Esta mañana mi amigo Martín ha sacado
entradas para la película italiana La
gran belleza (La grande belleza), de Paolo Sorrentino. La historia de Gep
Gambardella (Toni Servillo), un escritor y periodista de 65 años muy elegante
en sus formas y en el vestir, que disfruta de las noches de una Roma decadente
y de las relaciones con sus amigos (entre ellos, la directora de la publicación
en la que escribe), los nobles, cardenales y santos. Un retrato magnífico, colosal,
de una Roma (de una Italia, de una Europa) decadente. Espeléndidos Carlo
Verdone, Sabrina Ferilli y Carlo Buccirosso. Puedes ver el tráiler en www.youtube.com/watch?v=P9i1_L9MDsI
Atención a toda la banda sonora, maravillosa (desde versiones dance de “A far
l’amore comincia tu” de Rafaella Carrá o “Take my breath away” a temas clásicos
como el que cierra la cinta: www.youtube.com/watch?v=G_2owlRkTjc).
Mis cuatro frases de la película son: "A los 65, no voy a hacer cosas que no quiero hacer", "¿Qué voy a hacer? Lo único que sé hacer. Seguir adorándola", "A mi edad una mujer hermosa ya no es suficiente", "¿Por qué nos quieren quitar la nostalgia a quienes ya no tenemos fe en el futuro?".
Muchas gracias a Martín por la
elección de la película.
Ayer ese recorrido mágico por los
lugares más emblemáticos de la ciudad eterna triunfó en la 26ª edición de los
premios de la Academia de Cine Europeo. Mejor película, mejor director (Paolo
Sorrentino), mejor actor (Toni Servillo, una interpretación magistral, con
numerosos primeros planos).
Esta es la crítica de Sergi Sánchez
en Fotogramas: “La gran belleza empieza con una de las fiestas mejor filmadas de la
historia – una celebración supina de la vulgaridad berlusconiana, una parada de
los monstruos que hay que ver para creer -justamente para informarnos de que la
fiesta ha terminado. No es difícil detectar en el maestro de ceremonias de tan
fastuoso guateque, Jep Gambardella (memorable Toni Servillo en su cuarta
colaboración con Sorrentino), la sombra del Marcello Rubini de La Dolce Vita, como si el retrato que
hizo Fellini de la decadencia romana no hubiese cambiado ni un ápice en más de
medio siglo. Pero sería hacerle un flaco favor a una película tan
generosa con su público el hecho de considerarla un simple homenaje.
En La gran belleza se proyectan los fantasmas de Giulietta de los Espíritus (1965) y respira la espectral Ciudad
Eterna de Roma (1972), pero el
deambular en círculos de Gambardella se desprende de su herencia felliniana
cuando calma sus ánimos grotescos y se abandona a la melancolía. El cine de
Sorrentino está tan cerca de lo ridículo ('Un lugar donde quedarse') como de lo
majestuoso, como es el caso. Y si su tendencia al exceso y a lo episódico
le hacen parecer epidérmico es porque todo, desde una ridícula performer hasta
una monja momificada, le interesa. Simplemente, sabe poner el mundo a nuestros
pies.”
Si es posible, no te pierdas La gran belleza en el cine. Un extraordinario
espectáculo.
He estado leyendo el voluminoso Antifrágil. Las cosas que se benefician del
desorden de Nassim Nicholas Taleb (autor de El cisne negro). A lo largo de 650 páginas (en lo que el autor
considera siete libros) nos presenta una nueva forma de pensar la realidad.
En la primera parte, Taleb nos
introduce a lo antifrágil. Es más que lo robusto, que lo resiliente (lo que no
se rompe ante la adversidad), sino que se supera en los momentos difíciles. No
tenemos una palabra para este concepto (la fragilidad reversa), y eso que juega
un papel destacado en nuestras vidas. El
cuerpo humano (o de cualquier organismo vivo) suele ser antifrágil. Los
músculos, por ejemplo, se fortalecen con el ejercicio físico; el cuerpo se
vacuna con pequeñas dosis de toxinas. “La evolución nos ha diseñado
antifrágiles”, porque la evolución en sí misma es un proceso antifrágil. Los
estresores te vuelven más fuerte.
La modernidad ha “fragilizado” los
sistemas complejos (la economía, la política, la sanidad, la educación) y ésa
es la tragedia, la sobreprotección. En
un mundo vulnerable e impredecible (VUCA), el liderazgo antifrágil es la
repuesta.
Iatrogénica: “en Estados Unidos los
errores médicos matan entre 3 y 10 veces más que los accidentes
automovilísticos”. Taleb nombre un gran número de ejemplos al respecto. Pero
este no es el único campo donde la iatrogénica campa a sus anchas: desde el
urbanismo a las empresas. Ser antifrágil significa saber sacar provecho o
beneficiarse del estrés, de los errores y del cambio (de igual forma que la
mitológica Hidra generaba dos cabezas nuevas cada vez que le cortaban una de
ellas).
Hemos estado fragilizando la
economía, nuestra salud, la vida política, la educación, y casi todo al tratar
de eliminar el azar y la volatilidad” y entonces lo que ocurre es que “impedir
sistemáticamente que se produzcan incendios forestales para estar seguros hace
que uno importante sea mucho peor”. Los esfuerzos verticalistas para eliminar
la volatilidad (desde los “padres neuróticamente sobreprotectores” al ex presidente
de la Reserva Federal, Alan Greenspan, de solucionar las fluctuaciones
económicas inyectando dinero barato en el sistema) acaban haciendo que las
cosas sean más frágiles, no menos.
Taleb, que ha trabajado como agente
de derivados y analista cuantitativo, y que posee el título de profesor
distinguido de ingeniería de riesgos del Instituto Politécnico de la
Universidad de Nueva York, parece tenerlo muy claro. Nos incita a pensar por
qué lo pequeño podría ser menos frágil que lo grande (y nos proporciona una
renovada comprensión del conocimiento práctico (el de ingenieros y empresarios)
en contraposición con el conocimiento académico que se adquiere en la
universidad.
Un texto demasiado largo, aunque
controvertido e inspirador: “cuantos más datos recibes, menos sabes qué está
pasando”.
Necesitamos líderes antifrágiles para
marcar la pauta, hacer equipo y generar energía en este mundo VUCA, y un buen
ejemplo de ello es el recientemente fallecido Nelson Mandela.
La respuesta a su desaparición me parece
un juego de luces y sombras. Reconozco positivamente que el planeta entero haya
llorado su pérdida. Y lamento consternadamente que no hagamos honor a su legado
desde su ejemplo, desde las conductas. Como siempre, demasiados discursos,
demasiadas palabras, demasiada demagogia, demasiado apuntarse a Mandela como “maestro”.
Y poca humildad, poca generosidad, poca sensibilidad a quien es diferente. Eso no
es propio de líderes antifrágiles, sino sumamente frágiles y decadentes, como
los que La gran belleza nos muestra.