Los osos y el salmón

Hay dos tipos de estupideces: las irreparables y las reparables. Gracias a la iniciativa de un amigo ingeniero de extraordinario talento, ex de General Electric, he podido recuperar el móvil (con una brillante idea que en el servicio técnico no se les había ocurrido). Muchas gracias a todos los que me habéis mandado vuestros números de teléfono.

Suelo leer un libro al día (la lectura es una de mis grandes pasiones) y comento en este blog, en principio, sólo los que me han gustado. Como el arte es cuestión de percepciones (y por tanto, de emociones), he aprendido que no conviene hacer publicidad (ni siquiera mala publicidad) a los textos que personalmente no me han aportado gran cosa.

No sé si el libro Los osos ya no comen salmón es una excepción. Su autor, Ricardo Cortines, se define como “un emprendedor nato venido del Derecho” (se hizo promotor inmobiliario en 2004 y en 2006 dirigía dos empresas y asesoraba a una tercera; preparo oposiciones a notarías “encerrado en mi cuarto y en mí mismo, para al final terminar claudicando”). Me he acercado a este libro, de título provocador, por la admiración profesional y el cariño personal que les tengo a los editores de LID, José Antonio Menor y Helena López-Casares, dos personas extraordinarias de enorme talento y además dos estupendos escritores. Y porque el libro, en la contraportada, promete hacerte pensar, sorprenderte y que te unas a él, además de dos coñas marineras: “Lo leerás en pocas horas. Lo reelerás toda la vida”, The Oso Times; “Por fin buenas noticias”, Salmón Rushdie.
En la introducción, el autor concluye: “Lo único que busco es enseñarte a aprender”. Me ha recordado aquel proverbio oriental: “Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”. Creo modestamente que uno aprende cuando lo necesita, que no puedes obligar a nadie a aprender si no quiere. A aprender se estimula, no se enseña.
La primera parte se llama “Si quieres ganar dinero, no fundes una empresa”. En ella define la empresa como una comunidad humana formada por accionistas, empleados y clientes (un interesante concepto). Sin embargo, explica que según el modelo de las “cinco fuerzas” de Michael Porter, “el objetivo de una empresa es crear valor para el accionista y eso sólo se consigue compitiendo con el cliente”. Me temo, respetuosamente, que eso no es lo que dice el profesor de Harvard. Para Porter, la clave del éxito no está en ser el mejor, sino en ser (percibido como) diferente (percibido por los clientes, claro está). Sí, la mejor publicidad es el boca a boca y, como escribe Ricardo Cortines, “los clientes son los mejores empleados de una empresa”. Cierto. A partir de ahí, nos propone “ponerles a trabajar”, crear un “sindicato de clientes” y que se involucren en la empresa a través de la responsabilidad. Bueno. Creo que sobre el servicio al cliente, sobre la confianza que se genera en ellos, la excelencia, la innovación o el talento comercial se pueden decir muchas más cosas.
En otro capítulo, nos habla del Trabajo en Equipo, con cuatro 5Cs: Complementariedad Coordinación, Comunicación, Confianza y Compromiso, con el ejemplo del F. C. Barcelona dirigido por Pep Guardiola. “La clave no reside sólo en tener a los mejores jugadores, sino en permitir que los mejores jugadores hagan solamente aquello en lo que son los mejores”. Me parece, sinceramente, que lo que hace Guardiola es más complejo, más difícil y más meritorio.
Y después se adentra en el Liderazgo, que define como “forma de ejercer influencia sobre un determinado grupo en busca del logro de ciertas objetivos”. Habla de Goleman y concluye: “La inteligencia emocional es un concepto muy valorable, bien concebido y muy práctico incluso. Pero no es la cualidad que define a un líder. La gente sigue a quien le allana el camino, a quien le disipa la niebla, a quien le enseña la salida”. “La inteligencia emocional está muy bien… Para los que andan escasos de la otra”. Lástima que no haya entendido lo que la inteligencia emocional realmente significa, porque es el 90% del Liderazgo.
Es más. En el siguiente capítulo se hace la pregunta de si el líder nace o se hace. “Típica pregunta sobre la que se ha escrito mucho –me imagino- y, por tanto, sobre la que habrá poco que leer –me imagino”, escribe. Y dogmatiza que, como “nada se crea de la nada”, todos los grandes hombres “soñaban desde niños con hacer eso por lo que ahora son reconocidos”. Bonita fantasía, pero no es cierta. El/la líder no nace ni se hace; se forja, a partir de la voluntad, que es la materia prima.
Comparto con el autor que “si tu intención es ganar dinero, olvídate de fundar una empresa” porque “una empresa se crea para construir algo, no para ganar dinero”. Creo que el dinero (la rentabilidad) es condición necesaria, imprescindible, pero no suficiente. Y finalmente, nos da el autor “una nueva filosofía empresarial”: creer en las personas adiós a las oficinas (y a los horarios); jerarquía no, interdependencia, retribución según la aportación al equipo y trabajadores independientes y por cuenta propia. Pues vale.
La 2ª parte son “Las 21 reglas de los negocios”. Me quedo con “Ponle nombre y apellidos a lo que quieres”, “Ahonda en los pequeños detalles”, “Diviértete”, “No hagas negocios, haz socios”, “Únicamente los peces muertos nadan con la corriente” y “No pierdas el tiempo con cosas que no entiendes”. La 3ª parte se titula “Qué, quién, cuándo, cómo y por qué” y son 50 pensamientos como “Crisis significa cambio”, “Se puede mendigar, pero jamás tener actitud de mendigo” o “Tus contactos son tu mejor patrimonio”, donde critica a las escuelas de negocios (“Las escuelas de negocios no son más que clubes sociales de mayor o menor prestigio donde quienes acuden no buscan sino posicionarse socialmente, es decir, hace contactos”), los clubes de fútbol (“Decir que un club de fútbol es una empresa privada es, sencillamente, mentir”) o el marketing (“La mejor táctica de marketing de la que una empresa puede valerse es enseñar a sus clientes lo que cuestan las cosas”). La cuarta y última son 14 reflexiones sobre el fracaso, porque el autor confiesa sentir “profunda devoción”. No diferencia el error (del que se aprende) del fracaso (que te minusvalora).

El Dr. Einstein tiene escrito en su libro El mundo como yo lo veo (1949) que “Debemos simplificar todas las cosas lo más posible, pero no más”. Cuidado con la sobresimplificación, en los libros de autoayuda, en la dirección empresarial y en todo en la vida. Lo que pierde rigor pierde sustancia.

Los osos comen miel, plantas, fruta, hierba, raíces, insectos, todo tipo de pescado y, cuando pueden, salmón, que les encanta. Los más talentosos van a McNeill Falls, en Alaska, atraídos por miles de salmones que van allí a desovar. Los osos pardos (uno de los animales más grandes que existen) se alimentan de salmón previamente a la hibernación. No está hecho el salmón para la boca de todos los osos.

Mi agradecimiento de hoy a Roberto y Ana, los padres de Ana Mª, la mejor amiga de mi hija Zoe, con quienes cenamos ayer en el Puerto Marina de Benalmádena, en Carretero Puerto: Coquinas, calamares, rosada, boquerones, dorada. Un pescado maravilloso, fresquísimo. Me encantó el ambiente de Puerto Marina.