Simpsonomics

Junto a Diego Orbea, compañero de Eurotalent, he estado trabajando toda la mañana en IFEMA con el equipo de dirección de la Institución Ferial. Me han parecido ejecutivos altamente competentes, con un sano sentido autocrítico y una enorme voluntad de participación y de mejorar las cosas. La organización de estas características más rentable de Europa podría correr el riesgo de caer en la autocomplacencia; no es así, como demuestra el hecho de que dediquen una jornada con cierta periodicidad a reflexionar y reinventarse a sí mismos.

Por la tarde, reunión con uno de los directivos que considero más expertos en el sector de la hotelería de cuantos trabajan en nuestro país. El sector atraviesa momentos difíciles (caída del consumo, necesidad de ajustar plantillas); sin embargo, los profesionales más capaces y comprometidos, con buenos equipos, saldrán adelante; incluso fortalecidos de esta crisis.

Vuelo a San Sebastián a las 8 p.m. En el aeropuerto de Barajas he comprado La empresa según Homer Simpson, de Fernando Montero y Rafael Galán. Fernando Montero (Paradas, Sevilla, 1966) es subdirector de Emprendedores. Rafael Galán (Madrid, 1975) ha trabajado como periodista en la misma publicación. Soy lector de Emprendedores desde tiempos inmemoriales y disfruto de esta publicación que realizan Alejandro Vesga y su equipo cada mes. Por lo tanto, no podía dejar de leer lo que dos periodistas de esa casa nos ofrecen.

Me ha entretenido La empresa según Homer Simpson. Una obra voluminosa (456 páginas) que he leído en el vuelo y después en el hotel. De Los Simpson (que a mí me gustan bastante y a mi hija Zoe, a sus 7 años, le encantan) se han emitido desde 1989 420 episodios en 19 temporadas (este otoño ha empezado la 20ª). Ha ganado 24 premios Emmy y su versión cinematográfica (estrenada el año pasado), también era muy divertida.

Fernando Montero y Rafael Galán repasan en 70 capítulos (y otros tantos episodios de la serie de animación) claves de los recursos humanos, el marketing y ventas, la gestión y lo que denominan (en la primera sección), lecciones. Nos vacilan en los elogios y el prólogo (escritos supuestamente por Milhouse, el profesor Skinner, Moe, Burns, Apu, Ned Flanders o Bart). Y nos cuentan que “todo lo que sabemos de gestión empresarial lo hemos aprendido primero en Los Simpson”. Si se puede aprender gestión de Harry Potter o del Dr. House ¿por qué no de Bart, Homer, Lisa y compañía? Y añaden: “Es más fácil que nos veamos reflejados en Homer en Aristóteles” (en esto, que cada uno hable por sí mismo).

Los autores se imaginan a Homer “como todo un coach empresarial estadounidense rebosante de éxito, con su traje azul de misa, con sus gafas estilo JFK para leer manuales de marketing que no entiende. Un gurú de esos que encadenan libro-blog-conferencias-columna-en un-diario-etcétera, un coach de esos que desarrollan un método en 55 pasos, con sus fábulas, con sus diapositivas de imágenes impactantes y, por supuesto, con libro incluido.” Mucho imaginar si de quien estamos hablando es del currante de la nuclear de Springfield, me temo.

En la parte de “lecciones”, siempre aderezado con historias de Los Simpson, Fernando y Rafael nos enseñan que la autocrítica posee mucho poder, que incluir a un pelota en el equipo es muy peligroso, que es conveniente aprender de los errores, que los ineptos siempre acaban desenmascarados, que debemos reponernos de los fracasos, que el arrepentimiento es sano, que la autoconfianza es decisiva, que mantener una postura ética es lo más rentable para tu carrera profesional, que debemos actualizarnos, que las carreras profesionales se impulsan a través de la comunicación, la escucha, la colaboración de otros compañeros, la iniciativa, que has de convertir a tu familia y a tu entorno en aliados de tus proyectos, que las cosas no suceden porque sí… Valiosas lecciones, qué duda cabe.

Respecto a la segunda parte, los autores escriben: “Sólo con ver este capítulo cualquier empresario o profesional puede obtener una serie de interesantes enseñanzas, ni más ni menos que las mismas que te puede dar cualquier coach de postín o uno de esos gurús de relumbrón que participan en el Expo Management”. Los autores cargan contra la selección de personal (en realidad, contra los tests, no contra la gestión por competencias) y explican que el señor Burns representa todo lo que no tiene que ser un directivo: “Ni cuenta con talentos en su empresa (lo que tiene su origen en una pésima selección de personal), ni sabe descubrir sus talentos (siempre cree que lo mejor está fuera de su empresa), ni busca motivar a sus empleados (primero, porque es costoso; segundo, porque le importa un pimiento, lo que, en el fondo, resulta admirable)”. Estoy con Fernando y Rafael en que, “la estrategia más inteligente para afrontar un problema es no afrontarlo solo”; sino en equipo. Respecto al coaching, lo definen como “una especie de entrenamiento que reciben algunos ejecutivos y profesionales por parte de un coach o entrenador.” Hasta ahí bien. Pero añaden: “Se trata de identificar cuáles son sus puntos débiles (dirigir equipos, oratoria, autoconfianza, etc) para que puedan superarlos, a través de una serie de consejos y ejercicios”. En el coaching se trabajan tanto las fortalezas como las oportunidades de mejora; el coach nunca da consejos (pregunta, anima a la reflexión, ayuda a concretar objetivos, hace de Pepito Grillo: es un espejo)… y de ejercicios, nada.

Tema central del capítulo 23: “si tu empresa no te financia un coach –que no lo hará- sigue los consejos de este libro. El resultado será el mismo”. Imagino que será una broma al estilo de Los Simpson. Es como si Rafa Nadal prescindiera de su tío Toni porque “confía en sus capacidades y trata de sacar a ese mejor directivo que todos (sin excepción) llevamos dentro, aprovechando todo lo aprendido en su carrera profesional”.

Siguen con temas de RRHH: en las empresas ineficaces se trabaja bajo presión, por errores de planificación o exigencias excesivas; “muchas empresa siguen utilizando las prácticas como una forma de explotación laboral encubierta”; para dirigir equipos hay que saber escuchar y valorar al compañero… “Cualquier experto en Recursos Humanos te dirá que no hace falta tener a los mejores en todos los puestos, que es suficiente con desarrollar un sistema de contratación que asegure que la empresa cuenta con los profesionales con el grado de competencia necesario en cada momento. Un indicador importante de la efectividad de un sistema de selección son los periodos de prueba: cuánta gente sale, y cuánta gente pasa los periodos de prueba en tu compañía.”

Estoy de acuerdo con Fernando y Rafael en que la formación está sobrevalorada (le suele faltar su complemento, el desarrollo), pero de ahí a escribir que “la experiencia es mucho mejor consejera que las aulas” hay un trecho.

Y en el capítulo 33, así, en mayusculas: “¿QUÉ ES LO QUE PODRÍA ENSEÑARTE EL TÍPICO GURÚ VENDEMOTOS CON UN CAPÍTULO COMO ÉSTE? Pues se tiraría contigo y tus empleados horas y horas tostándote la oreja y calentándote la cabeza con enrevesadas moralejas para aplicar en tu empresa. ¡Pura obviedad, no te engañes! ¡Tontadas y palabrería barata! Luego te pasaría una mareante factura, que a ver cómo justificas ante el controller de tu empresa. Cuando algo de esto te suceda, te recomendamos que vayas corriendo al espejo más cercano y contemples la cara de imbécil que se te queda.”

Los autores opinan que “la empresa es un lobo para el hombre. Da igual tu formación, si eres más o menos espabilado, si eres de orígenes humildes o de clase alta… cuando llegas a una empresa, estás desnudo. Puedes estar mejor o peor preparado, pero aunque te hayan salido los dientes en las calles de tu barrio, no estás preparado para lo que te espera.” Imagino que de nuevo, bromean, y no están refiriéndose a las organizaciones de éxito que aparecen en Emprendedores. Y añaden: “Una cosa es lo que tus jefes te hacen creer que quieren, y otra, muy distinta, qué es realmente lo que quieren”, en el capítulo 38, titulado ¿Qué quieren tus jefes? Pues a un bobo.

En la sección de marketing y ventas destacan que “la publicidad engañosa es, a largo plazo, siempre un mal negocio”, que “la estrategia del avestruz es el peor error cuando estalla una crisis”, que para ser innovadores hace falta espíritu creativo… y destacan la importancia de escuchar al cliente . “Si una empresa quiere retener su talento, no debe fomentar el talento” (en el capítulo 52: El niño que todo ejecutivo lleva dentro, mejor que se quede dentro).

Citan al Señor Burns, “mientras haya primos, seguiré haciendo negocio”. Disparan por ejemplo, contra Kotler: “a esta última técnica, el gurú del marketing Philip Kotler le ha puesto ahora el nombre de ‘marketing lateral’, y ha escrito un libro sobre el tema. Tal vez antes no tuviera un nombre tan comercial (marketing lateral, ¡qué sugerente suena!), pero sí que ha figurado desde siempre en los manuales de marketing clásicos. Pero como ahora tiene un nombre tan bonito y comercial, hay quien piensa que es una genial aportación de Kotler a la ciencia marketiniana. ¡Pero que mala, malísima es la ignorancia!”

Finalmente, en la cuarta parte, Gestión, el libro nos habla de no dormirse en los laureles, de adaptación al cambio, de los sádicos en la empresa, de aprovechar las sugerencias de los empleados, de la “coopetición”, de la capacidad de persuadir (por principio de autoridad, escasez o validación social), de la falta de compromiso (“¿sabías que menos de una cuarta parte de los empleados europeos se siente totalmente comprometido hoy en día con su empresa?”), de utilizar famosos en la publicidad…

Y de emprender: “Un hombre (de negocios, se entiende) sólo necesitas dos cosas.
1. Una idea.
2. Dinero para sacarla adelante.”

Lo dicho: me ha entretenido este libro. Estoy convencido que Fernando y Rafael saben que la palabra gurú, que proviene del sánscrito, significa “el que abre los ojos”. Es quien ayuda a reflexionar y a descubrir, y por tanto el término no tiene por qué ser peyorativo. En este sentido, con este libro, para mí los autores han sido gurús, porque me han hecho pensar en distintas cosas, lo que ayuda –por lo general- a convertir el sentido común en práctica común.

Me temo que el problema de la productividad de la economía española, que provoca además que el 95% de los emprendedores fracasen en los cuatro primeros años de vida de sus empresas, no es precisamente por exceso de gurús, sino por falta de calidad directiva, de proyectos profesionales ilusionantes, de hacer equipo de verdad, de conquistar y fidelizar al talento y a los clientes. Por eso, cualquier ayuda debe ser bienvenida.