El Amor, la Libertad y otras cosas imposibles

Día nuboso este domingo de resurrección en Alicante. Procesión de la 12 desde la plaza del Ayuntamiento, paseo por el puerto en el Buquebus, comida en el restaurante Porteño, heladito en Antiu Xixona y cine en el CC Plazamar: Amor y otras cosas imposibles (The Other Woman, 2009). Un dramón de tomo y lomo con Natalie Portman de protagonista y productora ejecutiva. Basada en la novela de Ayelet Wieldman, es la historia de una abogada de Harvard que se enamora de un hombre casado, se queda embarazada de él y, cuando éste se divorcia y se casa con ella, el bebé muere a los tres días de nacer (la protagonista cree que involuntariamente le ha asfixiado); la cinta se centra en las difíciles relaciones que mantiene con su hijastro –un niño de 8 años muy listo y un tanto pedante-, con su propio padre –un juez que se separó por su adicción al sexo- y con la ex de su pareja, una famosa ginecóloga de muy mal carácter. Todo un ejercicio interpretativo de la Portman que hace sufrir al espectador más de lo deseable.

He estado leyendo Libertad en venta. Por qué vendemos democracia a cambio de seguridad, del periodista británico nacido en Singapur John Kampfner. Kampfner es uno de los analistas más brillantes del Reino Unido, autor del libro Las guerras de Blair (sobre el primer ministro más belicista de su país desde la II Guerra Mundial, Churchill y Thatcher incluidos, que pronto vendrá a Madrid a un módico precio a darnos “lecciones de Liderazgo”) y director de Index on Censorship, una de las principales ONGs en defensa de la libertad de expresión. En el 2000, nos cuenta Kampfner, de 192 países 120 eran democracias. Y sin embargo, no es una cuestión de cantidad sino de calidad democrática y de Politikverdrossenheit (desencanto político, término acuñado en 1994).

El autor no se centra en naciones polémicas Zimbabwe, Corea del Norte o Birmania, ni en la Venezuela de Hugo Chávez, Israel o Sudáfrica, sino en ocho ejemplos en principio admirables: su propio país de nacimiento Singapur, calificado por Kishore Mahbubani (el intelectual más célebre del régimen) como “la sociedad más lograda de la historia de la humanidad”. Un estado-isla que cuando se independizó en 1942 tenía la renta equivalente a Ghana. Su primer ministro durante 30 años y desde entonces líder supremo, Lee Kuan Yew, la ha transformado en un país muy próspero (el PIB pasó de 1.000 M a 86.000 M del 65 al 95): ¾ de la mano de obra no paga impuestos y quien lo hace no alcanza el 20%. Todo está estipulado por ley, el PAP (Partido de Acción Poular) de Lee ocupa 82 de los 84 escaños del Parlamento y tiene el mayor número de ejecuciones en el mundo en proporción a su población (420 en 15 años). El PAP “ofrece a cada ciudadano lo que quiere: una buena vida, seguridad, una buena educación y un futuro para sus hijos. Y eso es una buena forma de gobierno”. El escritor William Gibson lo llamó en 1993, “Disneylandia con la pena de muerte”.

Deng Xiao Ping aprendió de la experiencia singapureña, la aplicó en la ciudad de Shenzhen y proclamó aquello de “enriquecerse es glorioso”. El resultado es el boom actual de China, la segunda economía del mundo (en 2016, la 1ª). La corrupción de los “barones rojos” le cuesta a este inmenso país el equivalente al 15% de su PIB. El 90% de los 3.000 principales hombres de negocios están emparentados con las autoridades políticas. Según el Banco Mundial, en la última década unas 750.000 personas han muerto por la contaminación y los daños medioambientales cuestan el 5% del PIB. Hay unas 87.000 protestas importantes al año y medio millón de ricos con más de 1 M $ de activos disponibles. La globalización ha traído Armani, Mercedes y golf. En 2007, China había acumulado 1’2 B $ de reservas para invertir en el extranjero. Los Juegos Olímpicos eran la esperanza de la apertura democrática, pero no fue así, sino una demostración de ardor patriótico. El sistema educativo (muchas horas, aprender de memoria) es admirado, pero muchos de los licenciados son despedidos por ser incapaces de pensar de forma creativa. La democracia taiwanesa sí es un ejemplo democrático a seguir, y Taiwán invierte en China unos 70.000 M $ anuales, casi tanto como EE UU. “Quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y silenciando a la disidencia saben que están en el lado equivocado de la historia” (Barack Obama).

Rusia es “el capitalista furioso”. En 1991, con el desmantelamiento de la URSS, surgieron una serie de oligarcas que se adueñaron del país (la tele, la energía). Colocaron a Vladimir Putin, “un mediocre funcionario del antiguo KGB”, para que defendiera sus intereses. En libertad de prensa, Rusia está entre el puesto 140 y 147 de 173 países. Más de 200 periodistas han sido asesinados en la última década. Occidente muestra su confusión y su doble moral y en “Londongrado” viven muchos de los rusos más ricos. Hacia finales de 2007, más de 20 empresas rusas con una capitalización de 625.000 M $ cotizaban en la City. Es “el nuevo capitalismo” que no se basa en la democracia (más del 60% de los rusis están en contra del modelo occidental y sólo el 7% a favor).

Los Emiratos Árabes Unidos son “el dinero fácil”. Abu Dhabi posee el 95% del petróleo de los EAU y más de la mitad de su PIB. Dubai es el más pretencioso, “el centro munidal de la codicia”. Allí construyen los principales arquitectos (Foster, Ghery, Zara Hadid). “¿De verdad podemos llevar la cultura a jinetes de camellos y vendedores de alfombras’” (Jean-Robert Pitte, director de la Sorbona). La mitad del presupuesto de los atentados del 11S se envió desde Dubai, pero George W. Bush prefirió atacar Afganistán e Iraq.

La India es “la alternativa populosa”. La democracia más grande del mundo se ha alejado de la visión del padre fundador, Mahatma Gandhi; ha visto triplicar su economía entre 1999 y 2008 y hoy cuenta con 6 M de “muy ricos” y un 75% de muy pobres que malviven con menos de 2$ diarios. La mortandad por ataques terroristas supera a Pakistán y la calidad de su democracia es muy pero que muy mejorable. Galbraith dijo que la India es “una anarquía que funciona”. Los atentados de Mumbai del 28-N-2008 demostraron que no es así. “El problema de la India no es la falta de instituciones democráticas, sino de gobernanza”. Una superpotencia con los pies de barro.

Italia es “el monólogo cómico”, dirigido desde hace 20 años por Silvio Berlusconi, hijo de un empleado de banca milanés, fundador de una pequeña constructora cuando tenía 25 años y actualmente la primer fortuna del país, unos 10.000 M $, forjada por su amistad con Bettino Craxi (junto con Giulio Andreotti, máxima figura de Tangentópoli, el estado corrupto por excelencia). Amigo íntimo de Putin desde 2001, Berlusconi representa la “democracia demagógica”, junto con Sarkozy (“le Teleprésident”, que ha convertido la política en un reality show) y Tony Blair. Italia dedica a la educación cada vez menos presupuesto, por debajo del 5% del PIB. “Berlusconi representa el estómago de los italianos. Todos quieren ganar la lotería” (Sergio Rizzo, popular escritor italiano). “Se asegura de conseguir lo que quiere cuidando a sus allegados”. “La corrupción sistemática es tan profunda que ya no importa si un político se lleva dinero bajo mano, aunque casi todos lo hacen”.

Inglaterra es “el estado vigilante”. Cuando Blair dejó el cargo en 2007, había aprobado 45 leyes de justicia penal, más que en todo el siglo anterior. Hay 5 M de cámaras de vídeo vigilancia, una por cada doce ciudadanos. En 9 meses de 2006 se creó un cuarto de millón de aplicaciones informáticas para interceptar comunicaciones privadas. En la década laborista han muerto en UK unas 150 personas por atentados terroristas. “Hay cierta ceguera moral en demostrar tanta indignación justificada por posibles infracciones menores contra la libertad al tiempo que se ignoran las desigualdades flagrantes en general” (Polly Toynbee, The Guardian). Para Blair y Brown, la democracia y los derechos civiles eran “bienes flexibles”. “La función del estado era crear el entorno adecuado para la generación de riqueza y parar en seco a quienes amenazasen este bien”.

Finalmente, Estados Unidos es “el sueño corrompido”. Los 8 años de mandato del segundo Bush son bien conocidos (por ejemplo, EE UU fue junto con Somalia el único país que no ratificó la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño). La Patriot Act de octubre de 2001 justificó la falta de libertades en la lucha contra el terrorismo y desequilibró la libertad a favor de la supuesta seguridad. Corey Robin, catedrático de ciencia política en el Brooklyn College, ha escrito el relato definitivo sobre la función del miedo en la política: los estados autoritarios llevan “grandes actuaciones”; las democracias, “pequeñas coerciones y tiranías menores”. Obama fue la gran esperanza, pero inevitablemente sus propuestas levantraron la ira de las entidades financieras, y una vez que su popularidad descendió en el primer año de mandato y ha perdido la “mayoría cualificada”, se ha refrenado.

Dado que el control estatal resta libertad para crear riqueza, “¿hay esperanza en la nueva generación de líderes mundiales?”, se pregunta el autor, Él mismo se responde en el epílogo, escrito un año después (junio de 2010) del libro original: la crisis de codicia consumista era una gran oportunidad. “Desgraciadamente, esta oportunidad ha vuelto a desaprovecharse por doquier”.

Lo que nos queda es circo, mucho circo. John Carlin pone el dedo en la llaga en su Córner inglés. En el Reino Unido, la boda real (William & Kate). En España, el Barça-Real (ahora, en versión Champions, dado que el equipo de Mourinho ya tiene la Copa del Rey y el de Guardiola prácticamente la Liga). Cruyff ha dicho que este doble enfrentamiento, esta final anticipada, determinará quién es el auténtico dominador. Como escribe hoy Carlin, todo lo demás es secundario. El teatro de Shakespeare (un divertimento moralizante) es hoy el duelo final de Champions.