Practicar la felicidad

Hoy ha sido el día de las entrevistas en la prensa. La contraportada de El País está dedicada a Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, que ha estado unos días en San Sebastián: “Se puede aprender a ser feliz, pero hay que practicar”. Es una entrevista de Isabel Landa:

Martin Seligman, el estadounidense,impulsor de la psicología positivista y profesor en la Universidad de Pensilvania, no muestra atisbo de perplejidad cuando se le explica que Gaztelubide, una emblemática sociedad gastronómica ubicada en la Parte Vieja de San Sebastián, se ha resistido hasta hace poco tiempo a que entren las mujeres.

Martin Seligman (Albany, EE UU, 1942), sentado en una mesa de madera sin mantel, rinde pleitesía a un plato de perretxikos con cardo mientras comienza a despachar los asuntos del alma entre bocado y bocado. El estadounidense, impulsor de la psicología positivista y profesor en la Universidad de Pensilvania, no muestra atisbo de perplejidad cuando se le explica que Gaztelubide, una emblemática sociedad gastronómica ubicada en la Parte Vieja de San Sebastián, se ha resistido hasta hace poco tiempo a que entren las mujeres. Una educación estricta en un colegio militar le ha dejado cierto poso que contrasta con su forma de vida: ayudar a las personas a ser felices.

No le gusta hablar de la felicidad en bruto. "Un término engañoso que no se puede medir. Es mejor descomponer la felicidad en elementos para poder cuantificarlos y estudiarlos científicamente". Seligman cita el Paspel, (Perma, en inglés: cinco elementos definidos a partir de los cuales medir la felicidad), como si fuera un mantra; emociones positivas, la sintonía con el entorno, la pertenencia a un grupo o el altruismo, los logros o las metas. "Se puede aprender a ser feliz, pero hay que practicar. No se trata de trabajar solo unos elementos y otros no, sino que todos juntos hacen que sea posible ser más felices".

Mientras prueba con deleite unos espárragos frescos de Navarra recuerda que durante años trató de investigar el sufrimiento humano hasta que decidió tirar por otro camino: "Se puede aspirar a más, no solo a paliar el sufrimiento, sino a que los que están bien estén mejor". Lo dice él, un hombre que se define como pesimista y que debe tomar su propia medicina.

Padre de siete hijos, Seligman viaja siempre con su familia. En esta ocasión, pasó por el congreso Diálogos de cocina con su mujer y tres de sus hijos porque forma parte de la formación que quieren darles para potenciar sus fortalezas y mantenerse unidos: "No van a la escuela hasta los 14 años, estudian en casa porque es hasta la adolescencia cuando podemos inculcarles las herramientas para que sean positivos".

Llega la chuleta con los pimientos rojos cristal, el plato fuerte del menú elaborado por el equipo del chef Luis Andoni Anduriz, ideólogo del congreso. Seligman, a quien no le gusta frivolizar con la sonrisa, tiene ya claro que los cocineros son auténticos líderes porque inspiran a las masas. Y va más allá: la gastronomía y la psicología positiva tienen más en común de lo que puede parecer a priori cocinar un guiso de liderazgo, motivación y psicología. "Los cocineros cogen ingredientes buenos para lograr la excelencia. Mejoran lo que ya es bueno".

En los postres, mientras degusta queso con membrillo, este hombre amable pero serio, desvela sus ambiciones: "Que en 2021 el 51% de la población del mundo tenga el Perma alto". Pone como ejemplo la iniciativa liderada por el primer ministro inglés, el conservador David Cameron, que quiere medir y mejorar el bienestar en Reino Unido. Se trata de cuestionar las políticas públicas.

¿Cómo valorar entonces la felicidad? ¿Por momentos o recuerdos, o hay que medirla por la satisfacción en la vida? ¿A corto o a largo plazo? Interrogantes que deja sobre la mesa”.

También en El País, Luis Martín entrevista a Xavi Hernández, cuarto jugador que llega a 100 partidos con España: “Soy muy de La Roja” y M. A. Sánchez Vallejo, enviada especial a Dublín, entrevista a McAleese, la primera presidenta de Irlanda nacida en el Ulster.

En La Vanguardia, Víctor M.-Amela hace lo propio con Edurne Pasabán, la mejor montañera de la historia: “Un amor imposible me convirtió en himalayista”.

Tengo 37 años. Nací en Tolosa y vivo en San Sebastián. Soy ingeniera y MBA por Esade. Subo montañas: soy la primera mujer en coronar los 14 ochomiles del planeta. Estoy soltera y sin hijos. No me interesa la política. De tanto ir a Nepal se me está pegando el budismo.

Ha subido a lo más alto.

Aunque yo no me sintiera en lo más alto.

¿No?

En mi vida diaria me he sentido muy poquita cosa, y he intentado suicidarme varias veces.

¿Cómo?

Pastillas, cortándome las venas… y al final llamando siempre al 112, que me salvaba. Quería llamar la atención, supongo…

¿Cuándo fue eso?

En el año 2006: ya tenía ocho de las catorce montañas de ocho mil metros de la Tierra.

¿Y qué le pasaba?

¡No quería vivir! No salía de la cama, sentía que no valía nada, no me quería: encerrada a oscuras, no quería ver a nadie… Es tan, tan jodido… Los demás decían: “¡Pero si lo tiene todo!”. Pues yo no lo veía. ¿Cómo llegué ahí?

Algún conflicto habría, ¿no?

En la montaña me transformo: soy toda autoconfianza, seguridad, coraje… ¡Lo que me ha faltado abajo, toda miedos, inseguridades…! Ahora estoy aprendiendo a aplicar mi actitud montañera a mi vida cotidiana…

¿Por qué confiesa estas inseguridades?

Es parte de mi autoterapia, supongo. Ahora que ya he conquistado las 14 montañas más altas de la Tierra, estoy conquistándome a mí misma: ¡esta es la montaña más alta y más difícil! Pero ahora estoy animada.

¿Qué le llevó a subir ochomiles?

El amor me hizo himalayista: en mi primera expedición al Himalaya conocí a un alpinista italiano, Silvio, nos enamoramos… Ninguno de mis colegas quiso repetir un ochomil. Pero yo sí: por volver a estar con Silvio.

Bonita historia…

Fue un amor imposible: él volvía con su esposa al acabar cada expedición. Estuvimos así tres años, de expedición en expedición… Hasta que tuvo otro hijo, y ya no volvió.

¿Cómo lo vivió usted?

Fue muy duro. Silvio Mondanelli había sido mi acicate, era un crack,el jefe de mi cordada, y yo subía tan confiada… ¿Sería capaz de culminar un ochomil sin él? Dudé de mí, estuve a punto de tirar la toalla…

¿Y?

Elegí el Cho Oyu… y lo subí. De los catorce ochomiles, el Cho Oyu es el más asequible, eso sí… Pero vi que podía seguir sin él.

¿Hay machismo en la alta montaña?

Puedes ser vista como un lastre… hasta que demuestras que no y coges tu lugar.

¿Hay sexo en la alta montaña?

Hay romances muy intensos y bonitos arriba. No es incompatible gozar del sexo y escalar. Al contrario: si eso alivia tensiones…

¿La han cortejado mucho allá arriba?

No, me identificaban como pareja de Silvio.

¿Pudo la ruptura deprimirla?

Yo sabía desde el principio que era un amor imposible… Pero tuve otra relación posterior de la que sí esperaba más cosas… y no funcionó. Eso sí me afectó.

¿Y cómo salió del pozo?

Mis amigos me animaban a apuntarme a excursiones, expediciones… Me negaba. Un día me animé… Fue bien. Y me metieron en la cabeza lo de completar los catorce ochomiles. Fue en el 2007, y ese reto tiró de mí.

Y hoy es ya la primera mujer alpinista de la historia que ha logrado esa gesta.

Lo importante ha sido sentir que puedo hacer cosas por mí misma, por decisión propia, no por inercias o rutinas: ser yo misma.

Pero ha puesto su vida en peligro…

En el descenso del K2 me detuve a descansar, me quedé adormilada… ¡y suerte que otros venían detrás de mí y me vieron!: hubiese muerto congelada. Los descensos son más peligrosos que las ascensiones.

¿Por qué?

Vas más desgastado y desconcentrado, con la relajación del éxito… Pero el éxito no es llegar arriba, ¡el éxito es llegar abajo!

¿Ha padecido alguna congelación?

Sí, tuvieron que amputarme un dedo de cada pie (el de al lado del dedo gordo). Me congelé con Juanito Oiarzábal, pero a él tuvieron que amputarle más dedos que a mí.

¿Ha visto morir a compañeros?

Sí, los he visto despeñarse. En esos momentos se te activa el instinto de supervivencia: sólo piensas en salvarte. Hasta que no estás a salvo no calibras de verdad lo sucedido. No es egoísmo, ¡es algo instintivo!

¿Quedan restos de alpinistas en las cumbres?

Si subes al Dhaulagiri pasarás un repecho con el cadáver congelado de un alpinista neozelandés. ¡El gran alpinista es el que sabe darse la vuelta!

¿Qué quiere decir?

Saber cuándo no puedes seguir es clave: regresas…, ¡y ya habrá otra ocasión! Pero si sigues… quizá acabe todo ahí. La persona valiente es la capaz de retornar y hacerse autocrítica, no la suicida.

¿A qué ochomil no volvería jamás?

Al K2. Es la cima más complicada. También ofrece la vista más espectacular.

¿Daría un consejo a un lector deprimido y a su entorno?

Sólo hay un consejo: cree en ti. ¡Nadie puede hacer nada por ti! Sólo tú. Y al entorno: estar ahí… y paciencia. No le pidan nada al deprimido, le harán sentir más culpable…

¿Qué planes tiene ahora?

Subir al Everest sin oxígeno, en abril, porque es el único ochomil que hice con oxígeno. Y recuperar mi vida, ser la heroína de mi vida: me gustaría tanto tener hijos…

¿Está ahora enamorada?

Creo que sí”.

Y también en La Vanguardia, Rosalía Sánchez desde Berlín entrevista al sociólogo Ulrich Beck: “Debemos aceptar que hay sucesos no controlables”.

Mis agradecimientos de hoy a Martin, Edurne, Mary, Ulrich y Xavi, que nos ofrecen lo mejor de su pensamiento.