Jornada de
lunes que he empezado esta mañana a las 8 con un proceso de coaching estratégico
con el Director General de una empresa del IBEX (una gran persona, un excelente
profesional, sometido a tensiones inimaginables). Y partir de ahí reuniones y
trabajo de preparación en Madrid.
He estado
leyendo la entrevista de A. Jiménez Barca a Gulherme D’Oliveira, presidente del
Tibunal de Cuentas de Portugal. A sus 60 años, ha sido diputado y varias veces
ministro; es independiente y muy respetado en cada país vecino. Comenta que por
cada euro destinado a este tribunal les hace ahorrar a sus compatriotas nueve. Como
conoce bien la historia de las finanzas del país vecino, considera qua ha
habido momentos más difíciles. “La austeridad no es un fin en sí mismo. La
austeridad es instrumental y yo prefiero un Estado sobrio. No vivir por encima
de los recursos que tenemos es una de las lecciones de esta crisis. Pero la
austeridad no debe llevar el retroceso de la calidad de los servicios públicos”.
Es esencial que no haya retroceso en tres campos: sanidad, educación y la
cobertura de Seguridad Social. “La indignación no basta. Hace falta más
transparencia, que los ciudadanos sepan a dónde van sus euros”. “No saldremos
de ésta si persistimos en el egoísmo y en la fragmentación”.
Mi admirado John
Carlin, uno de los mejores periodistas, escribe Sombreros mexicanos. Es este artículo:
“Un espectáculo
irritante que ofrece el verano español es el de aquellos turistas del norte de
Europa que van de vuelta a sus países con gigantescos sombreros mexicanos de
recuerdo. Irritante o, quizá, de risa. O de pena. En cualquier caso, el
consenso en España sería que lo que delatan es ignorancia y la perezosa
costumbre de colocar a todos los países “latinos”, aunque les separe un océano,
en la misma cesta. Puede que haya llegado la hora de reexaminar este consenso.
Para las
grandes masas del continente europeo da igual que esté Franco en el poder, o
Felipe González, o Aznar, o Zapatero, o Rajoy; no se enteran ni les interesa
enterarse de si el Gobierno de turno es dictatorial, inepto, eficaz, honesto o
corrupto. La Marca España es lo que siempre fue. Representa un país donde hay
sol, siestas, bailes, tapas, cerveza barata, alegre vida nocturna, violencia
contra animales, gente simpática y chorizos. Chorizos en ambos sentidos de la
palabra, claro. Se da por hecho, sin indagar en la cuestión en lo más mínimo,
que los políticos —da igual que ocupen cargos en Madrid o en la alcaldía
playera— son corruptos y pueblerinos.
Las élites
europeas —los políticos, diplomáticos, banqueros, periodistas especializados,
empresarios o burócratas de Bruselas— hacen un mayor esfuerzo para informarse.
Hay algunos que conocen España muy bien, sus matices y su historia, que hablan
un excelente castellano e incluso que tratan con frecuencia con miembros del
Gobierno español. Un sondeo telefónico esta semana con representantes de este
último grupo, después de que se publicaran las alegaciones de supuestos pagos a
altos cargos del partido gobernante, dejó una conclusión inquietante. Que por
más incultos que sean los que vuelven de sus vacaciones en España luciendo
sombreros mexicanos no necesariamente están tan equivocados; que la distancia
entre las percepciones simplistas de estos y las más sofisticadas de aquellos
que se han esforzado para comprender las realidades españolas se ha achicado;
que entre la corrupción institucional mexicana y la española, entre los hábitos
políticos del país conquistado y los del antiguo conquistador, no hay tanta
diferencia como muchos hubieran querido creer.
Lamentablemente
para España, la crisis económica ha puesto el foco internacional sobre el país
como nunca, o al menos desde la llegada de la democracia. Mientras todo iba
bien ni los medios, ni los políticos, ni los banqueros de fuera sentían gran
necesidad de anatomizar a la sociedad española. Hoy, en los círculos de poder
extranjeros, poco pasa desapercibido. Hoy ven que se suma lo de los supuestos
“sobres” del Partido Popular al Everest de acusaciones contra el yerno del Rey,
a los 300 políticos españoles imputados por corrupción, a los aeropuertos
vacíos construidos con dinero público, a la dimisión forzada del presidente del
Consejo General del Poder Judicial. Como dijo The New York Times el
viernes, “las investigaciones de corrupción han contaminado el tejido
institucional de España, desde la Monarquía al Tribunal Supremo”.
Aunque lo de
los supuestos sobres fuera fruto de una vil conspiración y sea verdad que el
Partido Popular es “limpio y transparente”, como declaró el jueves su
secretaria general, hay otro triste fenómeno percibido con nueva nitidez por
los que observan de cerca a la elite política española: que de elite, en el
sentido más estricto de la palabra, tienen poco. Aspiran a la primera división
europea pero ocupan la tercera. En el fútbol, España es una superpotencia, pero
en los foros políticos internacionales no pinta casi nada. En parte porque solo
una pequeña minoría de políticos españoles han entendido que para tener voz en
el “Club Europeo” es necesario hablar otros idiomas; en parte por el
provincianismo de las obsesiones gubernamentales. Comentó un editorialista de
un diario financiero europeo que cuando el presidente del Gobierno, Mariano
Rajoy, habla en público es “como si pensara que estuviera en una aldea donde
aún no ha llegado internet”.
La diplomacia
española —“catatónica”, según la misma fuente— tampoco se ha lucido. Cuando la
BBC transmitió un programa en diciembre sobre el desastroso impacto de la
crisis en la Comunidad Valenciana, la Embajada de España en Londres respondió
como hacen las repúblicas bananeras: mandando una indignada nota de protesta al
editor responsable. (Más ridícula aún fue la respuesta de la alcaldesa de
Valencia, que declaró, como ya es habitual en su partido cuando se encuentra a
la defensiva, que se trataba de una conspiración anglosajona para destruir el
turismo en su región).
La cuestión de
fondo es si la percepción internacional de la Marca España incidirá en la
capacidad de recuperación de la economía. Lo lógico sería pensar que sí. Pero
quizá no. Pese a todo, las estadísticas demuestran que las exportaciones
españolas crecen hoy a niveles históricos y la inversión directa desde el
extranjero también. La corrupción destapada últimamente en España sorprende
solo por su dimensión. Se ha demostrado que penetra todos los rincones
políticos, de arriba abajo, desde la calle de Génova en Madrid a Lloret del Mar
en la Costa Brava. Lo que queda claro, alimentado por las evidencias de que el
fenómeno de los supuestos sobres del PP aparentemente existe desde 1997, sin
olvidar que pocos años antes explotaron los escándalos de la era Felipe González,
es que siempre se han hecho las cosas así en España, en tiempos de crisis y en
tiempos de boom. “Business as usual”. El eterno estereotipo que
han tenido los extranjeros de España no ha estado tan desacertado. Pero si el
producto español y la mano de obra son competitivos, el dinero, que no tiene
escrúpulos, vendrá. El ejemplo de México —también podríamos hablar de
Indonesia, China, Brasil— es, en este aspecto, alentador. Por más corrupción
institucional que haya, y por más que todo el mundo lo sepa, la economía
mexicana crece a un ritmo envidiable (se estima entre 3% y 4 % para el 2013) y
los dioses de los mercados internacionales rebosan confianza en el país.
El golpe hoy es
a la moral de los españoles. El sueño de que viven en un país moderno europeo
se ha esfumado. Y lo que sienten hoy es vergüenza, humillación, rabia,
decepción. Nada más.”
Marca España, corrupción,
indignidad, decepción. Algo tendremos que hacer.
Mi gratitud a
John, Guilherme, Mar, Adolfo, Ana y Pepe, que me habéis hecho pasar un día
estupendo.