Hoy he ido a ver El escritor (en inglés, “the ghostwriter”, que significa “el negro”, el que escribe por otro). Está basado en el libro El poder en la sombra, de Robert Harris, libro del que hablaba en este blog el 19 de septiembre de 2008. La historia trata de un “negro” que está escribiendo la biografía del ex primer ministro británico causante de la guerra de Irak y que puede ser acusado por el Tribunal de Derechos Humanos de La Haya. El paralelismo con Tony Blair es evidente (el actor que lo interpreta, Pierce Brosnan, se lleva con Blair sólo diez días de diferencia). En esta “política del espectáculo” Remington Steel acaba convirtiéndose en “Tony Bliar” (Tony el mentiroso de serie B). La tesis de la novela –y de la peli- es que, si en 10 años, Blair no tomó ni una sola decisión en contra de los intereses de EEUU es porque fue reclutado como agente de la CIA en sus años universitarios, cuando se incorporó al partido laborista. En una entrevista, Robert Harris comentaba que “la realidad supera la ficción; lo que parece ficción es real y lo ordinario es lo que en realidad uno se ha inventado”.
En el Expansión de este fin de semana (mañana sábado no hay prensa), Eduardo Torres-Dulce comenta la película. Nos recuerda la filmografía de Roman Polanski (su cine de los 60: El cuchillo en el agua, Cul de sac, Repulsión; su salto a Hollywood: La semilla del diablo, Chinatown; tras la tragedia de los asesinatos de Charles Mason, aciertos como Tess, fracasos como Piratas o La novena puerta, cintas interesantes como Frenético, intentos de retorno al origen como El quimérico inquilino y Lunas de hiel y películas aclamadas como El pianista), califica El Escritor de thriller “de corte hitchcockiano” a partir de una buena novela y la acusa de falta de garra. “La construcción de los personajes, el cuarteto formado por premier, esposa, escritor y jefa de gabinete, constituye una bicoca a explorar y explotar, algo que ni remotamente ofrece la película”. Pues a mí me ha gustado, tanto Ewan McGregor (actor que no es precisamente santo de mi devoción), como Pierce Brosnan en plan Tony Blair, como su esposa (Olivia Williams) y la jefa de gabinete (Kim Catrall, la más picante de las chicas de Sexo en Nueva York). ¿Habrá tenido algo que ver la dirección por Polanski de El escritor con el hecho de que se reabrieran sus acusaciones en EEUU? Por cierto, en Expansión & Empleo, Cine de gestión de un servidor sobre Millenium 3: La reina en el palacio de las corrientes de aire. Trata sobre El amargo sabor de la venganza.
A mí Tony Blair siempre me ha parecido “El sombrerero loco” de Alicia (personaje que, en la versión de Tim Burton que se estrena en 3D en tres semanas interpreta Johnny Depp, el “pirata del Caribe”). Piratas, sombrereros, primeros ministros. Con el título Fe cristiana, Corazón americano, publicaba este artículo mi admirado John Carlin el pasado 30 de enero de 2010:
“Tony Blair es un personaje repelente para muchos británicos. Provoca ese profundo rechazo de piel que sólo se puede sentir por un compatriota. Ningún inglés, o francés, o alemán podría compartir la visceral reacción que para algunos españoles genera la figura de Aznar; para otros, la de Zapatero. Lo mismo para los británicos con Blair.
Gran Bretaña es un país en el que coexisten personas deseosas de conservar la identidad británica de siempre con otras que anhelan absorber algo del candor optimista que caracteriza a los "primos" estadounidenses. Los primeros -no necesariamente conservadores en la política- son los que no soportan a Blair; los segundos -no necesariamente progresistas- son los que ayudaron a mantenerle en el poder durante 10 años.
La personalidad de Blair es mucho más estadounidense que británica. Es, para empezar, un creyente cristiano. La forma de ser de Blair es religiosa, incluso cuando no está hablando de la religión. Es una persona ferviente, convencida, iluminada, más cercano al estereotipo del pastor protestante de Oklahoma que al del clásico británico irónico, seco, incapaz de evitar reírse de sí mismo o de su sociedad. Es difícil creer que Blair se hubiera reído jamás del humor irreverentísimo de Monty Python, o siquiera que lo hubiera entendido.
Pero esa misma solemne convicción que le define también ha resultado ser su punto fuerte, lo que ha marcado la diferencia entre él y sus más titubeantes, ambiguos e incluso más inteligentes rivales políticos, como por ejemplo el actual primer ministro Gordon Brown. Brown no hubiera poseído la dosis necesaria de fe que llevó a Blair a lo que la historia quizá juzgue como su éxito más significativo, lograr la paz en Irlanda del Norte. Esa ausencia de duda también fue la que convenció, inicialmente, al Parlamento y al pueblo británico a participar en la guerra de George W. Bush en Irak. Y lo hemos vuelto a ver ayer cuando le tocó el turno de declarar ante la investigación oficial que se está llevando a cabo en Londres sobre esa misma guerra.
Blair no se doblegó. Dijo que no se arrepentía de nada. Que hoy volvería a hacer lo mismo. Otro político, en la misma situación, hubiera evidenciado quizá atisbos de incertidumbre; el duro interrogatorio hubiera revelado alguna fisura. Pero Blair demostró la firmeza de un hombre que parte de premisas inapelables, tan poco susceptibles al razonamiento lógico como las de un integrista musulmán, o las de un cristiano renacido, como el ex presidente Bush. Nunca hubo la más mínima posibilidad de que se rompiera, como quizá algunos hubieran soñado, o que confesara que se había equivocado; o que rogara, entre llantos, que le perdonasen.
El secreto de su éxito -nunca el partido laborista había permanecido tantos años en el poder como durante su mandato- fue que, además de esa ciega certeza de poseer la razón, poseía astucia. Era un político listo, instintivo. Conocía al electorado, sabía que su estilo religioso convencía, pero que si actuaba y hablaba de manera abiertamente cristiana los británicos desconfiarían de él; le verían como un chiflado. Por eso su jefe de prensa le advertía de que no hablara nunca de Dios -consejo que siguió- y por eso esperó hasta después de dejar el poder para convertirse al catolicismo y participar activamente en foros internacionales religiosos. Hoy no tiene necesidad de politiquería. Le basta con esa inquebrantable fe, más que suficiente para salir indemne -o, al menos, así él mismo lo habrá entendido- de la inquisición a la que fue sometido.”
Ayer estuve leyendo el libro Manipulados, de John Perkins. Es la historia de un “ganster económico” que nos cuenta cómo hace las cosas la CIA. No se trata de una novela, de ficción, sino de la más pura –y aterradora- realidad. En 1971, fue fichado como “economista jefe” de una firma que aseoraba a gobiernos; en realidad, se dedicaba a engañar a países del tercer mundo y saquearlos. Cuando los dirigentes se resistían, la CIA los derrocaba o asesinaba.
En el libro nos habla de Islandia (en 2007, el 3º país en renta per capita por la construcción de una gran presa; el 6 de octubre de 2008, quebrada), Irán (el primer ministro Mohammed Mossadegh, democráticamente elegido y "hombre del año" de TIME en 1951, se atrevió a expropiar a las petroleras; fue derrocado y “sustituido” por el sha), Panamá (Omar Torrijos murió en un “accidente” de helicóptero), Ecuador (el Dr. en Economía Rafael Correa se negó a pagar la deuda de 10.000 M $ contraída por dictadores y lo convirtieron en “comunista”) y los "países amigos" Indonesia (el General Suharto), Chile (Augusto Pinochet), Nicaragua (Somoza), Egipto (Anwar el Sadat), Angola (Jonas Samimbi), Zaire (Mobuto Sese Seko), Arabia Saudí … y Estados Unidos: el keynesianismo pasó de Roosevelt a Eisenhower, JFK, Johnson e incluso Nixon (que dijo: “todos somos keynesianos”), hasta una extraña alianza entre un ex actor demócrata y sindicalista reconvertido en republicano y azote de sindicatos (Ronald Reagan) y un economista de la Universidad de Chicago (Milton Friedman), con frases como “la responsabilidad social de la empresa es aumentar los beneficios” o “menos gobierno es un buen gobierno”. Se calcula que se necesitan en EEUU unos dos billones de dólares para reparar las infraestructuras construidas durante y después del New Deal. “Cuando Reagan llegó a la Casa Blanca, la deuda nacional era de 800.000 $. Cuando la abandonó, era de 2.500 billones de $. Con George Bush, pasó a 5 billones. Clinton la rebajó. Con George W. Bush, se elevó de 5 a 10 billones de $”.
John Perkins considera “magnates desaprensivos” a Leo Dennis Kozlowski, Bill Gates, Larry Ellison, Jack Welch (que se jacta de que GE pasara de 410.000 empleados a 299.000 en cinco años), Sam Walton, Michael Bloomberg, John Chambers, etc. El 10% de las personas con más renta posee el 90% de las acciones y el patrimonio y el 75% de los inmuebles que no son viviendas. Gracias a la ley de telecomunicaciones de Clinton de 1996, los medios se han concentrado en 6 empresas (en 1983 eran 50 compañías).
El equipo económico de Obama (Timothy Geithner, Larry Summers, Paul Volcker) son ex clintonianos partidarios del doble rasero.
Es el capitalismo depredador. El 5% de la población mundial consume el 25% de los recursos, los CEOs de EEUU ganan más de 500 veces lo que un empleado normal (en 1980, la proporción era de 42 a 1), 200 millones de niños trabajan como esclavos en condiciones infrahumanas.”Estamos sentados sobre un barril de pólvora, de desigualdad, injusticia e inseguridad, que está a punto de explotar” (Amnistía Internacional, mayo de 2009).
A pesar de todo, John Perkins es optimista. Cree en un cambio de modelo, si asumimos nuestra responsabilidad como consumidores y como ciudadanos. Nos recuerda la profecía amazónica de hace más de 2.000 años, según la cual las sociedades humanas se dividían en Cóndor (“el camino del corazón”) y Águila (“el camino de la mente”). Los dos lucharon en el cuarto “pachacuti” (periodo de 500 años), alrededor de 1490 con el “descubrimiento de América”. En el quinto pachacuti, hoy en día, tienen la posibilidad de unirse. Depende de nosotros.