El gobierno, a los 100 días

Segunda sesión de Coaching de Equipo en el Programa Superior de Coahcing Estratégico de Fundesem en Alicante. Muchas gracias a Toñi, Cristina, Rosa Ana, Rosana, Antonio, Jairo, Marjorie, Alan, Sergio, Carolina, Carmela y Lali (y a Paco y a Lucía, hoy ausentes) por vuestro interés, vuestra inquietud, vuestras aportaciones… Así da gusto.

Ayer mi buen amigo Santiago Álvarez de Mon escribió en Expansión una Carta al presidente del Gobierno. En su haber, según el profesor del IESE, una forma mesurada de hacer política y un gobierno preparado. Entre los fallos, el área de la comunicación, donde “el margen de mejora es amplísimo”. Porque, “en la sociedad de hoy, vertiginosa, digital, tensa, global, pretender gobernar sin ganar la batalla de la comunicación es suicida”.

¿Comunicación? El presidente de Dircom (la asociación de los directores de comunicación), José Manuel Velasco, ha escrito en su blog sobre La comunicación del nuevo gobierno.

“El Gobierno de Mariano Rajoy acaba de cumplir sus primeros 100 días. Sometida al escrutinio de los mercados externo (financiero) e interno (la opinión publicada), no son pocos los observadores que aprecian errores de comunicación en la acción ejecutiva del presidente pontevedrés. A mi juicio, como las meigas, haberlos haylos , pero no sería justo ni profesional despachar con una mera frase o un simple adjetivo la política de comunicación de un gobierno apenas tres meses después de su toma de posesión y con cuatro años de legislatura por delante, máxime si la coyuntura en la que se desenvuelve es la más complicada que hayan vivido jamás al menos las últimas dos generaciones de españoles.

Para ser riguroso, habría que realizar tres preguntas:

¿Existe una política de comunicación?

¿Se han planificado objetivos a medio y largo plazo o sólo responde a las urgencias del momento?

¿Están coordinadas las acciones de comunicación de las distintas instancias y ámbitos del gobierno y del Partido Popular?

El propio gobierno admite que debe mejorar su estrategia de comunicación y ser más proactivo, consciente del desafío que entraña explicar los recortes realizados y las reformas emprendidas. Además debe enfrentarse a los mensajes de la oposición y, sobre todo, a sus propias contradicciones ideológicas. Es ciertamente difícil entender por parte del ciudadano que las duras decisiones adoptadas en los tres meses de legislatura van destinadas a recuperar la confianza de los mercados financieros, con el fin de que el país pueda seguir financiándose; más aún si la apelación al crédito exterior convive con la escasez del mismo en el ámbito nacional. Puede parecer una contradicción que los recortes produzcan en primera instancia un aumento del desempleo. Y, desde luego, es fácil hacer demagogia con la amnistía fiscal, especialmente después de que el Partido Popular hubiese clamado ferozmente contra ella cuando ejercía la oposición.

La crudeza del mensaje y la dificultad para digerirlo hacen más necesaria que nunca una política de comunicación. No se trata tanto de explicar los porqués de las medidas adoptadas como el contexto en el que se producen y el horizonte al que se dirigen. Por eso se necesita un plan que sea capaz de mirar hacia más allá del pico o pozo de la crisis y comenzar a recuperar la autoestima de unos nacionales que constituyen la mayor fuerza de comunicación existente. Un plan que no puede formular como objetivo genérico “sacar a España de la crisis”, porque sería como afirmar que la misión de un médico es “no matar a sus pacientes”, sino recuperar las palancas de creación y distribución de riqueza de una forma más equilibrada y sostenible. El cambio debe tener una mayor dimensión cultural que de modelo productivo y, en consecuencia, requiere tiempo y procedimiento. Cien días es un lapso tremendamente escaso, incluso para un político o para el periodista que lo juzga.

Yo creo que el Gobierno de Rajoy tiene una estrategia, pero no un plan. Tal vez su esquema de pensamiento responda a: “Primero sobrevivimos y luego ya pensaremos en el futuro”. Desde esta perspectiva, la estrategia es más bien la suma de decisiones tácticas cosidas por un denominador común. Ahora bien, esa forma de pensar puede lograr que el futuro, una de las mayores palancas de motivación, se vuelva muy pequeñito, al tiempo que su enemigo, la desesperanza, gane en tamaño.

La respuesta a las dos primeras preguntas sería: la política debe alumbrar un plan de comunicación que garantice la coherencia entre el corto, el medio y el largo plazo, que conecte los sacrificios del presente con los beneficios del futuro y que ofrezca respuestas creíbles a todas las personas que lo están pasando mal. Porque esta crisis tiene un origen moral y, en consecuencia, su superación requiere también un tratamiento psicosocial.

La respuesta a la tercera pregunta se encuentra diariamente en los periódicos y espacios audiovisuales. La contradicción se ha convertido en un género periodístico, tan propio del gobierno como de la oposición. La amnistía fiscal es un buen ejemplo de ello: el PP se opuso radicalmente a ella cuando el gobierno de Rodríguez Zapatero contempló esta opción y ahora es el mismo PSOE el que clama contra el perdón. Caso similar es el diferente tratamiento de la presión fiscal cuando se milita en el gobierno o en la oposición. Conclusión: el cuidadano está desconcertado y las referencias ideológicas aparecen más desdibujadas que nunca.

En estas circunstancias, la coordinación de las principales acciones de comunicación del gobierno, concebido en un sentido amplio (administración central, comunidades autonómicas y ayuntamientos), es crucial. No se trata de construir un mensaje monocorde, sino de compartir un objetivo común. De nuevo aflora la necesidad de dibujar un horizonte que facilite la comprensión de los esfuerzos del presente.

En esa línea, la coherencia es condición sine qua nom para la consistencia: hacer lo que se dice y decir lo que se hace. España tiene que recuperar credibilidad, lo cual requiere cumplir con los compromisos, crear las condiciones para una nueva etapa de crecimiento y generación de empleo, y, por supuesto, restaurar la confianza de los españoles en sí mismos.

Aunque algunas pistas no apunten en la dirección correcta, cien días es muy poco tiempo para juzgar la política de comunicación de un gobierno, cuya misión básica es gobernar, responsabilidad que en democracia comporta la obligación de comunicar. Y comunicar no significa ocupar espacio en los periódicos con los mensajes tácticos del momento, sino articular un discurso que tenga su origen en los valores del progreso y la convivencia, sea coherente con las decisiones y siembre confianza entre los ciudadanos.

El país necesita hechos, sensaciones y sentimientos”.

Sí, un líder debe generar Confianza (por ello, debería conseguir que un mensaje común con la oposición y los agentes sociales), ilusionar de verdad (en lugar de esconderse y “hacer karankas” con la VP o los ministros), generar una expectativa de futuro adecuada y sobre todo invertir en Capital Humano (en Educación, en Emprendizaje, en I+D+i de verdad) y atender a los “clientes” de nuestro país (inversores, turistas, etc). Es curioso, la portada del último Fortune es Emilio Botín, presidente del Santander. Y el artículo sobre España de The New York Times nos llama “el burdel de Europa” por los prostíbulos en la frontera hispano-francesa de La Junquera.

Necesitamos menos recortes y más reformas, menos miedo y más proyecto, menos tecnocracia y más liderazgo. Refiriéndose al presidente Rajoy, el maestro SAM escribía respecto del gobierno: “su deber es que formen un equipo cohesionado, en lugar de que primen los egos y agendas personales”. Con eso sueña un servidor: con que el gobierno sea una auténtico equipo, con que formen con la oposición un auténtico equipo, para recuperar la confianza de los mercados, y lo que es más importante, la confianza y el compromiso de todos nosotros, los ciudadanos de este gran país.