”) y a los resultados (“id a vuestras mesas, recorred
vuestras listas de clientes desde la A hasta la Z. ¡Y no toméis prisioneros!
¡Sed feroces! ¡Sed perros de ataque! ¡Sed unos terroristas telefónicos! Haced
exactamente lo que os digo y, creedme, de aquí a pocas horas, cuando todos los
clientes estén ganando dinero, me lo estaréis agradeciendo”).
Y la otra tiene que ver con la
capacidad comercial, esencial en toda empresa. Cuando Belfort es contratado en
Wall Street por LF Rothschild, aprecian su talento como vendedor. Y cuando
funda Stratton Oakmont, lo que hace es contratar buenos comerciales (de coches,
de carne o de droga). Se trata de detectar/crear (yin-yang) las necesidades de
los clientes, y no obsesionarse con el producto (léase Vender es Humano de Daniel Pink), como le demuestra su amigo Brad
(“- escribe tu nombre, -no tengo bolígrafo, -entonces necesitas uno”).
Jonas Belfort, el lobo de Wall
Street, fue acusado de estafa y de blanquear dinero y pasó 22 meses en una
cárcel, de la que salió en 2005. Ahora se dedica a dar conferencias de
motivación. Puedes ver en Youtube su vídeo “El arte de la prospección. Las
cinco claves de la maestría comercial”: www.youtube.com/watch?v=P3v6uz40iMU
No cabe duda de que el tipo tiene talento en esto de vender, y que demuestra
que el proceso comercial debe seguir una sistemática comercial.
Mi agradecimiento a quienes nos han
presentado esta fabulosa historia: a Martin Scorsese, Leonardo di Caprio y las
personas que han hecho posible la versión cinematográfica de “El lobo de Wall
Street”. A Roger, el editor, y Agustín, el traductor del libro en castellano. Y,
sí, a Jordan Belfort, por compartir con nosotr@s su auge y caída. Un gran “business
case” de cómo la codicia ha estado tan presente en el capitalismo y de cómo tíos
listos como él han sabido aprovecharse de ello.