Esta mañana
hemos ido Zoe y yo al Cerro del Espino (Majadahonda), a ver el partido de
división de honor de fútbol femenino entre el Atlético de Madrid Féminas y el
Lagunak de Pamplona. Resultado final, 6-1. Un encuentro muy vibrante, en el que
las jugadoras de uno y otro equipo se han dejado la piel en el campo. Un
ejemplo vivo de compromiso.
Liderazgo y
Deporte. De todos los deportistas de la historia, probablemente –con permiso de
Rafael Nadal, de Iker y sus compañeros de La
Roja, de Pau Gasol y la selección de basket y de unos pocos más- el que más
me ha acompañado en la admiración es Michael Jordan, que hoy ha cumplido 50
años (un servidor alcanzará esa edad el 3 de julio del año que viene).
Jordan me ha
“acompañado” a lo largo de esta vida. Nos ganó la final de los Juegos de Los
Ángeles de 1984 a la selección española de Corbalán, Epi, Itu, Romay (la ví en
un vídeo-pub llamado “Burbujas” en la calle Panamá). Cuando viví en Minneapolis
en 1987, como en Minnesota no había equipo de la NBA (los Timberwolves son
posteriores, los Lakers que migraron a Los Angeles son anteriores), los Chicago
Bulls –que habían fichado a Jordan en el draft 3 años antes- eran nuestro
equipo. Uno de mis primeros artículos en la prensa económica (La Gaceta, 1990) se tituló “Equiparse
para el éxito”, y trataba de los Chicago Bulls y de la intención de Jordan de
bajarse el sueldo para que el club contratara jugadores de gran talento (hasta
entonces era un gran anotador y había ganado dos concursos de mates en 1987 y
1988, pero no ganaba campeonatos). De Jordan recuerdo los 3 + 3 anillos de la
NBA (1991, 92 y 93, 1996, 97 y 98). Llegué a ver finales a las tantas de la
madrugada en casa o, por ejemplo, en San Millán de la Cogolla con el recepcionista
del hotel. Y las Olimpiadas de Barcelona, cuando fue el líder del “Dream Team”.
Cuando se retiró el 13 de enero de 1999, escribí sobre él y su Liderazgo. Luego
volvió un par de temporadas con los Wizards, convirtiéndose en el jugador de
más edad en anotar más de 40 puntos (43 a los Nets con 40 años). 10 títulos de
máximo anotador, siete de ellos consecutivos, 14 MVP, más de 1.000 partidos en
la NBA, 28 triples-dobles. En el Hall of Fame desde 2009. Su estatua de bronce
en la entrada del United Center de Chicago (3’65 metros, 900 kilos de peso)
muestra la leyenda: “El mejor que ha habido. El mejor que habrá”.
Jordan me ha
enseñado mucho, en la victoria (su “historia de amor con la bocina” es
legendaria) y en la derrota, que siempre fue de aprendizaje (como dice Fernando
Riaño, “unas veces se gana y otras se aprende”). Su ejemplo es lo más valioso,
si bien sus frases no tienen desperdicio:
- “El talento (individual) gana partidos,
pero el trabajo en equipo y la inteligencia gana campeonatos”.
- “Transforma siempre una situación negativa
en una positiva”.
- “He fallado más de 9.000 tiros en mi
carrera. He perdido casi 300 partidos. He confiado 26 veces en lanzar la
canasta ganadora y he fallado. He errado una y otra vez, y por eso he
triunfado”.
- “Para tener éxito, has de tener confianza,
o no lo conseguirás. Y cuando alcances tu máximo nivel, sé humilde. Sé
accesible. Sé cercano. No te aísles”.
- “El juego del baloncesto lo ha sido todo
para mí. Ha sido mi refugio en busca de paz y comodidad. Ha sido el sitio de intenso
dolor y el de los más intensos sentimientos de disfrute y satisfacción. Y esa
relación ha evolucionado con el tiempo, y me ha dado el mayor respeto y amor
por el juego”.
- “Si aceptas las expectativas de otros,
especialmente las negativas, nunca cambiarás el resultado”.
- “Puedo aceptar la derrota, porque todos
perdemos. Pero no puedo aceptar no esforzarme”.
- “Algunos quieren que ocurra, algunos
desean que ocurra y otros hacen que ocurra”.
- “Siempre he creído que si te esfuerzas lo
suficiente, los resultados llegarán”.
- “Juega. Diviértete. Disfruta del juego”.
Michael Jordan
es un mito viviente. Sigue siendo el deportista que más ingresa (60 M $),
merced a su empresa Brand Jordan,
junto con Nike. Posee el 58% del mercado de las zapatillas de basket en EE UU.
Ayer lanzó las Air Jordan XX8, a 250 €. Diez años después de “jubilarse”, sigue
marcando la pauta.
Hablando de
deporte, el pasado viernes John Carlin escribió un interesantísimo artículo
sobre Lo mejor y lo peor de Sudáfrica,
que es el siguiente:
“Aunque Oscar
Pistorius se salve de la condena de cadena perpetua obligatoria en Sudáfrica en
caso de que se le encuentre culpable de asesinato premeditado, aunque —por poco
probable que hoy parezca— lograse su libertad, lo que nunca recuperará es su
reputación. Independientemente de lo que dicte la ley, condenado ya está a
pasar el resto de sus días como una triste sombra de la figura cuya valentía y
perseverancia encandiló al mundo.
Su historia de
superación no tiene igual en la historia del deporte, terreno siempre tan
poblado de mitos, de personajes que han vencido desafíos imposibles en su ruta
a la gloria. Le amputaron las piernas por debajo de las rodillas cuando tenía
11 meses y el año pasado compitió casi de igual a igual en los Juegos Olímpicos
de Londres contra los seres humanos más veloces del planeta. Nadie puede
permanecer impávido ante semejante hazaña. Y menos en Sudáfrica.
Si podía
competir con los mejores, ¿qué glorias les esperarían a sus compatriotas?
Hasta que fue
detenido por la muerte de su novia, Reeva Steenkamp, en el día de San Valentín,
la historia de Pistorius había sido el reflejo de su nación. O de la narrativa
nacional a la que los sudafricanos aspiran. Nació en 1986 en un país
traumatizado por casi 40 años de apartheid en el que cada día se libraban
violentas batallas entre militantes negros y la policía. Nelson Mandela
permanecía en la cárcel, la democracia era un objetivo inimaginable y todo
apuntaba a una guerra racial. Ocho años más tarde el apartheid había dejado de
existir, Mandela era presidente, el joven Oscar jugaba al rugby con piernas
artificiales y una nueva era había comenzado en la que los sudafricanos soñaban
con superar el cruel legado del pasado y forjar una nación grande, mundialmente
competitiva, en la que reinara la paz y la igualdad. El sueño aún no se ha
realizado pero Pistorius, el Pistorius que conocíamos hasta el jueves por la
mañana, había señalado el camino a seguir. Si él era capaz de lograr la
igualdad en la pista de los 400 metros, si él podía competir con los mejores,
¿qué glorias podrían estar al alcance del resto de sus compatriotas?
Pistorius se
convirtió en un icono nacional, en un ejemplo. Como con todos los demás
deportistas sudafricanos triunfadores el color de su piel era irrelevante. Blancos
y negros, mestizos o gente de origen hindú asumieron como suyos a grandes
jugadores de rugby como Francois Pienaar o Bryan Habana, o a estrellas del
críquet mundial como Hashim Amla o Makhaya Ntini. Pero Pistorius, como símbolo
de orgullo nacional, ocupaba otra categoría. En un contexto muy diferente al de
Mandela, pero no sin sus similitudes, inspiró a sus compatriotas, alimentando
una imagen que los sudafricanos siempre les ha gustado tener de sí mismos como
gente combativa capaz de sobrevivir a cualquier percance.
Lo que hizo a
su novia es lo que todos los sudafricanos temen que alguien les haga
Pero hoy
Pistorius se ha convertido en el símbolo de lado oscuro de Sudáfrica, delatando
las sombras que los sudafricanos más temen y que preferirían mantener ocultos
del resto del mundo. Lograron hacerlo, o al menos encubrirlo, durante el
Mundial de fútbol de 2010, un evento bien organizado y libre de la delincuencia
que tantos habían temido. La verdad, sin embargo, es que Sudáfrica es uno de
los países más violentos de la tierra, con uno de los índices de homicidio más
altos. Lo que Pistorius le hizo a su novia —o al menos lo que la policía cree
que le hizo— es lo que todos los sudafricanos temen que alguien les haga a
ellos. A la enorme consternación que ha provocado en Sudáfrica la noticia del
asesinato de Reeva Steenkamp, se suman sentimientos más profundos de decepción
y dolor. Porque, aparte del daño a la imagen de Sudáfrica fuera del país, lo
que ha hecho la trágica y brutal caída de su mito es dañar la imagen que los
sudafricanos quisieran tener de ellos mismos. El desconcierto es total. Si la
policía no ha cometido un error atroz, si resulta ser verdad que Pistorius mató
intencionadamente a su novia, el desenlace final de esta historia será que un
hombre que parecía representar lo mejor de Sudáfrica será recordado como
alguien que representaba lo peor.”
Muy brillante
el análisis de mi admirado Carlin. Hoy lo bordaba de nuevo con su columna Los
fabricantes de mitos. En ella escribía que “Las empresas que
pagan millonadas a los deportistas para utilizarlos como cebo para que el
público compre sus productos han procurado vender la premisa de que no solo
pedalean bien, corren bien, pegan bien a una pelota sino que son ejemplos
morales a seguir. Las historias siempre ofrecen variaciones sobre el mismo
tema. Han superado una infancia difícil, una enfermedad complicada o —en el
caso inverosímil de Pistorius— la amputación de sus piernas y al final, tras un
sobrehumano esfuerzo, han conquistado la gloria. Ergo son grandes personas.
Ergo, si usted compra nuestra zapatilla, bebe de nuestra botella, conduce
nuestro coche estará adquiriendo no solo una zapatilla, una bebida o un coche.
Viene incluido un magnífico valor agregado: se le contagiará, por una especie
de ósmosis mágica, el espíritu noble y triunfador del famoso que nos patrocina.”
Después concluía: “La regla general para que los deportistas
sobrevivan la celebridad es tener la suerte de haber dado con una familia o, si
eso falla, un agente, o compañeros de equipo o de club que les sepa mantener
los pies en la tierra. Pero hay excepciones a la regla también. En el eterno
intento de imponer la lógica a nuestra enigmática existencia tendemos a
construir teorías que lo explican todo, casi siempre después de los hechos.
Como también somos incapaces de evitar el impulso a buscar culpables. Habrá
explicaciones y habrá culpables en mayor o menor medida, dependiendo del caso.
Lo podemos racionalizar o complicar todo lo que queramos, pero al final de lo
que se trata es de la infinita variedad y el insondable misterio de la vida
misma.”
L@s líderes,
como l@s grandes deportistas, no tienen que ser sant@s. Han de dar ejemplo en
lo suyo, marcando la pauta, haciendo equipo, inspirando a los demás. No son
supermujeres ni superhombres, sino personas que marcan la diferencia, en
situaciones concretas, y que debemos admirar pero no idealizar.
Mi
agradecimiento a John, a Lola Romero y su equipo del Atlético de Madrid Féminas
y, por supuesto, al gran Michael Jordan, su “aireza”.