Inteligencia estética

En el vuelo del pasado domingo Madrid-Beijing leí un libro que me gustó mucho: Belleza para sanar el alma, del filósofo y psicoterapeuta Piero Ferrucci. Trata de la llamada Inteligencia Estética, la capacidad para admirar lo bello. “Una persona tocada por la belleza es una persona nueva con un carácter distinto, con un mundo interior inmensamente más rico y variado, un contacto más vivo con las emociones, una capacidad más acentuada para afrontar las relaciones con los demás, un mayor y más profundo conocimiento de la vida, una individualidad más fuerte y una autoestima más sólida, un ansia de vivir mucho más intensa, y una manera más apropiada y competente de hacer elecciones y de moverse en la vida de cada día”. El profesor Ferrucci vive en Florencia, una de las más bellas ciudades del mundo. Para él (y comparto su opinión) la belleza no es una cuestión optativa, sino una necesidad vital, por mucho que los tiempos actuales inviten más a la prisa que a la introspección.

Tenemos la necesidad de lo bello; lo feo debe repelernos. La belleza no es una mercancía, sino un principio primario de los humanos. Es una clave para la felicidad: “Sin la belleza, el alma se mueve”. En un mundo hostil e impersonal, la belleza es más importante que nunca; es terapéutica e impulsa la expresión creativa.

Como hoy teníamos una larga visita a la Ciudad Prohibida (donde han vivido los emperadores chinos desde 1420, durante más de 500 años) y la he visto varias veces, me decidí a cultivar esta “inteligencia estética” en este recinto. En lugar de escuchar cifras, años, historias, pensé en detenerme en cómo actúa la belleza en este espacio imperial (en sí mismo una paradoja, porque “ciudad” es civilización, libertad, y por tanto se opone a “prohibida”; como también es paradójico otro edificio de la Plaza de Tiananmen: el “palacio del pueblo”, donde se reúne el Congreso Nacional).

Cómo combinan el rojo terracota (símbolo del poder imperial) con el dorado (la riqueza); la arquitectura de la Puerta del Mediodía (Wu Men), acceso al palacio, desde donde el emperador pasaba revista a los ejércitos; los cinco puentes de mármol, que simbolizan las cinco virtudes del confucianismo; la Puerta de la armonía, con dos enormes leones de bronce; el jardín imperial (el emperador Qanlong escibió que “todo gobernante cuando ha terminado con sus obligaciones públicas debería tener un jardín para pasear y tranquilizar su corazón”); el salón de la Suprema Armonía, donde se coronaron 24 emperadores…

Me he comprado un precioso vídeo de Nacional Geographic para recordar un espacio tan bello, no abierto al pueblo hasta 1949.

Por la tarde, tras la actividad diaria, un masaje de 90 minutos con una maravillosa música china actual de fondo. Y por la noche, cena con amigos (Leonor, Javier, Teresa, Raquel) compañeros de viaje, en Bellagio, un restaurante taiwanés especializado en recetas hakka (del sureste del país). Una de sus especialidades son los helados de alubia roja. Y luego, una copa en el Banana Baby Face, el local de moda en la capital.