Ciudad de ladrones

Una vez más, John Carlin ha puesto el dedo en la llaga en su columna dominical El corner inglés. El artículo de hoy se llama La FIFA y el Vaticano:
“Si el fútbol es una religión, como muchas veces decimos, la FIFA, la organización que lo controla, es su Vaticano. Y, como el Vaticano, los procesos de toma decisiones que inciden en los corazones de cientos de millones de personas son opacos y medievales.
Esto, en el caso del Vaticano, es comprensible. Es una anciana y venerable institución cuyo territorio -por definición misterioso- es el más allá. El ámbito de la FIFA, en cambio, es netamente terrenal. Pero cuando su comité ejecutivo decide cuestiones de importancia mayor para gobiernos, países y devotos del fútbol, ni siquiera disimula respetar las reglas de la democracia; se comporta con toda la transparencia de un cónclave de cardenales decidiendo la identidad de un futuro Papa. La diferencia es que la FIFA mueve más dinero, buena parte del cual acaba en los bolsillos de los mismos señores en cuyas manos está el destino del Mundial, el fenómeno de masas más grande que conoce la humanidad.
Quizá sea una casualidad que esta semana los señores de la FIFA hayan elegido como sede del Mundial 2018 al "mafia estado" (fuente: Wikileaks) ruso; quizá (aunque decir esto sí que es un acto de fe) no haya habido ningún soborno; quizá se guiaron por dos criterios perfectamente sanos: que Rusia es un país de gran tradición futbolera y es una potencia económica emergente a la que le podría venir muy bien, como en el caso de Sudáfrica, una fuerte inyección de vitamina fútbol.
Pero todos estos argumentos se derrumban y los procesos mentales de los votantes de la FIFA quedan en grotesca evidencia cuando vemos la identidad del país que han elegido como sede del Mundial de 2022. Qatar, no exactamente una meca del fútbol, es un país más pequeño que las Islas Malvinas y Belice, y del mismo tamaño que Murcia, con una población de menos de un millón. Como practicar un deporte que exige correr durante 90 minutos no es humanamente posible en las condiciones climatológicas naturales del desierto qatarí, todos los estadios que se construirán (e, inmediatamente después del Mundial, se tendrán que destruir, por inútiles) gozarán de un sistema gigantesco de aire acondicionado. Lo cual presenta nuevos problemas: ¿qué tal si hace demasiado frío para la selección nigeriana y demasiado calor para la danesa? ¿quién decidirá la temperatura? ¿el árbitro? ¿un sobornable señor del cónclave fifero?
Una propuesta. Si vamos a hacer el experimento de ver cómo la ingenuidad humana se las arregla para celebrar el Mundial en un país de calor extremo, ¿por qué no intentamos lo mismo en un lugar donde hace muchísimo frío? Groenlandia podría ser una buena apuesta para 2026, ¿no?
Claro, tanta idiotez de parte de la desprestigiada FIFA, hasta nueve de cuyos altos ejecutivos han sido señalados como corruptos por los medios británicos en el último mes (noble motivo por el cual la candidatura inglesa para 2018 se hundió), el riesgo ahora es que caiga en desprestigio el propio Mundial. Y eso que la materia prima no es lo que fue. Un Mundial no es donde se ve el mejor fútbol. Ese privilegio se lo reserva la Liga de Campeones. Hace tiempo que es así. España ganó el último Mundial merecidamente pero el nivel del torneo fue lamentable. Tampoco el de Alemania o el de Japón y Corea fueron gran cosa. Esto se debe a que los grandes clubes europeos son mejores que las grandes selecciones y a que los jugadores más hábiles llegan agotados a los Mundiales, época en la que sus relojes biológicos les piden vacaciones.
Para colmo, la FIFA lo está pudriendo todo, quitándole al Mundial lo más valioso que le queda, su mística, su glamour. Es sórdido el espectáculo que presentan los popes del deporte. Si no vemos cambios al personal y a las reglas del juego, si la feudal FIFA no da el salto del siglo XII al XXI, el asco y el aburrimiento acabarán con el Mundial como buque insignia del fútbol y se convertirá en un torneo marginal, disputado entre equipos desmotivados, o de segunda fila, en Qatar, Groenlandia o (¿por qué no?) aquel minúsculo pero soberano estado conocido como la Ciudad del Vaticano”.

Corrupción y desprestigio. Esta mañana he ido a ver The Town. Ciudad de ladrones, dirigida por Ben Affleck. Es cierto que desde que con su amigo Matt Damon escribieran El Indomable Will Hunting (1997), el camino de Damon (la trilogía de Bourne, los hermanos Coen, Clint Eastwood) ha sido un éxito y el de Affleck (Dogma, Pearl Harbour, Daredevil, Paycheck…) ha ido de fracaso en fracaso. Sin embargo, con The Town ha reescrito brillantemente el guión basado en la novela El príncipe de los ladrones de Chuck Hogan y ha dirigido un thriller sobre un talentoso atracador que desea retirarse a una nueva vida. Supera este tipo de pelis convencional por la recreación de los atracos, el funcionamiento interno de la banda y la elección del reparto: Jeremy Renner (En tierra hostil) como su violento colega de fechorías, el veterano Pete Postlethwaite como ‘el florista’, el capo del barrio, John Hamn (Mad Men) como el líder del FBI. Ayer mi amiga Ana, la mujer de Miguel Ángel, me comentó que le habían dicho que era una buena cinta, y así es. Unas frases reveladoras de The town. Ciudad de ladrones: “Nos levantamos todos los días y decimos que vamos a cambiar de vida. Yo voy a cambiar la vida”. “Todo el mundo tiene un punto débil y hay que averiguar cuál es”. “Limpiar la catedral de Boston (el estadio de los ‘red sox’) no tiene precio”.

De la prensa de este fin de semana quisiera destacar Así será el ejecutivo de 2020 de Paz Álvarez en Cinco Días: “Se tendrá que pasear por el mundo” (Carlos Colomer), “Que no agote su curiosidad” (Jaume Pagés, Universia), “Valores sólidos” (Luis Conde), “Más inteligencia social” (Jonás de Miguel, Agbar), “No temer a la diversidad” (Rosa García, Microsoft), “La meritocracia se impondrá sobre la antigüedad” (Carlos Torrecilla, Esade), “Deberá hacer uso de la tecnología “(Javier Pérez Dorset), “Cultura de la confianza” (Marcos Cuevas), “Rápidos tomando decisiones, y transparentes” (Petra Mateos, Hispasat). En el mismo III Encuentro de CEDE en Girona, Isidro Fainé dio una serie de consejos: “Tened visión global, criterio propio, ética, no os relajéis nunca y tened fortaleza de carácter y estabilidad emocional (…) No seáis pavos, no os pongáis medallas. El mérito es siempre del equipo (…) Involucrad a los empleados, a veces los desmotivamos por tonterías (…) Si no tenéis buen equipo olvidaos, se acabó eso de que hay un dios y mil ayudantes (…) No comuniquéis por correo o por SMS, las cosas se comunican sólo cuando el otro se entera (…) No burocraticéis el trabajo, los procedimientos desmotivan a los más valiosos (…) Hay que prestigiar al empresario; hay 20 directivos que se han forrado con locuras y pagamos los demás”. Sabios consejos. En la contraportada de Cinco Días, retrato de Julio Fernández Ganoso y Mauro Varela, El tándem de las finanzas gallegas.

En Expansión, el anuncio de que Vértice amplía capital (29’92 M €) para cerrar la compra de Lavinia, que pasará a tener un 13’5% de la nueva compañía. Para el presidente de Vértice, José María Irisarri, la integración pone de manifiesto la estrategia de crecimiento incorporando “valor y mucho talento profesional”. Las dos empresas son plenamente complementarias en segmentos de negocios y actividades. Antoni Esteve, propietario de Narval, será VP de Vértice, junto con el Consejero Delegado, Saúl Ruiz de Marcos.

En El País Negocios, Carmen Sánchez-Silva habla de las empresas que amplían plantilla. “Los comerciales, los programadores y los profesionales de la atención al cliente son los más buscados”. Repsol, Técnicas Reunidas, Inditex, Indra, OHL, Sol Meliá, Deloitte, Accenture, Microsoft, Clearwire, Qualytel, Extel crm, Línea Directa, Reparalia, Mercadona o Bodaclick o Vente-privée están contratando personal.

En El Mundo, Ignacio Anasagasti hace un retrato-robot de los controladores de tráfico aéreo. Unos privilegiados con ganas de guerra. Son casi 2.400, la mayoría concentrados en Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca y Sevilla. Ganan una media de 200.000 euros anuales por 1.670 horas ordinarias y 80 extraordinarias. Les representa el sindicato USCA (95% del colectivo) cuyo presidente es Camilo Cela, sus portavoces César Cabo y Daniel Zamit y su secretario Abel Hernández. Hasta abril, cobraban unos 375.000 euros/año, el colectivo más costoso del planeta en esta actividad. Por ello, las tasas aeroportuarias eran las más caras del mundo. Y además son los menos productivos de Europa.

Y en XL Semanal, Eduardo Punset se pregunta, respecto a Los cambios que se vislumbran en el futuro: “¿Será posible que la irrupción del suicidio como primera causa de muerte violenta denotara que demasiada gente no está feliz con aquel estado de cosas? ¿Será que estamos en una situación en la que se tambalea el estado-nación? ¿Será que estamos en plena destructuración familiar que permite a la mujer campear a su suerte? ¿Será que el adelanto de la pubertad y la prolongación de la juventud permite a los jóvenes agruparse en su propia manada? ¿Será que asistimos a la triplicación de la esperanza de vida sin que sepamos todavía qué hacer con los mayores de 65 años?

Mi agradecimiento de hoy a los pensadores que se hacen preguntas inteligentes, como John, Miguel Ángel, Ben, José Mari o Eduardo.