Ayer me
entrevistó un periodista brasileño de Globo TV para un reportaje sobre los éxitos
de La Roja. El equipo lleva casi un mes en España (ha estado en la
concentración de la selección, en Gijón en el partido contra Finlandia, en
Valencia con Marcos Senna, en Barcelona con Andrés Iniesta y el martes
entrevistará a Vicente del Bosque). El día 16 de junio se emite el programa en
Brasil, con motivo del inicio de la Copa Confederaciones. El mundo admira a La
Roja, y de ello hemos de sentirnos muy orgullosos, porque el éxito no es por
casualidad.
Entre las
películas que he visto esta semana ha habido una española, Los últimos días, de los hermanos Álex y David Pastor. Un thriller
apocalíptico que va de menos a más, inspirado en la novela La ciudad silenciosa, de José Luis Caballero. Trata de una extraña
fobia, el Pánico, que se extiende como un virus por todo el planeta. En
Barcelona, dos hombres (un informático, interpretado por Quim Gutiérrez, y un
“despedidor” contratado por la empresa, José Coronado), que buscan a su novia y
a su padre, respectivamente, luchan por sobrevivir.
Me han gustado
mucho las interpretaciones (especialmente la de José Coronado, que está
soberbio, y también las de Quim Gutiérrez, Marta Etura y Leticia Dolera) y el
sentido del argumento.
He estado
leyendo La gran degeneración. Cómo decaen
las instituciones y mueren las economías, de Niall Fergusson. Historiador
británico de moda (el más brillante, según The
Times), profesor a la vez de Harvard, Stanford y Oxford, es una de las cien
personas más influyentes del mundo según Time.
Hablé de él y de su libro anterior, Civilización,
en mi libro Del Capitalismo al Talentismo.
Hace 25 años,
nos recuerda Niall Fergusson, que Francis Fukuyama proclamó “el fin de la
historia”, “el triunfo de Occidente”. Desde entonces, la decadencia es más que
clara: crecimiento mínimo (decrecimiento, en el caso de España), deuda
asfixiante (en EE UU, la deuda pública + privada supera el 250% del PIB), una
población envejecida y conductas antisociales.
El profesor
Fergusson cita dos pasajes poco conocidos de La Riqueza de las Naciones en los que Adam Smith habla del “estado
estacionario”: la situación de un país anteriormente rico cuyo crecimiento ha
dejado de crecer. En el XVIII, China; hoy, Occidente. ¿Por qué? Porque los
salarios de la mayoría de la gente son miserablemente bajos y porque una élite
corrupta y monopolista explota el orden jurídico y la administración pública en
su propio beneficio. ¡Qué listo era aquel economista escocés!
Civilización degenerada,
estados estacionarios. La movilidad social ha descendido a la mitad en EE UU en
los últimos 30 años, de modo que los miembros del quintil inferior solo tiene
un 5% de probabilidades de subir al quintil superior (es lo que el politólogo
Charles Murray llama “élite cognitiva”: colegios, trabajos, matrimonios, para
perpetuar a los miembros de la clase social).
Fergusson abre
en este libros cuatro “cajas negras”:
- Democracia. La
clave está (para Fukuyama) en las tres claves de un orden político moderno: un
Estado moderno y capaz, la supeditación de ese Estado al imperio de la ley y la
responsabilidad del gobierno ante todos los ciudadanos. Acemoglu y Robinson
recuerdan que la clave, en Inglaterra, fue la revolución de 1688. Paul Collier
y Hernando de Soto están en la misma línea. ¿Educación? Según PISA 2009, la
diferencia entre Shanghai y EE UU es tan grande como la de los estudiantes
estadounidenses y los tunecinos. Según el FMI, el año pasado la deuda pública
bruta de Grecia es el 153% del PIB, la de Italia es del 123%, la de Irlanda, el
113%, la de Portugal, el 112%, la de EE UU, el 107%, la de Japón, el 236%. “El
actual sistema es, para decirlo sin rodeos, fraudulento”, escribe NF.
- Capitalismo.
¿Economía darwiniana? Para algunos (Krugman, Johnson), esta crisis fue por
insuficiente regulación financiera. Para otros, regulación compleja en exceso.
El autor aboga por el encarcelamiento de los malos banqueros.
- Imperio de la
ley. Una ley accesible (viable, inteligente, clara y predecible), que proteja
los derechos humanos, con procedimientos justos y servidores honestos. Si el
Estado abusa de la ley (por seguridad
nacional, complejidad, intrusión del derecho europeo, mayor coste), esta
idea se desvanece. Fergusson cita a Mancur Olson: “con el tiempo es probable
que todos los sistemas polñiticos sucumban a la esclerosis, principalmente
debido a las actividades orientadas a la búsqueda de rentas por parte de grupos
de intereses organizados”.
- Sociedad
civil. De La Democracia en América de
Alexis de Tocqueville a Solos en la
bolera de Robert Putnam: el “capital social” ha disminuido radicalmente.
¿Ha sido por la tecnología? Para el historiador británico, es por el papel del
Estado (somos menos asociativos). Fergusson aboga por la privatización de las
escuelas.
En conclusión,
Niall vislumbra riesgos de burbuja de precios, corrupción política, desigualdad
de la renta y fracaso contra la inflación; y no se siente “tecno-optimista”.
“Queríamos coches voladores y en su lugar tenemos 140 caracteres” (Peter
Thiall, Palo Alto).
El autor
reconoce su admiración por Douglas North (premio Nóbel de Economía, experto en
instituciones), Paul Collier (experto en África), Hernando de Soto (El misterio del capital), Andrei
Shleifer (legislaciones y sistemas económicos) y sobre todo Jim Robinson y
Daren Acemoglu (Por qué fracasan los
países).
Mi
agradecimiento a Neill Fergusson y a Álex y David Pastor, que desde la labor de
historiador y de directores de cine nos abren los ojos sobre “la gran
degeneración” de esta sociedad.