Los siete enemigos de la supervivencia

AVE de vuelta de Barcelona para llegar a Madrid a la hora de comer.

Mar Mellado, socia directora de alianzas de Ágora Coaching, me ha comentado que mi artículo Los siete enemigos de la supervivencia de la empresa, publicado en RR HH Digital, ha sido el más leído de estos días. Es el siguiente:

Si a estas alturas de la película, con más de 3’5 años de crisis económica, su empresa y usted mismo no se han tomado en serio el coaching como desarrollo personalizado, francamente, y con todo cariño, no le auguro nada bueno. Este periodo de incertidumbre debería habernos llevado a una mayor reflexión y acción, a servir mejor a nuestros clientes (precisamente porque tenemos menos, pueden gastarse menos en nosotros y disponemos de más tiempo para atenderles), a innovar más que nunca (el miedo nos ha hecho ser excesivamente conservadores en lugar de sorprender positivamente al mercado con nuevos productos y servicios), a trabajar verdaderamente en equipo (como nos demuestra el deporte de alta competición, un equipo no se improvisa) y a desarrollar el talento (para que dé lo mejor de sí mismo desde su capacidad y su compromiso, y no sufra el desgraciado absentismo emocional que es hoy tan común).

En estos tiempos los “siete pecados capitales” que históricamente han sido sinónimos de la falta de virtud se han instalado en muchas organizaciones de una forma casi imperceptible, con la excusa de la crisis. Si no los desenmascaramos, será muy difícil salir adelante.



-La avaricia: Esta es una crisis de codicia, de abusar de un modelo económico que ha generado una burbuja (inmobiliaria, financiera) que antes o después tenía que estallar. Nos han hecho creer que el propósito de las empresas era “ganar dinero”, cuando este resultado es como respirar. El verdadero sentido de toda organización es su supervivencia en el cumplimiento de sus fines, y no maximizar el beneficio. Una trampa mortal.


-La gula. Acaparar por acaparar en un entorno de recursos limitados no sólo es absurdo, sino insano. El paradigma eficaz es compartir y generar beneficio mutuo, no aprovecharse de los demás. Con los clientes internos (nuestros profesionales) y los clientes externos (el cliente final) el modelo de relación ha de ser de generación real de valor, no de pelotazo.



-La envidia. Es la admiración la que provoca el auténtico aprendizaje. Promover la desconfianza, cuando no la rivalidad interna, merma posibilidades a la empresa. La empresa no es una democracia ni mucho menos una tiranía. Ha de ser una meritocracia en toda regla, desde la selección a la desvinculación, pasando por la descripción del rol, la comunicación, la gestión del desempeño, la promoción o la retribución. Cuando hay mérito en el talento, la envidia está fuera de lugar. 


-La ira: En esta crisis, los directivos con falta de serenidad han campado a sus anchas. Craso error. Necesitamos más autocontrol que nunca, para no caer en la disforia (en el desánimo) ni tampoco en la euforia en los buenos momentos. 



-La lujuria. Entendámosla no en su aspecto sexual, sino de aprovechamiento del otro. La falta de humanidad, de respeto por los demás, se traslada del servicio al cliente interno al servicio al cliente externo, Los clientes insatisfechos responden no sólo no repitiendo en la compra ni renovándola, sino haciendo referencias negativas a terceros. Un cliente al que se le ha superado su expectativa es el mejor comercial que podemos tener.



-La soberbia. Uno de los mayores activos intangibles de la gestión empresarial es la Humildad, entendida como capacidad de aprender al menos tan rápidamente como cambia el entorno. Abundan los directivos y las empresas autocomplacientes, que creen (aunque no lo digan, porque es políticamente muy incorrecto) que no necesitan aprender nada más, que saben más que nadie. 



-La pereza. Esta crisis ha sido una perfecta excusa para los que no querían poner la energía suficientemente en transformar sus organizaciones. “En tiempos de tempestad, no hacer mudanza”, dicen que dijo Ignacio de Loyola. La frase es incompleta: “…pero haz lo que tengas que hacer”. Que no es, precisamente, ser perezoso.

-Las empresas que así se comportan, o se han comportado, en el pecado llevan la penitencia, que no es otra que su desaparición. La esperanza de vida de las compañías se han reducido drásticamente, y no sólo en nuestro país. Qué lástima. Si la vida les hubiera dado una segunda oportunidad, seguro que habrían invertido tiempo, dinero y esfuerzo en desarrollar de verdad a sus directivos y a su organización en su conjunto.

El ser humano es el único animal que tropieza varias veces en la misma piedra. También es el único capaz de convertir un error en una útil fuente de aprendizaje. De nosotros depende”.

Esta tarde he ido a ver “Inside Job”, Óscar al Mejor documental 2010. La historia de la crisis actual, escrita y dirigida por Charles Fergusson y narrada por Matt Damon: cómo unos especuladores sin escrúpulos montaron este tinglado, con la ayuda de políticos nada partidarios de la regulación y de intelectuales aprovechados. No es que sea muy entretenida, pero deja muy claro que los sinvergüenzas que se lucraron (durante las administraciones Clinton y Bush) siguen en el poder con Obama. Ni uno sólo ha sido imputado. El gobierno de Wall Street sigue campando.

Vivimos en un momento muy decadente de la civilización. En su última novela, Cobra, escribe Frederick Forsyth: “Estados Unidos gasta 14.000 M $ al año en una docena de agencias oficiales (para combatir la droga) y no llega a ninguna parte. ¿Por qué? Porque la industria de la cocaína, sólo en Estados Unidos, vale cuatro veces más”. ¿Crisis de Liderazgo? El protagonista, que ha urdido un fabuloso plan para acabar con la coca, exclama: “ Éste ya no es el país al que juré lealtad siendo joven. Se ha convertido en corrupto, venal, débil y sin embargo arrogante, dedicado a los obesos y a lis estúpidos”.

Me habría estar mañana en Barcelona recibiendo al Gaes, tripulado por Anna Corbella y la británica Dee Caffari. Son la primera tripulación femenina en dar la vuelta al mundo a dos y sin escalas.

Mi agradecimiento hoy a quienes, como Charles o Frederick, denuncian los abusos de la sociedad en la que vivimos.