Vuelo Madrid-Bilbao a las 6.55 h, perfectamente puntual (de hecho, hemos
llegado a Loiu cuatro minutos antes de lo previsto). En la Deusto Business
School (DBS), he tenido la oportunidad de charlar con Marisol y con Pablo antes
de empezar la clase.
Hoy el Programa de Desarrollo de Liderazgo (PLD) ha vivido su última
clase, sobre Implantación de la
Estrategia.
Una Estrategia actual debe soportarse sobre al menos tres herramientas:
el Cuadro de Mando Integral (Balanced
Scorecard) de Norton y Kaplan, el Canvas de Generación
de Modelos de Negocio de Osterwalder y Pigneur y la Estrategia de Océano Azul de Chan Kim y Renée Mauborgne. Porter
& Co son cosa del pasado.
Tanto en el aperitivo como en el almuerzo hemos degustado el jamón y el
chorizo al vino de la empresa riojana Martínez
Somalo. “Bocatto di Cardinale”. Gracias, Elena, por tu generosidad; y a
todos los alumnos del PLD, por vuestra atención en todos los aspectos.
Tenemos que ponernos en valor. Me ha gustado mucho el artículo de John
Carlin España sí puede:
“La
alegría y el orgullo que sienten los españoles ante el triunfo de la selección de fútbol, y la cascada de halagos
con la que el mundo entero ha respondido al equipazo que aplastó a Italia para
coronarse campeón de Europa, tendrán su sobria respuesta en los próximos días.
España goza de buen circo, nos recordarán los realistas, los cabezas duras.
¿Pero dónde está el pan?
La
pregunta no es injusta. España también es campeona de Europa del desempleo, con
la cuarta parte de la población sin trabajo, y a los bancos les ahogan las
deudas tras inflar el globo hipotecario alegremente durante una década hasta
que un día reventó. La austera medicina que exige Alemania a cambio de acudir
en nuestro rescate ha dado como resultado duros recortes de los servicios
públicos —sin excluir la salud y la educación— y la reducción de los sueldos de
aquellos afortunados que aún mantienen sus trabajos. Mucha euforia. Mucho
“¡campeones!, ¡campeones!”. Sin embargo, los jarros de agua fría no escasean.
Pero
hoy, mientras el fútbol español se da un baño de admiración global, ¿por qué no
hacer un esfuerzo por buscar otras razones para contemplar la vida con un
cierto buen humor, incluso optimismo? Dentro y fuera de España hay muchos que
parecen deleitarse ante la aparente constatación de que, dejando a un lado el
fútbol, este país es un desastre. Pues que se sigan deleitando, ya que motivos
les sobran.
Pero,
¿por qué no proponer argumentos que contradigan, o al menos diluyan un poco,
los previsibles y cansinos pronósticos catastrofistas? Empezando por el hecho
de que mientras un creciente porcentaje de alemanes, británicos y holandeses
aparentemente claman por librarse de las cadenas de la Eurozona, hoy son más
que hace un año los que se toman vacaciones en España.
La
industria de la construcción padece rigor mortis —aunque no sería un mal
momento para que un alemán con ahorros y necesidad de sol invirtiera en un
chollo en la costa mediterránea—, pero el otro pilar de la economía española,
el turismo, sigue en plan boom. Gracias a los amigos —más amigos, quizá, de lo
que parecen— del norte, los turistas han gastado un 4,6% más en España en los
primeros cinco meses del año que en el mismo periodo de 2011. En mayo, la cifra
llegó a un 7,5% más que el mismo mes del año pasado. Lo cual ayuda a explicar
la feliz noticia de este martes de que el paro bajó en 98.853 personas en junio.
Lo
que los turistas de Alemania y Reino Unido están viendo con sus propios ojos
contrasta de manera chocante con lo que están leyendo en sus periódicos. Lo sé
porque vivo en Barcelona y en las últimas semanas he salido varias veces a
cenar con visitantes extranjeros. “Los titulares en casa dicen que España se
asoma al abismo”, me dijo un amigo. “Pues si esto es un abismo, dame más”. El
abismo en este particular caso fue la Rambla de Catalunya, una calle peatonal
con más bares y restaurantes hoy —me da la impresión— que nunca, todos con las
mesas llenas y los camareros sudando para satisfacer la demanda general de
cerveza, vino, calamares, jamón y pimientos de Padrón.
Sí.
Claro que sí. A poca distancia de la elegante y vivaz Rambla de Catalunya hay
muchas familias pasándolo mal. Esto, o lo vivimos en carne propia, o sabemos de
ello todos los días por los medios y a través de la experiencia de nuestros
conocidos. Pero también es verdad, como han observado mis amigos de fuera, que
no se ven más mendigos en las calles que en una ciudad económicamente boyante
como Londres y que las calles de las ciudades españolas siguen siendo,
comparado con lo que hay en muchos países del mundo, bastante seguras.
Uno
podría haber esperado una ola de delincuencia como corolario a las cifras de
desempleo pero, hasta la fecha, no se ha materializado.
Esto
se debe en parte al paracaídas que ofrece la tradicional fuerza y solidaridad
de la familia española, fenómeno del que los autosatisfechos criticones del
norte que califican a los países mediterráneos con el acrónimo de PIGS (cerdos,
en inglés) podrían aprender. Otra parte de la explicación es que, admirable o
no, existe una importante economía sumergida en España. Llama la atención el
hecho de que aun cuando la economía española estaba en pleno auge, digamos hace
seis años, el desempleo seguía siendo el más alto de Europa —alrededor del 10%—
y sin embargo entraban al país oleadas de inmigrantes de África, América Latina
y Europa del Este para hacer trabajos por los que los españoles no tenían
ningún interés. Obviamente es difícil poner un número a la cantidad de personas
que trabajan y no pagan impuestos, pero, a decir de algunos economistas, no
sería una loca exageración situar la cifra alrededor del 20% de los que, según
las estadísticas oficiales, están en el paro.
Un
tópico muy del agrado de los europeos del norte es que en España la gente le da
apreciablemente más valor al principio del placer que a la cultura del trabajo.
Los tópicos no siempre mienten. Como alguien que lleva 14 años viviendo en
España, y es de madre española, puedo afirmar que en este caso es verdad. Es
una razón importante por la cual he elegido vivir aquí —muchas veces me
pregunto quiénes, a fin de cuentas, tienen una visión más acertada del sentido
de nuestras breves vidas, ¿los nativos de Düsseldorf o los de Sevilla?—.
Pero
el equilibrio entre la juerga y el esfuerzo no está tan distorsionado como los
mojigatos adeptos de la ética protestante del trabajo quisieran creer.
Administrar la industria del placer española no es ninguna broma. Los hoteles
españoles, de una estrella a cinco, son probablemente los más eficientes y más
atractivos del mundo. Los bares y restaurantes españoles ofrecen una
combinación extraordinaria de variedad y calidad. Y si uno quiere ver trabajo
del más alto rigor y meticulosidad que vaya a uno de los restaurantes españoles
de primer nivel, a uno de esos que han redefinido la gastronomía global en lo
que va del siglo XXI. No se encontrará más precisión, disciplina o trabajo de
equipo mejor cronometrado en Rolex, Siemens o BMW.
Bien.
Los españoles son expertos en vacaciones, para darlas y para tomarlas. Pero
como el Financial Times observó hace poco, las exportaciones españolas han
subido de manera significativa desde 2009 y el país tiene muchas más
multinacionales con presencia importante en el mundo —unas 20— que Italia.
William Chislett, inglés y posiblemente el extranjero residente en España que
mejor conoce la economía del país, escribió en ese mismo diario el mes pasado
que “la caída en desgracia de España ha sido exagerada; la imagen no es acorde
con la realidad”.
La
percepción incondicionalmente negativa de España no toma en cuenta, por
ejemplo, que empresas españolas están en la vanguardia de la industria de la
energía renovable, tanto en la eólica como la solar. Inditex, dueña de la marca
Zara, es la empresa distribuidora de ropa de moda más grande del mundo. Abrió
483 tiendas nuevas el año pasado y basa su éxito en un capital humano brillante
y una operación logística abrumadoramente compleja, ágil, veloz y eficaz que
abarca todos los continentes.
El
éxito español en el extranjero no se limita a las grandes empresas. Es notable
la cantidad de jóvenes que se van en busca de fortuna, o al menos de trabajos
decentes, a lugares altamente competitivos como Londres, y triunfan. Lo que
esto nos dice es que, en contra del prejuicio que hay en países como Alemania
sobre la supuesta holgazanería española, los individuos están perfectamente
dispuestos a trabajar duro.
Quizá
el problema en España es que la cultura del trabajo no está diseñada para
ofrecer suficientes incentivos. Salvo en ciertas empresas, el trabajo bien
hecho no siempre encuentra su merecida recompensa. Se premia menos con dinero,
que con mayor responsabilidad; cunde demasiado el amiguismo. (Este es otro
tema, lo reconozco, pero merecería serio estudio.) Datos recientes que
demuestran un alto crecimiento en el número de pequeñas empresas creadas a lo
largo del último año indican, sin embargo, que se empieza a detectar un cambio
importante de mentalidad.
En
todo caso, si los países prósperos del norte de Europa se muestran dispuestos a
brindar a España el apoyo financiero necesario para sobrevivir a la tormenta,
hay razones para pensar que, umna vez que comience a aliviarse el inevitable
dolor que habrá que sufrir en los siguientes tres o cuatro años, la economía
estará no solo en condiciones de volver a crecer sino de dar a los españoles la
oportunidad de comprar, una vez más, cantidades masivas de coches y neveras
alemanas.
Para los que sigan dudando, échenle
un vistazo a la victoriosa selección española de fútbol. Festejada por muchos
como la mejor selección de todos los tiempos, campeones de Europa y del mundo,
no ha logrado el éxito a base de improvisación o destellos de inspiración
festiva. Sus jugadores son un ejemplo para toda España, y la señal más clara de
que —crisis o no crisis— el país sí puede. Han logrado lo que han logrado
trabajando duro día a día a lo largo de muchos años, con disciplina, sacrificio
y una inteligencia superior a la de los jugadores de Inglaterra, Holanda,
Francia y Alemania. Díganselo a la señora Merkel, por si aún no lo entiende: el
fútbol sinfónico que despliega España no representa ninguna aberración
cultural; es fruto del mismo empeño y talento del que nace la hermosa música de
la Orquesta Filarmónica de Berlín.”
Así es. En la Marca (o en la “contraMarca”) España hay determinados
intereses, conscientes o no. Necesitamos una Estrategia (determinar lo que es
importante para quien decide, que en este caso somos los españoles, pueblo
soberano) y desde el Liderazgo implantar esa estrategia ilsuionante.