Me encanta participar en los Cine Fórum
Empresariales de APD. Toda una institución. Considero que el cine es “el método
del caso del siglo XXI” y he tenido el privilegio de participar en todos los
celebrados en el País Vasco (en el Guggenheim de Bilbao y en Deusto y la Kutxa
en San Sebastián).
En el programa de hoy, The Artist, la gran película que cosechó 5 Oscars, 3 Globos de Oro,
7 BAFTA y 6 César el año pasado. “Una película francesa de drama y comedia
romántica en el estilo de una película muda en blanco y negro. Escrita y
dirigida por Michel Hazanavicius, está protagonizada por Jean Dujardin y
Bérénice Bejo. La historia toma lugar en Hollywood, entre 1927 y 1932, y está
enfocada en la relación de una vieja estrella del cine mudo y una exitosa
actriz joven, cuando el cine mudo pasó de moda y fue reemplazado por el cine
sonoro.
En el Hollywood de 1927, George Valentin es la
mayor estrella del cine mudo, tiene el mundo a sus pies, posee fama y no
envidia a nadie; pero debido a su arrogancia no se da cuenta de que el fin de
su fama y estilo de vida está llegando. Por su parte, una bailarina llamada
Peppy Miller empieza a ser la estrella del cine sonoro. Miller había sido
descubierta por Valentin y se hizo famosa por su gran carisma y talento en el
baile. Con la llegada del cine sonoro, todo Hollywood se renueva, pero Valentin
rehúsa dejar de hacer lo que más ama, contar historias mudas. La pregunta es:
¿puede sobrevivir George Valentin a este nuevo mundo con sonido?”
Nos han dado la bienvenida al acto Carlos Ruiz,
director de la Obra Social de Kutxa, y José Luis Larrea, consejero de APD y
presidente de Ibermática. Tras la película, hemos tenido un coloquio con Juan
Mari Aduriz, DG de Consultores Sayma; Santiago Barba, DG de Ekopet, y Tomás
Elorriaga, Director de Banpro.
The Artist es una gran metáfora de la Gestión del
Cambio (como tal, la he incluido en la Videografía del Talentismo, en el libro Del Capitalismo al Talentismo). Como el
protagonista, que tuvo gran éxito en el cine mudo y se resiste a la
transformación del sonoro (no por casualidad, precisamente durante la crisis
del 29), nosotros y nuestras organizaciones nos resistimos a este cambio de
época.
Ignacio García de Leániz, profesor de Recursos
Humanos en la Universidad de Alcalá de Henares y excelente consultor (fuimos
compañeros en el Andersen de los 80 y ahora estamos en algún proyecto juntos
compartiendo cliente), escribió en abril de este año sobre The Artist lo siguiente:
“La película nos
cautiva de principio a fin y no echamos de menos el parlamento humano.
Si alguien ha meditado
en el pasado siglo sobre la palabra y el silencio ese fue Heidegger en Ser y
tiempo y después en su retiro de la Selva Negra, alejado de la algarabía y de
las estridencias del mundo que tanto perturbaban también a nuestro Fray Luis de
León y Pascal, como a cualquier persona que se precie de serlo. Y fue el
pensador quien dejó bellamente escrito que el mandato del silencio surge
precisamente cuando la lengua desfallece.
Y esto, nada menos, ha acontecido con
el sonoro triunfo de la obra de Michel Hazanavicius justo en el entorno de un
cine –reflejo de nuestro tiempo– donde los diálogos cada vez más empobrecidos
se sustituyen o anulan por simples onomatopeyas o ruidos apenas ininteligibles,
bajo una banda sonora torpe al oído. Como si el homo loquens hubiese
ciertamente abdicado de hablar porque la palabra ya no significa nada a estas
alturas de la vida y de la historia y no nos queda sino malbaratar nuestra
capacidad fonética entre una sucesión de fotogramas sin argumento, que evocan
el verso de Eliot en el que el mundo de hoy es “un montón de imágenes rotas”.
Y
ante ello, ante el ocaso de la lengua que refleja la despersonalización del ser
humano, The Artist se revuelve prodigiosa y paradójicamente con la sencillez
del cine mudo y la nitidez del blanco y negro. La ironía –enorme– estriba en
que nos cuenta mudamente el triunfo del cine sonoro a pesar de las resistencias
y obstinaciones de su protagonista, George Valentin. Y me parece no haberse
subrayado lo suficiente que el quid de la película reside precisamente aquí: en
que en cierta manera –en mucha tal vez– nuestro protagonista tiene razón en su
terquedad, como pensaban grandes directores provenientes del antiguo cine:
Ford, Hitchcock, Von Stroheim, Lang Walsh, Chaplin.
Con la voz y el sonido
–debido a la celda del micrófono– pierde el actor gran parte de su libertad y
expresividad gestual y postural, esto es, su dominio de lo no verbal y por
tanto su genuino valor como intérprete de cine y no de teatro. Y creo que todos
convenimos en que el cine no es teatro filmado: luego la voz no es sino mero
accidente del cual podemos en determinados momentos prescindir. Y The Artist
resulta, así planteada, un inmenso momento silencioso que nos cautiva de
principio a fin y donde no echamos para nada de menos el parlamento humano
mientras que se nos pretende narrar la muerte del cine mudo… en una gran
película sin voz, a modo de resurrección.
La tesis del director francés –en
cuyo país tanto se estudia a Heidegger– resulta pues muy de nuestro pensador:
el habla dificulta la comunicación y más cuando los vocablos están ya
prostituidos al cabo de tanto uso y abuso. Por eso, en el callar de la película
asistimos a su vez a la epifanía de una relación hondamente humana, como es la
de Valentin y Peppy Miller. Y es que la persona se comunica con todo su yo
corpóreo, más allá –o más acá– de la simple voz: porque acontece que lo
verdaderamente importante en lo humano resulta inefable, como saben los poetas.
Y en nuestra obra todo en su argumento y personaje es muy humano, como hace
mucho que no se veía en una pantalla: por eso la comprendemos en su silencio
tan intuitivamente bien. Y por eso en The Artist los registros no verbales –esa
mirada, tal ademán, aquella postura– suponen tan suficiente carga comunicativa
que somos capaces de seguir nuestra película muda sin ningún esfuerzo y sin
echar de menos la palabra. Y su única secuencia sonora nos resulta en cambio
cacofónica y fuera de lugar. ¿Mas, con todo y en el fondo, acaso no se están
verdaderamente hablando Valentin y Miller de una forma realmente dialógica y
por tanto restaurando la perdida plenitud del lenguaje, fieles al dicho de
Heidegger de que “el resonar de la palabra auténtica sólo puede brotar del silencio”?
¿Y no será esta pequeña joya cinematográfica tal vez una especie de poesía
–épica, lírica y elegíaca a un tiempo– filmada precisamente desde el “estatus
del silencio”, allá donde fermenta el poema junto al ocaso de la palabra? Quizá
por eso nos otorgue su visión tanto gozo y descanso como si fuera un balneario
de convalecencia ante tanto ruido en torno.
Creo que algo muy parecido quería
expresar Rilke en carta del 29 de octubre de 1903 al joven poeta Franz X.
Kappus, cuando escribe que, con impresiones como la que nos regala la película,
“uno puede resguardarse y recobrarse en gran medida del parloteo que lo rodea y
aprende, despaciosamente, a reconocer las muy pocas cosas donde permanece algo
de lo eterno y algo de lo solitario: aquello de lo que uno puede participar en
silencio”. Y eso es precisamente lo que realmente nos es dado amar a los
hombres. Como bien lo sabían George Valentin y Peppy Miller en esta muda
historia de amor entrelazada con palabras sin lenguaje y silencios llenos de
elocuencia. No dejen de disfrutarla silenciosamente.”
En el Talentismo, la
necesidad de cambiar es más fuerte que nunca. Hemos de adaptarnos a un ritmo
vertiginoso, y apostar decididamente por los conceptos, por las conductas
adecuadas, por la generosidad.
Mi agradecimiento a Carlos,
José Luis, Juan Mari, Santiago y Tomás. Y por supuesto, al equipo de APD Norte,
con Mikel como líder.