El último Ángel

Se nos ha ido Ángel González, para muchos el mejor poeta vivo en España en estos momentos. Como ha escrito Juan Carlos Gea en La Nueva España, admirábamos “la precisa claridad irónica de Ángel González, su mezcla de desenvoltura suavemente cosmopolita, melancolía civil, su cálida sorna verbal y no verbal”. Joaquín Sabina, que no se separó ayer del cuerpo y de la familia del poeta, ha declarado: «No sé qué decir. Estoy huérfano. He perdido a mi padre, a un maestro, un hermano, una guía, un amigo, un ejemplo... Ahí estamos todos, tratando de consolarnos como podemos. Ojalá los españoles se enteren de que este señor era un poeta en carne viva, uno de los seres humanos más dignos, decentes y ejemplares que he visto en mi vida y, desde luego, digno de que la gente vaya mañana a las librerías y acabe con las existencias de sus libros. Bendito seas, Ángel González».

Me he “encontrado” con Ángel Gonzalez varias veces en los últimos 30 años. La primera, según recuerdo, gracias a mi profesora de literatura en 3º de BUP, en otoño del 78. Carmen no era de las que se quedaban, en la historia de nuestras letras, a las puertas de la guerra civil. Nos habló de Ángel González, que llevaba publicando desde 1955 (Áspero mundo, que fue accésit del Premio Adonais), había ganado el Antonio Machado en 1962 (con Grado elemental) y se dedicaba a dar clases en universidades americanas.

Las dos décadas siguientes supusieron su consagración para el gran público: Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1985, Premio Internacional Salerno de Poesía en 1991, Académico de la Lengua desde enero de 1991, Premio Internacional Reina Sofía de Poesía Iberoamericana ese mismo año.

Otro encuentro fue con él fue gracias a Los lunes al sol, la película de Fernando León de Aranoa sobre el paro y sus secuelas. La investigué en profundidad (para un DVD-libro que hicimos para una empresa cliente, que regaló 300 ejemplares) y me encontré con que Aranoa (y su co-guionista, Ignacio del Moral) habían basado su guión en la poesía de Ángel González. Esa dignidad de Santa y sus compañeros es muy de nuestro Ángel.

El verano de 2007, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, los poemas de Ángel González volvieron a aparecer por un sitio y otro. El 5 de enero de este año, el blog de Raúl Gil (“adicto a las palabras”) recogía el poema Me basta así y recordaba que la poesía es un arma cargada de futuro. Como decía Luis Marañón en los comentarios al blog: “en medio del asfalto alborotado por las compras de última hora, tres personas en torno a una blackberry que destilaba poesía”. Maravilloso.

Ángel González, que había recibido el Premio Ciudad de Granada – Federico García Lorca de Poesía en 2004, aceptaba asistir este año a “Poesía en el Palacio” en la ciudad de la Alhambra, que organiza Yolanda Sáenz de Tejada. Creo que no me lo hubiera perdido por nada del mundo.

En su recuerdo, me quedo hoy con uno de sus poemas…

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí, tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento...


…y con la Tribuna de Bernardo Marín en El País.com

"Somos una sucesión de hombres, que aparecen y desaparecen a lo largo de la vida", dijo Ángel González en una de sus últimas apariciones públicas. Siendo así, yo no conocí al autor de la mayoría de sus libros de poesía. Pero sí a su heredero, al último Ángel. Un señor con aspecto de caballero del XIX y mentalidad del XXI que no se daba ninguna importancia, pese a ser probablemente el mejor poeta vivo en español.

Ángel hablaba muy bajito, con acento asturiano. En cierta forma hablaba como escribía, sin la menor pedantería ni solemnidad. Con frases sencillas, pero muy ingeniosas, como si las llevara pensando muchos años. Parecía siempre feliz, la vida le había dejado heridas pero no resentimiento. Le gustaba ver el fútbol, y seguía a los equipos de su tierra, el Oviedo y el Sporting, aunque en los últimos años no le dieran muchas alegrías. Ejercía de asturiano y a la vez detestaba todo nacionalismo. Quizá por eso no le gustaba mucho ver los partidos de la selección. "Tanta bandera junta me asusta", dijo un día.

Pese a su mala salud no renunció al tabaco. Ni a un buen whisky en el Kontiki, su bar de la esquina, en la plaza de San Juan de la Cruz, una extensión social de su propia casa. Allí almorzaba muchos días, allí una camarera brasileña le regañaba como a un niño malo para que terminara el plato. "Está muy flaco, Don Ángel". Y él, obediente, comía.

No tuvo hijos. Y aparte de su mujer, Susi, apenas tenía parientes. Sin embargo estaba siempre acompañado por una entusiasta familia postiza, la de sus amigos: Benjamín Prado, Almudena Grandes, Luis García Montero, Caballero Bonald, Joaquín Sabina , Javier Rioyo y Juan Cruz, entre otros.

Yo mismo tuve la suerte de ejercer a tiempo parcial de nieto adoptivo de Ángel. En el verano más tórrido que se recuerda en Madrid le acompañé a un centro comercial a comprar un cacharro de aire acondicionado portátil. La dependienta era particularmente torpe, se equivocaba todo el rato. De un trámite que podía haber resuelto en un minuto hizo un problema que tardó en resolver un cuarto de hora. Exasperado, miraba a Ángel buscando complicidad para mi cabreo. Pero él agradeció el pésimo servicio con muchísima amabilidad y una gran sonrisa. Ese día confirmé mis sospechas: este tipo, además de un gran poeta es muy buena persona.

Hace dos meses tuve que trasvasar toda la información que guardaba en su viejo ordenador Mac a otro nuevo que había comprado; una labor que ¡ay! quedó inacabada. Recuerdo su expresión divertida y asombrada cuando vio el minúsculo pendrive en el que había guardado todos los documentos de la computadora antigua. "¡Aquí cabe mi trabajo de 20 años!", dijo.

La última vez que lo visité, poco antes de Navidades, fue para conectar su ordenador a Internet. Me pidió que le incluyera en su carpeta de favoritos la página web de este periódico, la de algunos medios asturianos, la de la Real Academia y el blog de un amigo, entre otras. Luego, quiso que le ayudara a buscar noticias sobre el nombramiento, unos días antes, de él y de Juan José Millás como doctores honoris causa en la Universidad de Oviedo. Estaba ya muy mal de salud pero parecía haber disfrutado enormemente de ese homenaje. Y consultaba la información sobre el acto con el mismo placer con el que un niño repasa las fotos de su veraneo.

Seguía leyendo -y releyendo a Proust- y escribiendo: El País Semanal publicó hace apenas dos meses un poema suyo inédito. Su obra tiene un fondo triste pero él siempre encontró un asidero de esperanza para mantener la sonrisa. Me alegro de que el buen humor y el interés por muchas cosas le hayan acompañado hasta el último día.

Mi pequeño homenaje será comprar cuanto antes unos ejemplares de su Antología poética y regalarlo a amig@s para que puedan disfrutar del valor de la poesía de este Ángel que siempre estará con nosotros.