Dos biografías

Ayer me fui a la cama a las diez y media de la noche. Ni Halloween ni nada. Y hoy, bajo de defensas y con catarro (aunque sin fiebre), me he dedicado a escribir (avanzando en el próximo proyecto editorial) y a leer la biografía de Steve Jobs por William Isaacson, que ha sido presidente de la CNN y director ejecutivo de la revista TIME. Isaacson ha escrito anteriormente dos biografías, sobre Benjamin Franklin y Albert Eisntein.

No suelo hablar sobre los libros que no me gustan (para no dar ni mala ni buena publicidad). Sin embargo, en este caso haré una pequeña excepción. 737 páginas, con toda la aportación del genio de la informática, considerada “la biografía definitiva” de uno de los principales emprendedores de la historia, y me ha parecido un auténtico petardo. Le presenta tímidamente como un dictador apasionado por el diseño que no sabía controlar sus emociones, que pensaba sobre los demás en términos binarios (“o un héroe o un capullo”, según el autor). Nos conocemos con las ganas de saber en profundidad sobre su enemistad con John Sculley (el ejecutivo que vino de Pepsi y que consiguió que a Jobs le echaran de su propia empresa), sobre su gran amistad con el dueño de Oracle, Larry Ellison, sobre su rivalidad con Bill Gates (en la vuelta de Jobs, 11 años después, Microsoft fue determinante para que Apple sobreviviera). Una secuencia de momentos, todos conocidos, y ninguna profundidad respecto a un personaje que prometía ser fascinante.

Si lo comparamos con la biografía de Rafa Nadal, escrita por/junto a John Carlin, es como la noche y el día. En principio, un deportista, aunque sea uno de los mejores tenistas de la historia, da menos juego con 25 años que el fundador de Apple, fallecido a los 56.

El libro está basado al parecer en más de 40 entrevistas a lo largo de un par de años, y el lector se queda con la sensación de que no ha aprendido nada de este “modelo de líder”.

Laia Reventós escribía hace cinco días en El País lo siguiente:
“Aquellos electrodomésticos me han hecho más ilusión que cualquier otro utensilio de alta tecnología". Steve Jobs, alma de Apple, se refería así a la lavadora de su casa, que tardó ocho años en amueblar porque "solo se rodeaba de cosas que pudiera admirar", según su viuda, Laurene Powell. La elección de una lavadora europea (que tarda más, pero conserva mejor la ropa) sobre una estadounidense fue un debate familiar de semanas.

Walter Isaacson, expresidente de la cadena CNN y de la revista Time y autor de otras biografías de personajes como Einstein, Franklin y Kissinger, entrevistó a más de un centenar de familiares, competidores, adversarios y colegas del fundador y exjefe de Apple, fallecido el 6 de octubre. El resultado: Steve Jobs, una exhaustiva incursión por las luces y las sombras del personaje, que publica la editorial Debate.

Isaacson describe al padre del Mac, del iPod, del iPhone y del iPad como un tipo contradictorio, complejo, fuerte y arrogante, pero también sensible, vulnerable y de lágrima fácil. Un romántico que podía ser déspota y cruel; alguien que dividía el mundo en clasificaciones binarias, entre "iluminados y capullos".

En pleno proceso de creación del ordenador Macintosh, Jobs se quejó a un ingeniero de que el sistema operativo tardaba en arrancar. Pizarra en mano, calculó: si cinco millones de personas usaban Mac y tardaban 10 segundos de más en arrancar el ordenador cada día, aquello sumaba 300 millones de horas anuales, lo que equivalía a salvar 100 vidas cada año. "Si con ello pudieras salvar la vida a una persona, ¿encontrarías la forma de acortar el arranque en 10 segundos?", le inquirió al programador Larry Kenyon. El sistema acabó arrancando 28 segundos más rápido.

Quien no tuviera respuestas para Jobs tenía un problema. A los 13 años dejó de ir a la iglesia luterana. El pastor no supo qué contestar a por qué Dios permitía que en Biafra los niños murieran de hambre. No quiso tener "nada que ver con una adoración de un Dios así".

De sus padres adoptivos, Paul y Clara Jobs, el fundador de Pixar aprendió la importancia de terminar bien las cosas, "aunque no se vieran". Residían en una casa del arquitecto Joseph Eichler que, inspirado por Frank Lloyd Wright, construía espacios de diseño limpio y estilo sencillo. Aquella fue su visión para Apple. Lo importante era un buen diseño. Lo aplicó a los aparatos y a sí mismo. Sus apariciones con jersey negro de cuello de cisne son diseño de Issey Miyake. Le hizo un centenar. "Tengo suficientes para que me duren el resto de mi vida".

Sus obsesiones no solo eran estéticas y éticas, también dietéticas. Siempre experimentó dietas compulsivas. En una primera época solo se alimentaba de fruta y verdura. Después, tras leer Sistema curativo por dieta amucosa, de Arnold Ehret, abandonó los alimentos con almidón (arroz, cereales, pan, leche, grano...) y practicó prolongados ayunos. Jobs aseguraba que su dieta vegana evitaba la producción de mucosa y de olores corporales, por lo que no usaba desodorante y se duchaba una vez por semana. Ya con cáncer siguió dietas veganas, acupuntura y tratamientos que encontró por Internet. Medio sedado, rechazaba las máscaras de oxígeno porque su "diseño era horroroso".

La espiritualidad oriental y filosofía zen le acompañaron a lo largo de su vida. Vegetarianismo y budismo, meditación y espiritualidad, ácido y rock formaron sus años universitarios. De su paso por India se trajo la disentería. Meditaba por las mañanas, asistía como oyente a clases de física en Stanford, trabajaba en Atari y soñaba con crear su propia empresa. Cuando Apple salió a Bolsa, Jobs prefirió no recompensar a Daniel Lotkke, uno de sus mejores amigos de universidad, que estaba en Apple desde el inicio. El cofundador Steve Wozniak trató de remediarlo. Le propuso que le daría exactamente lo mismo que le diera él. "De acuerdo, yo voy a darle cero". A sus 25 años ya tenía 256 millones de dólares en el bolsillo. La actitud de Jobs hacia la riqueza resultaba algo compleja, escribe Isaacson. "Fue jipi antimaterialista, pero supo capitalizar los inventos de un amigo que quería regalarlos; un devoto del budismo que decidió que su vocación eran los negocios. Semejantes actitudes parecían entrelazarse en lugar de entrar en conflicto".

Los dibujos animados no escaparon a su perfeccionismo. "No sabría decirte el número de versiones que vi de Toy story antes de su estreno", recuerda Larry Ellison, fundador de Oracle y gran amigo de Jobs, ambos hijos adoptados. "Aquello se convirtió en una especie de tortura. Iba a su casa y veía la mejora del 10% de secuencias. Estaba obsesionado porque todo saliera bien, tanto la historia como la tecnología, y no quedaba satisfecho si no era la perfección absoluta". Hoy, Toy story se considera una de las grandes películas de la historia, y sus estudios Pixar tan revolucionarios en la industria cinematográfica como Apple en la tecnológica.

Pero también era un romántico. En el vigésimo aniversario de la boda con Laurene Powell la llevó donde se casaron, a Yosemite. "No sabíamos mucho el uno de otro", le escribió, "pero nos dejamos llevar por nuestra intuición: me hiciste flotar [...]. Mis pies nunca han vuelto a tocar el suelo". Aparte de los tres hijos con Powell, Steve Jobs tuvo una hija anterior, Lisa, de la que no se ocupó hasta los ocho años. Pilló a su entonces novia con otro y no se fiaba de su paternidad. También flirteó con Joan Baez, "porque había sido amante de Dylan", dice una amiga viperina. En su iPod, el genio llevaba toda la música de Bob Dylan y los Beatles.

Con la muerte en los talones, aumentó su creencia en Dios: "Quiero creer que hay algo que sobrevive [...]. Pero a lo mejor es como un botón de encendido y apagado [...]. Quizás por eso nunca me gustó poner botones en los aparatos de Apple.”

El propio Isaacson ha dicho en alguna entrevista que Jobs será recordado por unir lo artístico a la gran ingeniería y que su legado “Sobrevivirá mientras la gente a la que entrenó dirija la compañía. Al menos lo será durante la próxima generación.”

Lo más interesante de este volumen son las fotos familiares y las que, a lo largo de más de 30 años, le hizo la fotógrafa Diana Walker.

Desde el punto de vista del diversigrama (la versión empresarial del eneagrama), Jobs era una abeja (perfeccionista, laboriosa, el 1) con un alto componente de mariposa (la innovación, la creatividad, el 7) y de cisne (el diseño, la estética, el 4). Pueder verse en alguna de sus frases más definitorias:

- “Cuando innovas, cometes errores. Lo mejor es admitirlo rápido, y ponerse a mejorarlo con otras innovaciones”. Los perfeccionistas suelen ser sinceros (a veces, brutalmente sinceros) y eficientes.

- “Ser el más rico del cementerio no me importa… Irme a la cama diciendo que hemos hecho algo extraordinario, sí.” Los perfeccionistas suelen vivir bajo el principio de que la excelencia es más importante que el dinero.

- “Sé un ancla de calidad. Mucha gente no está acostumbrada a un entorno donde se espere la excelencia”.

- “Valía más de un millón de dólares con 23 años, y más de 10 con 24, y más de 100 con 25, y no era tan importante porque no lo hice por dinero”. Así es. Aunque, como puede leerse en la biografía autorizada, tampoco fue un filántropo.

- “El único problema con Microsoft es que no tiene buen gusto. En absoluto. Y no lo digo en los detalles, sino en general. En el sentido de que no creen en ideas originales y no aportan mucha cultura a sus productos”.

Cuando Montaigne lee las Vidas paralelas de Plutarco, proclama "Creo que ahora conozco incluso su alma". No me ha pasado con esta biografía (sí con la de Rafa Nadal). En el día de los Santos, Steve Jobs (aunque puede haber contribuido a hacer de este mundo un sitio más cómodo y artístico) no era precisamente uno de ellos.