De Jefe de Estado a presunto delincuente

Domingo con un tiempo delicioso y un servidor con un catarro espectacular.

Hemos ido a ver “Piratas del Caribe: en mareas misteriosas”, con una Penélope Cruz casi tan protagonista como Johnny Depp. Por lo demás, muy larga (dos horas y cuarto), espectáculo más visual que de diálogos, el capitán Jack Sparrow haciendo de las suyas (su modelo, Keith Richards, hace de padre en la peli) y los otros dos protagonistas, Ian MacShane y Geoofrey Rush, con oficio. No pasará a la historia pero arrasará las taquillas.

De la prensa de hoy, me he detenido a analizar el tratamiento a DSK (Dominique Strauss-Kahn, ex DG del FMI). Hasta hace unos días, el principal candidato por el Partido Socialista Francés a suceder a Sarkozy en el Elíseo. Hoy, un presunto delincuente al que no se le admite la presunción de inocencia (algo muy grave en el sistema democrático). Madera de líder, pasión por las matemáticas, inteligencia privilegiada, memoria de mago. “The Wall Street Journal” ya advirtió que: “Enviar aquí a la bragueta más rápida del PS era suicida”. Eso sí, en Francia no ha sido denunciado por ninguna mujer. Bernard-Henri Levy se lamenta del espectáculo de su silueta esposada y reconoce que el DSK que el conoce no tiene nada que ver con el hombre de las cavernas que ahora se presenta públicamente (con vídeo de dibujos animados incluido). Así es la sociedad del espectáculo: te crucifica sin piedad, sin juicio.

Carmen Sánchez-Silva habla de que “El trabajo en equipo vale por dos” y cita a David MacClelland: el clima es el 30% de los resultados (en realidad el impacto, tres décadas después, supera el 45%) y el 70% del clima es Liderazgo.

John Carlin, en El Córner Inglés, escribe sobre la próxima final de la Champions en Wembley: “Del veneno a la fiesta”: “El fútbol se merece una final digna y festiva. Demasiado veneno ha corrido últimamente por las venas de un deporte que entusiasma a más seres humanos que la cristiandad y el islam o incluso que el Iphone. El mundo se encuentra dividido por el nacionalismo, el odio religioso y el racismo, entre otros síntomas del retraso de la especie. La pasión por el fútbol demuestra, más que cualquier otro fenómeno, nuestra humanidad compartida. Nos ayuda a entender, si queremos verlo, que existen más factores de unión que de fractura. Sí, existen individuos mezquinos que utilizan el fútbol para fomentar el antagonismo y la rabia, pero existe una verdad mayor. Y es que el fútbol bien jugado o estrellas como Messi y Cristiano generan igual admiración entre los creyentes y los ateos, los negros y los blancos, los ricos y los pobres, los islamistas y los adeptos al Opus Dei”.

En la contraportada de El País, entrevista de Karmentxu Marín a José Manuel Blecua, presidente de la Real Academia de la Lengua. Es jovellanista y erasmista, como un servidor.

He estado siguiendo por la noche las elecciones autonómicas y municipales, especialmente en Madrid, Vigo, Cantabria y Extremadura. Estamos ante un cambio de era. Vicente Verdú escribía ayer el artículo “Sociología de la elegancia”, que es el siguiente:

“Lo malo de envejecer es el deterioro que conlleva. Lo bueno de la juventud es que parece siempre interminable. Con la socialdemocracia ha ocurrido prácticamente lo mismo. Creímos, desde 1945 a 1975, que ese bienestar social sería para siempre. No había existido nunca antes ni existiría después la disminución de las desigualdades, el aumento de la confianza en los otros y la seguridad en el futuro mejor.

Sin embargo, ni la protección de los servicios públicos ni lo que se llamaba en Francia État-providence han vuelto a crecer. La democracia ha perdido fuerzas y en el camino ha dejado el arrebol su juventud. Es decir, los "alegres tiempos" de las amplias clases medias más la esperanza en que sus hijos prosperarían desde esa plantación. Años después, sin embargo, la marcha del sistema capitalista, con sus arreones neoliberales a fines de los setenta, dejaron un cuerpo social y político desvencijado. La gente no confía en la gente y, encima, no confía tampoco en el porvenir. ¿Cómo no iba a generarse una formidable especulación basada tanto en la impaciencia por ganar mucho enseguida como en el miedo a perderlo pronto?

De un sistema más o menos conjuntado, con la musculatura firme en el tren inferior, se ha pasado a otro, cerca de la ancianidad, al que le tiemblan las piernas. En los gimnasios explican esta ecuación muy bien: la debilidad del sistema empieza por sus miembros inferiores siendo estos ahora mucho más importantes que nunca. De ahí que la democracia se tambalee, las reclamaciones vacilen y las medidas oficiales peguen tumbos.

Con pérdida de vigor en el Estado del bienestar, se ha perdido, a la vez, el impulso cultural y hasta el pulso también. Hace medio siglo la cultura pública se proponía hacer culto a casi todo el mundo y no solo a través de las escuelas, sino mediante el cine, los libros o los proyectos arquitectónicos que en Francia, nuestro patrón, condujeron ministros instruidos y elegantes.

Su quehacer nacía de que para Francia la cultura forma parte, desde la Revolución, de los bienes primordiales de la subsistencia. En la plaza Odeón de París hay una estatua de Danton donde se lee: "Después del pan, la primera necesidad del pueblo es la educación". Con ese espíritu gastronómico presente en Europa tan pronto hubo oportunidad de comer mejor la cultura entró a formar parte del menú.

"Menos chorizo y más pan", claman los manifestantes de la Puerta del Sol. Son jóvenes que han conocido de sobra el chorizo de la corrupción y han probado menos los patés y el camembert. Metáforas de las dosis culturales que se servían gratis y casi a granel en los años sesenta de media Europa y que hicieron de los agitadores del 68 gente ilustrada en los libros de sociología, literatura y hasta de psiquiatría. El movimiento antiautoritario de entonces que comprendía a la no-escuela, el no-psiquiátrico, la no-cárcel no sonaba tan absurdo si tenía en cuenta que la nueva cultura nacía de la cultura.

Ahora no son las cosas así, naturalmente. No podrían serlo. La socialdemocracia ha ido evaporándose como un humedal bajo el tórrido verano y la democracia a secas ha quedado en los sarmientos de lo que fue. ¿Otro mundo posible? Muy posible; pero antes, como es de razón, hay que esperar que se incinere este. Toda fogata en este sentido contará con suficiente leña y acelerará la Historia pero dentro de esa velocidad, ahora sin motores de explosión, habrá de reordenar el bien y el mal, la ignorancia y la ignominia, la cooperación, la educación y el estilo. Por ser más elegantes, educados, colaboradores y justos vale la pena construir el porvenir. Los políticos a la violeta habrán desaparecido”.

En un nuevo mundo, Jovellanos y Erasmo están más de moda que nunca. Que vuelvan cuanto antes.