Lo Imposible... es no gozar de las pequeñas cosas


12 de octubre, día de la Hispanidad. Como caballero de Guadalupe que tengo el honor de ser, me hubiera gustado estar hoy en Extremadura celebrando esta fiesta. Sin embargo, en 2012 no ha sido posible.
Ayer se estrenó Lo Imposible, la segunda película de Juan Antonio Bayona tras El Orfanato. Como decía Desirée De Fez en Fotogramas, el corpus temático es el mismo: relaciones familiares y sentido de pérdida. La película es estupenda: hiperrealista, con un sonido, una fotografía y un diseño de producción magníficos, con temas que “Jota” (como le llaman a Bayona sus amigos) domina muy bien: la infancia, la conexión entre madre e hijo, el desarrollo personal y la educación emocional.
Para mí la mejor escena es la de Geraldine Chaplin (Santa Mónica, 1944), que repite de El Orfanato, con los dos niños pequeños del matrimonio, Simon y Thomas (interpretados por Oaklee Pendergast y Samuel Joslin, respectivamente). Geraldine les explica que muchas de las estrellas que se ven en el cielo ya se han consumido, pero seguimos viendo su luz. Es imposible saber cuáles están vivas y cuáles muertas, como dirían los niños.
En la física cuántica, se llama la paradoja de Schrödinger, o “el gato de Schrödinger”, expuesta por este físico alemán en 1935. Erwin Schrödinger planteó un sistema formado por una caja cerrada y opaca, que contiene un gato en su interior, una botella de gas venenoso y un dispositivo con una partícula radiactiva con probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere. Por tanto, si no abrimos la caja, el gato tiene una probabilidad del 50% de estar vivo y del 50% de estar muerto. Su “descripción” (función de onda) es “vivo” y “muerto” a la vez. Como el marido e hijos pequeños de María, la protagonista, antes de encontrarlos.
En los aspectos a mejorar, creo que en Lo imposible Mediaset ha caído en el “síndrome Alatriste”: la película de 2006 de Agustín Díaz Yanes con Viggo Mortensen de protagonista “para el mercado internacional”; costó 24 M € -Viggo cobró un millón de euros- y recaudó 16 M €. Para un servidor, Juan Luis Galiardo habría hecho un Alatriste memorable… y mucho más eficiente, sin duda.
Naomi Watts tiene fama de ser muy rentable (según Forbes, genera 44 veces lo que gana), y es una extraordinaria actriz (Caza a la espía, Madres e hijas, El velo pintado) y Ewan McGregor, Premio Donostia. Sin embargo, un servidor habría elegido a Eduardo Noriega en el papel de Henry, el padre, y a una actriz aún desconocida para la gran pantalla, como Cris Serrato (Tierra de Lobos) en el papel de María, la madre. Ton Holland, que hace de hijo mayor, lleva el peso emocional de la película.      

Ayer también (nada es casual), Maite Bayona, hermana del mencionado director de cine, presentó en Madrid su segundo libro, El goce de las pequeñas cosas. Que son las que hacen grande tu vida, en el Jardín de Luz de la capital de España. “El objetivo de este libro es transmitir la idea de que el espacio mental es vital para poder sentirnos en plenitud, desarrollar todo nuestro potencial y hacer realidad nuestros sueños”, escribe la autora.
Maite Bayona es licenciada en Filología anglo-germánica, experta en espiritualidad, terapeuta de ayurveda y “buscadora de la verdad más profunda del ser humano”. En la Introducción nos habla del “poder del vacío” (sunyata, en sánscrito): la mirada limpia de un corazón valiente. “Sé vacío y permanecerás lleno” (ley del Tao).
“Hagas lo que hagas, ámalo” (el consejo de Alfredo a Totó en Cinema Paradiso). Porque “la gran tragedia es que la mente no nos deja vivir la vida mientras ésta transcurre”. Es el mundo al revés: las pequeñas cosas, del día a día, son las importantes; lo pequeño se nos revela en la quietud.
Cada paso es importante, y la realidad cotidiana es la fuente del placer. Por eso, debemos “respirar la vida” y “no elegir”, mantener la “mirada clara”, “crear nuevos escenarios”, “recuperar nuestra esencia natural” (ser como al agua que fluye, como el viento que cambia, como el fuego que ilumina, como la tierra que germina).
Sí, para crear espacio: vaciar la mente, nutrirnos de nuestro universo interior, utilizar la atención plena (escuchar atentamente a la vida y a las personas), observar cada día nuestro mar de emociones, “soltar la guerra con la realidad”, despejar la mente, liberarnos del dolor emocional, silenciar los miedos (“O bien tienes fe o bien tienes miedo”, Marlo Morgan).
Maite nos propone crear un pequeño retiro de soledad y silencio (el círculo tibetano: tsam) y aplacar los deseos (especialmente el de control, el de ser perfectos) porque “siempre estamos en el sitio correcto”.
¿Qué podemos hacer en un día cualquiera? Maite Bayona nos sugiere abrir nuestro corazón, empezar el día con calma mental, carpe diem (que cada momento cuente), prestar atención a los detalles, sentir la vida, dar las gracias, abandonar los lamentos y perdonar, quedarnos fuera del drama, vivir el misterio, incluir espacios de silencio en la comunicación, escuchar con el corazón, abandonar la perniciosa idea de creernos el centro del universo, despejar lo que vemos, depurarnos interiormente, meditar y estar en silencio.
En conclusión: el poder del Amor. “Si conoces el Amor, conocerás el Alma del Mundo, que está hecha de Amor” (Paulo Coelho, El alquimista). Solidaridad, generosidad…
Finalmente, Maite nos regala una serie de “pequeñas historias del corazón” (del Holocausto, de amores, de conflictos, de la última lección de Randy Pausch), la letra de la canción Love is in the air y un listado con más de un centenar de pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena.
“La felicidad es el estado natural de un corazón que ama”.
Gran libro. Sincero, práctico, muy útil. Un libro para la reflexión y para la acción. Atención a la web de Maite: www.maitebayona.com

Mi agradecimiento hoy a Juan Bayona y su esposa Piedad, padres de Maite y Juan Antonio (y de Carlos, gemelo de Jota, y Eva). Muchas cosas habrán hecho bien para tener unos hijos tan creativos y generosos, que consiguen “lo imposible”.