El reino de la humildad

Ayer presentó en Expomanagement Juanma Roca su excelente libro El reino de la humildad. Juanma es uno de los mejores periodistas económicos de nuestro país –muchos recordamos sus páginas de management en La Gaceta- y se ha animado a escribir una fábula utilísima en los tiempos que corren para volver a los valores fundamentales. En el libro se concluye que “la humildad es la fuente del amor y de la felicidad, y el liderazgo entendido como servicio es la clave del éxito.”
En su página de Facebook con el mismo nombre (El reino de la humildad), Juanma Roca se hace eco del artículo de Martin Wolf publicado ayer y que me animo a reproducir:
¿Será esta crisis un momento decisivo?
Publicado el 20-05-2009, por Martin Wolf

¿Es la actual crisis un punto de inflexión, con la globalización dirigida por los mercados, el capitalismo financiero y el dominio occidental por un lado y el proteccionismo, la regulación y el dominio asiático por otro? ¿O restarán los historiadores importancia a este momento, calificándolo como un hecho provocado por unos cuantos desaprensivos? En mi opinión, la versión final será una mezcla de las dos anteriores. Dada la enérgica respuesta política, no estamos ante una Gran Depresión ni ante los desequilibrios económicos de 1989.


Examinemos lo que conocemos e ignoramos sobre sus consecuencias en la economía, las finanzas, el capitalismo, el estado, la globalización y la geopolítica.

En la economía, ya conocemos cinco aspectos importantes. Primero, cuando EEUU padece una neumonía, el resto del mundo cae gravemente enfermo. Segundo, ésta es la crisis económica más grave desde la década de los treinta. Tercero, la crisis es de carácter global, aunque ha tenido un impacto especialmente severo en los países que se especializaron en exportar productos manufacturados y que dependían de las importaciones netas de capital. Cuarto, los políticos han lanzado los estímulos fiscales y monetarios y los rescates financieros más importantes de esta crisis. Por último, este esfuerzo ya ha dado algunos frutos, que se traducen en la recuperación de la confianza y del ciclo de inventarios. Según el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, la economía mundial se acerca a un “punto de inflexión”, de lo que se deduce que su ritmo de deterioro es menos acusado.

Podemos además pronosticar que EEUU encabezará la recuperación: al fin y al cabo, hablamos del país más keynesiano de las economías desarrolladas. Además, todo parece indicar que China, con su paquete de estímulos masivo se convertirá en la economía más exitosa del mundo.

Por desgracia, hay por lo menos tres factores importantes que desconocemos. ¿Hasta qué punto los niveles excepcionales de endeudamiento y descenso del valor neto generan un crecimiento sostenido en el esperado ahorro de los hogares de los que en su día fueron ávidos consumidores? ¿Durante cuánto tiempo pueden mantenerse los actuales déficit fiscales antes de que los mercados demanden una mayor compensación al riesgo? ¿Pueden los bancos centrales orquestar una salida no inflacionista, teniendo en cuenta el carácter excepcional de las actuales políticas?

En el sector financiero, se incrementan los niveles de confianza; los diferenciales entre los activos seguros y arriesgados caen a niveles menos anormales y los mercados experimentan una modesta recuperación. La Administración de EEUU ha otorgado a su sistema bancario un certificado de salud aceptable. Podemos anticipar que el sector financiero se recuperará en los próximos años, aunque sus días de gloria tardarán décadas en llegar, al menos en Occidente.

Lo que desconocemos es hasta dónde llegarán el “desapalancamiento” y la consiguiente deflación de los balances. Tampoco sabemos si el sector financiero conseguirá poner fin a los intentos de imponer un régimen regulador más efectivo. Los políticos deberían haber aprendido de la necesidad de rescatar sistemas financieros plagados de instituciones que se consideran demasiado grandes para fracasar. Me temo que los intereses concentrados acabarán por imponerse al interés general.

¿Y qué hay del futuro del capitalismo? Sobrevivirá. A pesar de la crisis, el compromiso de China e India con la economía de mercado no se ha visto alterado, aunque las dos economías mostrarán más recelo ante los sistemas financieros que operan sin trabas. Los que están del lado del libre mercado insistirán en que los reguladores tienen más culpa de la actual situación de la que tienen los mercados. No les falta razón: después de todo, los bancos son los más regulados de las instituciones financieras.

No obstante, desde el punto de vista político, este argumento no tiene peso. En el entorno financiero ya no hay tanta disposición a confiar en el libre juego de las fuerzas del mercado. Por tanto, podemos también deducir que la era del modelo hegemónico de la economía de mercado forma parte del pasado. Como siempre han hecho, los países adaptarán la economía de mercado a sus propias tradiciones, aunque ahora lo harán con más confianza.

Menos claras son las consecuencias para la globalización. Sabemos que la inyección masiva de fondos gubernamentales ha “desglobalizado” parcialmente las finanzas, con graves consecuencias para las potencias emergentes. También conocemos que la intervención de los gobiernos en la industria tiene fuertes connotaciones nacionalistas, como también somos conscientes de que pocos líderes políticos están preparados para aventurarse al libre comercio.

La mayor parte de los países emergentes llegarán a la conclusión de que acumular enormes reservas de divisa extranjera y limitar los déficit por cuenta corriente es una estrategia acertada, lo que podría generar otra ronda de “desequilibrios” globales desestabilizadores. Éste parece el resultado inevitable de un orden monetario internacional defectuoso. No sabemos cómo sobrevivirá la globalización a estas tensiones. En este sentido, soy optimista, aunque mi confianza no es ilimitada.

Entretanto, el estado ha vuelto, pero su situación parece más próxima que nunca a la quiebra. Es probable que la relación de la deuda pública con respecto al producto interior bruto se duplique en muchas economías avanzadas: el impacto fiscal de una crisis financiera, tal y como se nos ha recordado, puede alcanzar el coste de una guerra prolongada.

Se trata, por tanto, de un desastre cuya repetición no pueden permitirse los gobiernos de unas economías desarrolladas en lento crecimiento antes de una generación. El legado de la crisis fiscal también pondrá límites a la generosidad fiscal. El esfuerzo para consolidar las finanzas públicas dominará la política durante años, tal vez décadas. El estado ha vuelto, sí, pero no podrá permitirse grandes gastos.

Por último, pero no por ello menos importante, ¿qué representa esta crisis para el orden político global? A este respecto sabemos tres cosas importantes. La primera es que la creencia de que Occidente, por mucho que desagradara al resto del mundo, sabía al menos cómo gestionar un sistema financiero sofisticado se ha desvanecido. La crisis ha supuesto un grave daño para el prestigio, en particular, de EEUU, aunque no cabe duda de que el tono del actual presidente ha contribuido a mejorar la situación.

La segunda es que los países emergentes y, sobre todo, China son en la actualidad participantes fundamentales, tal y como quedó patente con la decisión de mantener dos reuniones del G-20 a nivel de jefes de estado. Son ya parte fundamental de la política global. La tercera es que se están realizando esfuerzos para reformar el gobierno global, especialmente con respecto al aumento de los recursos que se otorgan al Fondo Monetario Internacional y al debate sobre el cambio del peso de los países dentro de él.

Lo único que podemos hacer por el momento es formular hipótesis sobre el nivel de radicalismo que alcanzarán los cambios en el orden político global. EEUU probablemente volverá a ser el líder indispensable. La relación entre Norteamérica y China cobrará más importancia, con India a la espera como sustituto.

Sin duda, el relativo poder y peso económico de los gigantes asiáticos aumentará. Europa, entretanto, se resiente de la crisis. Su economía y su sistema financiero han resultado ser mucho más vulnerables de lo que muchos esperaban. Sin embargo, aún se desconoce hasta qué punto reflejarán las reformadas instituciones para la cooperación internacional las nuevas realidades.

¿Cuál es, entonces, el balance final? En mi opinión, esta crisis ha acelerado algunas tendencias y ha demostrado que otras –especialmente aquellas relacionadas con el crédito y la deuda – eran insostenibles. Ha dañado la reputación de la economía. Dejará un amargo legado para el mundo, pero aún no tiene por qué marcar un punto de inflexión. Parafraseando las palabras tras la muerte de un rey: “El capitalismo ha muerto; larga vida al capitalismo”.

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