La vida como privilegio

Anoche llegué a casa a eso de las dos y cuarto de la mañana, desde Bucarest. Todavía le quedaban a mis buenos amigos Carlos y Raúl unas cinco horas hasta llegar a sus casas en Extremadura, la Toscana de España. En el avión pudimos comprobar un par de incidentes de jóvenes compatriotas nuestros, sin control emocional (hablando constantemente a base de tacos) y sin el menor respeto por los demás. “Sí, es posible que tengamos la generación mejor preparada de nuestra historia”, reflexionó Carlos, pero en términos de talento, muchos dejan mucho, pero que mucho, que desear en cuanto a actitud y compromiso.

Esta mañana hemos ido a ver El exótico hotel Marigold, dirigida por John Madden (director de Shakespeare enamorado), con un reparto de auténtico lujo: Judi Dench, Bill Nighy, Penelope Wintel, Dev Patel (Slumdog Millionaire), Celia Imrie, Ronald Pickup, Tom Wilkinson y Maggie Smith. Basada en la novela de Deborah Moggach, trata la historia de un grupo de jubilados británicos (un juez del tribunal supremo, una mujer que ha enviudado recientemente, una pareja que ha “invertido” sus ahorros en la empresa de internet de su hija, una abuela sexy a la que sus hijos tienen de niñera, un donjuán y una xenófoba que estuvo décadas llevando una casa y a la que van a operar de la cadera) que marchan a Jaipur, en la India, a pasar tal vez sus últimos días. Contada como un diario de uno de ellos, Evelyn (la extraordinaria Judi Dench, M en las películas de James Bond, la reina Isabel en Shakespeare enamorado; 100 apariciones en los últimos 50 años) durante dos meses, es una película vibrante, colorista, inteligente, vitalista y apasionada.

He apuntado algunas de las frases de este Exótico Hotel Marigold: “La vida es como una ola. Si te resistes, te derriba; si te zambulles, te lleva al otro lado”. “Como dice un proverbio hindú: Al final todo saldrá bien, y si no sale bien es que no es el final”. Cuidado con “los objetivos de venta, sin un atisbo de humanidad”. “Cuando uno se adapta, ¡cuántas riquezas tiene a su alcanza!”. “La vida debe verse como un privilegio y no como un derecho”. “He visto la cima de la montaña y me ha gustado”. “El éxito se mide en cómo afrontamos la decepción, ya que siempre llega”.

Maravillosa película. Creo que este año podemos disfrutar de una especie de “Trilogía de la Globalización”: por parte de España, Katmandú, de Icíar Bollaín; por Francia, Intocable, de Éric Toledano y Olivier Nakache y por Gran Bretaña, El exótico Hotel Marigold, de John Madden. Tres historias muy humanas sobre la necesidad que tenemos en Occidente de cambiar nuestro punto de vista, siguiendo aquel famoso de Albert Einstein: “Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro.” O los occidentales vamos de niños caprichosos añorando nuestros derechos (al fin y al cabo, el capitalismo se ha basado en el colonialismo y en el aprovechamiento propio de la plusvalía ajena) o vivimos la vida como una aventura, como un privilegio, para extraer de ella lo mejor desde el optimismo inteligente y la sana positividad.

Cada una de estas tres películas, altamente recomendables, está basada en un buen libro: Katmandú (película de la que hablaba en este blog el pasado 5 de febrero) en la obra de Vicky Subirana Una maestra en Katmandú (tengo el honor de compartir con Vicky la agente literaria, Sandra Bruna). La historia de una mujer valiente dedicada a impulsar la educación entre los niños de Nepal. Intocable (la película francesa de la que hablaba en este blog el pasado 18 de marzo), en la historia también real de . Y este Hotel Marigold en la novela de Deborah Moggach.

No suelo leer novelas (sí biografías, y sobre todo libros de desarrollo y de gestión empresarial), pero leí en su día el estupendo libro de Vicky Subirana, me he comprado Intocable de Phillipe Pozzo di Borgo (hijo de dos distinguidas francesas, director de Champagne Pommery, quedó tetrapléjico en 1993 tras un accidente de parapente; “intocable” por su discapacidad, fue ayudado por otro “intocable” –senegalés en la película, magrebí en la historia real- debido a su condición social). Y he pedido por internet el libro de Deborah Moggach, “These fooling things” (Esas locuras) –en inglés, porque la novela no está disponible en castellano) y lo tendré el próximo viernes 13, por lo que lo leeré el próximo fin de semana.

Por lo demás, reconozco que esta semana en Rumanía me ha venido muy bien sin leer prensa, ver la tele ni escuchar la radio de nuestro país. Dejarte contagiar por el pesimismo no trae nada bueno. Y en el reencuentro con la prensa, más bien poco positivo, la verdad. “Me da pena cómo está hoy el periodismo”, señalaba el veterano periodista José María García, a los 10 años de su despedida de los oyentes.

Me quedo con el cariñoso recuerdo de José Antonio Marina al maestro Antonio Mingote (juntos hicieron un precioso libro Historia de la pintura). También con las últimas investigaciones de la neurociencia relativas a la fe (las recoge Rosa M. Tristán en El Mundo). Justin L. Barret (catedrático de psicología del Centro de Desarrollo Humano de la Universidad de Pasadena en California) escribe en su libro “Born Believers” (Nacidos para creer) que igual que nacemos predispuestos para el lenguaje, tenemos una inclinación natural para creer. “La atracción por la religión es un subproducto evolutivo de nuestro sistema cognoscitivo ordinario. Tan pronto como nacen, los bebés quieren dar sentido al mundo que les rodea”. El Nobel Daniel Kahneman considera que el sistema emocional del ser humano que permite capturar los falsos positivos y eso hace a las personas más susceptibles al pensamiento religioso. Particularmente, creo que tiene más que ver con los procesos de selección natural (las personas altruistas, que siguen el denominador común de las religiones, sobreviven más al cooperar, porque la reciprocidad sí está en la naturaleza humana) y con el poder de las creencias (esta sensación de certeza que necesita nuestro cerebro).

De El País Negocios, con el artículo de Miguel Ángel García Vega sobre los fondos de inversión de futbolistas: “Apueste por el próximo Cristiano”. Un producto financiero que convierte el fútbol en un negocio planetario. Prohibidos en Inglaterra, son habituales en Uruguay, Argentina y Brasil y está entrando en España, Portugal o Turquía. “Este tipo de propiedad sobre un jugador es creciente” (Gianni Infantino, secretario general de la UEFA). Creo personalmente que es la pescadilla que se muerde la cola: un jugador crece en talento en la medida que se pone en valor.

ABC dedicaba 9 páginas a Lo que nos une. La última de ellas, sobre el deporte: “El efecto integrador que hace patria”, de Alejandro Blanco, presidente del COE. “No es casualidad que las grandes naciones con un elevado índice de desarrollo económico y social tengan el deporte y su práctica en su ADN. El deporte no es sólo la competición de cada fin de semana. El deporte es la actividad social que implica a más sectores de la sociedad: salud, educación, economía, investigación, comercio, turismo, seguridad…” “Nada hay en la sociedad tan integrador y aglutinador del sentimiento nacional como el deporte”. “España necesita de proyectos comunes”.

Y la entrevista de Anna Grau a Luis Figo en la contraportada del ABC: “No creo que Guardiola sea Dios, ni Mourinho el diablo” (la Dra. Leonor Gallardo y un servidor estamos de acuerdo; por ello, en Mourinho versus Guardiola nos fijamos más en lo que les une como líderes-coaches y tanto en lo evidente que les separa). Eva Dallo en Magazine escribe sobre Los secretos del mejor vendedor del mundo. Entusiasmo: “Es clave y es contagioso. Un vendedor tristón no va a ninguna parte”.

Mi agradecimiento a Icíar Bollaín, a John Madden, a Éric Toledano y Olivier Nakache, por ofrecernos una cara positiva de la globalización.

¿Somos vendedores tristones, como buena parte de los políticos, o somos deportistas alegres y vitalistas, como muchos emprendedores en las organizaciones y, por supuesto, en el propio deporte español?