Reivindicación del Quijote


31 de julio, San Ignacio de Loyola (1491-1556). Felicidades a todos los “Nachos”.
Sin duda, Ignacio de Loyola es uno de los grandes personajes de la historia, un hombre práctico del Renacimiento. En mi libro En un lugar del talento me hacía eco de las investigaciones del extremeño Federico Ortés (publicadas en abril de 2002 en El triunfo de Don Quijote. Cervantes y la Compañía de Jesús: un lenguaje cifrado, de 689 páginas), que demostraba que la vida de Loyola y el relato del Caballero de la Triste Figura son prácticamente idénticos. Ha sido históricamente la tesis defendida por Voltaire, Unamuno, Mayans, Cejador, Cautelar y Ripio, Bowle, Villaegas, Marco Corralini y numerosos jesuitas.
En la Vida del P. Ignacio de Loyola, escrita por el jesuita Pedro Ribadeneyra y publicada en 1583, se cuenta que San Ignacio era muy aficionado a los libros de caballerías, y que tras ser herido por los franceses leyó muchas vidas de santos, se cambió de nombre, renunció a su herencia, veló armas en el Monasterio de Montserrat y se hizo Caballero de Cristo para ayudar a los necesitados, realizando tres salidas de casa… Hay un texto anterior, Autobiografía Relato del peregrino, que Ignacio de Loyola dicta a un compañero (el P. Luis Gonçalves), publicado en 1555 y que desapareció hasta entrado el siglo XX. Federico Ortés encontró hasta 550 coincidencias entre los primeros 14 capítulos de El Quijote y los dos textos biográficos ignacianos (la Vida y el Relato). Esto en lo formal (palabras, giros). En términos de estilo, el Relato es directo, sin concesiones. Explica en 70 páginas la historia de Loyola. La Vida, con 550 páginas, es pesada y farragosa. Lo que hace Miguel de Cervantes, de forma inigualable, es unir las dos narrativas: el estilo del autor es sencillo y el caballero de la triste figura abunda en la hipérbole y en la reiteración. Una vez más, la realidad supera la ficción.  
¿A qué tanto misterio? ¿Por qué ocultar que la realidad (la vida de Loyola) se llevó a la “ficción” cervantina? La respuesta puede estar en la Inquisición. Contesta Federico Ortés: “la clave de este misterio parece estar en el acuerdo secreto suscrito entre jesuitas y dominicos para que, tras la muerte de Loyola, la Compañía renunciara a sus aspectos más renovadores y se sumara al esfuerzo de la Inquisición. Sólo así cesaría la fuerte hostilidad que, especialmente en España, sufrían los jesuitas y se allanarían los obstáculos para la beatificación y canonización de Loyola”. Y nos recuerda que en 1610, durante las fiestas de beatificación de Ignacio de Loyola, se representó en Salamanca una “máscara” titulada El triunfo de Don Quijote.
El Quijote está siempre presente. En la presentación del taller de Desarrollo de otros el viernes pasado en Toluca, el economista Alejandro Beuchot González de la Vega, perteneciente a Pemex, habló de El Quijote, de su amor por el texto cervantino, y de la imprescindible capacidad de soñar.
Allí en Toluca (hoy escribo desde Cuernavaca, en el estado de Morelos), entre la Iglesia del Carmen y el Cosmovitral, en la Plaza de España, hay una preciosa estatua del Quijote y de Sancho obra de Lorenzo de Rafael. Como en Madrid, como en Bruselas. Y desde 1972 se celebra el festival internacional cervantino, el más importante de Iberoamérica; en Guanajuato, México, del 3 al 12 de octubre.
Sí, el 23 de abril, día del libro, es el de día de Cervantes (y de Shakespeare, unidos para siempre). El 31 de julio, San Ignacio, debería ser el día del Quijote.
Frente a lo que a este lado del Atlántico denominan “el problema ibérico” (el maldito hecho de que más de medio millón de pequeñas empresas españolas hayan cerrado en los últimos años, por falta de financiación, por la presión fiscal y la caída de la demanda, y de que más de 163.000 M € hayan salido del país en lo que va de 2012), la capacidad quijotesca de soñar. Y por tanto, de fluir (Csikzentmihalyi) por contar con un reto y elevar las capacidades (individuales y colectivas) a la altura de ese desafío.
El Quijote (el maravilloso relato escrito por Cervantes, basado en la vida de San Ignacio de Loyola) nos enseña a desarrollar la valentía (“¿no sabes tú que no es valentía la temeridad?”), la audacia (“el valor reside en el término medio entre la cobardía y la temeridad”), la voluntad (“a Sancho le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él”), la amistad (“amistades que son ciertas nadie las puede turbar”), la honestidad (“al bien hacer nunca le falta premio”), la esperanza (“más vale buena esperanza que ruin posesión”), el conocimiento (“el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”), el amor (“el amor nunca hizo ningún cobarde”) y por supuesto la libertad (“la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”); nos enseña a evitar la envidia (“¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!”) y el materialismo (“el mayor cimiento y zanja del mundo es el dinero”), a escribir (“la pluma es la lengua de la mente”), a labrarnos nuestro destino (“cada uno es artífice de su propia ventura”), a predicar con el ejemplo (“bien predica quien bien vive”), a contar con una clara identidad (“yo sé quién soy”). Y, en los tiempos que corren, a apreciar el optimismo y la esperanza: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”; “Después de las tinieblas, espero la luz”.
Para este verano, te deseo y recomiendo que elijas “al azar” un capítulo de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y lo leas con pasión. Te hará mucho bien, estoy seguro.

Mi agradecimiento y admiración a todas las Quijotas y a los Quijotes que siguen soñando y que promueven acciones cotidianas en consonancia con sus sueños.

“Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?.”